Reseñas (fragmentos) |
Sobre Canción de Severino: Tal vez este libro, que resultara ganador del Concurso Premio de la Cadena, que tradicionalmente realiza la Feria Nacional de Libros y Grabados, es el primer testimonio de la desintegración metafísica individual ocurrida en los años oscuros. Sumamente audaz en su estructura, por momentos parece permitir una lectura múltiple al estilo de "Rayuela", esta excelente creación de Alvarez Castro se singulariza no sólo por alternar el tramo poético concebido como una necesidad circunstancial de la novela, o esas instrucciones alternadas y en apariencia inconexas acerca de las formas concretas para matar distintos tipos de pájaros de nuestro medio, sino también por su envidiable eficacia para aislar, quitar de marcos referenciales más o menos reconocibles, a la frágil integridad de Severino, testimonio ambulante de una soledad tan cruel como uruguaya. (...) (Mario Delgado Aparaín, Jaque). Sobre Este paquete contiene un gato muerto: (...) La novela no se agota en la primera lectura. Por segunda o tercera vez deberá buscarse en los personajes, las situaciones y los hechos, una interpretación cada vez más cercana a lo verdadero. El autor deja adrede en una nebulosa a los personajes y sus dobles (...). El lector tendrá que elegir cuál es la verdad, sin esperar que Alvarez Castro aclare el enigma. Los capítulos dobles – numerados en arábigo y romano – dan una impresión de mundos paralelos o de sueños transformados en mundos por los personajes y el autor. La forma elegida es un acierto, ya que todo es homogéneo y bien calculado para causar la impresión que el autor quiere y dejar en el ánimo del lector una propuesta recordable. (...). (Yamandú Beovide, El País Cultural). Sobre Aquino: (...) En Aquino hay también el fracaso del amor e historias que aparecen como sueños, sin tiempo que las someta. Roto el límite entre la vida y la muerte todas las historias son posibles y cada personaje es en parte todos los demás. (...) Cada hombre construye su vida, su identidad, la imposibilidad de ser otro, persiguiendo (perseguido por) el destino en los hechos de su pasado. (...) Esa parece ser la lección que nos trasmite la suerte del matrero. Caminamos hacia la madurez reconociendo el origen (el nombre) y aceptando la muerte. Mientras tanto no hay amor ni encuentro sino la incesante, infructuosa huida y persecución. (Oscar Brando, Brecha). Reseñas (completas) Sobre Celebración: Tras la muerte de su madre a consecuencia del parto, Ezequiel quedará a cargo de su tía Sandra. Efraín Vaz, su padre, trasladándose sin pausa de un sitio a otro se marchará para siempre. Al menos "así lo creyeron todos", aclara Ezequiel, el narrador. Sin preámbulos, una clara divisoria bifurca el relato desde el comienzo de la acción: las andanzas del padre se alternarán con la azarosa infancia y adolescencia de Ezequiel. Mientras el ambicioso periplo de Efraín lo conduce por toda América –defendiendo rebaños de ovejas en la Patagonia argentina, construyendo un faro en el estrecho de Magallanes, buscando oro en Alaska, asistiendo a un moribundo en Misiones –el hijo, en una intimidad condicionada por las tribulaciones matrimoniales de su tía, alimentará en su soledad un nutrido mundo imaginario, adquirirá conciencia de la muerte y vivirá en toda su intensidad la turbulencia del despertar sexual. El aprendizaje en la vida de Ezequiel contrastará con el mito del padre-héroe. Éste, envuelto en una aureola de valentía, generosidad y ternura, aparece contrapuesto al entorno de traiciones y debilidades que rodea a Ezequiel. La firmeza de convicción y la seguridad en sí mismo manifiestas en aquél servirán de contrapeso a las zozobras, a las preguntas sin respuesta, a las pequeñas derrotas del niño. Sin embargo, por fuerza de la naturaleza, ese equilibrio imaginario entre la figura paterna y su vástago tiende a ser cada vez más inestable. Pronto el lector atento notará que, en la univocidad del relato, el nombre de Zé Mauro Mendonça se repite obsesivamente en uno y otro lado a más de curiosas correspondencias en las circunstancias de ambos personajes. Un sendero de pistas sabiamente diseminadas va gradualmente abriendo un espacio de incertidumbre. La solidez de lo aparente comienza a desdibujarse. El trágico episodio que une a Ezequiel con el caballo de su padre señala el fin de la ilusión y el autoengaño. La lectura de libros de aventuras sirve de disparador para la fragmentada historia de Efraín. La reescritura de modelos como Horacio Quiroga, Jack London, Herman Melville y otros, forjan esos episodios que, desgajados del tronco de la novela adquieren valor por sí mismos, y que en el texto ofician de mojones simbólicos marcando las etapas del proceso de formación de la personalidad de Ezequiel, verdadero centro de la obra. Son ellos, en última instancia, producto residual de las vivencias del protagonista, los que contribuirán decisivamente a la revelación de la incógnita que empaña la vida de Ezequiel, a la madurez necesaria en éste para afrontar el dolor vivo de un pasado reciente. Resulta notable cómo la conjunción y el empleo de materiales tan diversos –la biblioteca juvenil, el campo y la ciudad, las correrías infantiles, las perversidades domésticas, la amistad con el viejo anarquista preso en Punta Carretas –desembocan, sin forzamiento, en temas de rigurosa actualidad como los años del miedo, la mordaza de la dictadura, las más nefastas consecuencias de la represión militar en el Río de la Plata. Celebrar la vida es la consigna final. "Tengo que fabricar vida con tanta muerte. Y la mejor forma de conseguirlo es la escritura", afirmó Jorge Semprún en La escritura o la vida (1995), sus memorias de los horrores padecidos en la Segunda Guerra Mundial. Similar es el desafío asumido ahora por Guillermo Álvarez Castro. Celebración es la expresión de su saludable retorno a la narrativa tras Canción de Severino (1985) y Aquino (1993). (Alfredo Alzugarat, El País Cultural). Sobre Esrellas de cine y otros cuentos: Guillermo Álvarez Castro regresa al cuento Leve como la música Aquí hay tres cuentos memorables. No se trata de una opinión original sino bastante consensuada. Porque en este volumen de nueve cuentos, que ganó el último (y décimo quinto) concurso Narradores de la Banda Oriental, uno –"Estrellas de cine" –es el que su autor eligió para dar título al libro, y los otros dos son los que privilegió el jurado cuando de modo bastante peculiar dejó estampado en el acta que "el conjunto de relatos exhibe un excelente nivel, destacándose entre ellos por su excelencia, por su oficio y la calidad de su escritura ‘El vuelo’ y ‘Adiós pájaro negro’." Y estos son también "mis" tres. Los demás acompañan el virtuosismo de "estos tres", con algún destaque como "¿Estará Lee disponible?". También, como una buena orquesta, sostienen un estilo. El conjunto revela la voluntad de escribir relatos contemporáneos, actuales, y lleva la marca de la tradición del cuento estadounidense. Milton Fornaro menciona en el prólogo a esa escuela de escritores y son acaso entre todos ellos Cheever y Carver los que mejor dialogan con estos relatos. La aspiración a escribir historias análogas a la de esos modelos admirados –algo que Álvarez Castro comparte con el Fontana de Oscuros perros y Las historias más tontas del mundo –no es sencilla cuando se escribe en una tradición como la hispánica en la que el peso de lo histórico, del regionalismo y del barroco son tan fuertes. La naturalidad del realismo debe ser conquistada, la realidad misma debe ser conquistada, porque la versión nuestra de un mundo cosmopolita, fugaz y urbano no sido nombrada aún y el escritor debe inventarla. No es mérito menor de estos cuentos la naturalidad con que fluye una narración que logra esa "levedad" que pedía Italo Calvino para la literatura del próximo milenio. En el aligeramiento del lenguaje que no dice más que lo que nombra, en la sutileza de los procesos psicológicos que ocurren a los personajes está esa levedad. Y está asimismo –siguiendo también en esto al italiano –en la creación de imágenes emblemáticas que encarnan en la ficción esa levedad: son el vuelo y la música. "El vuelo" es una historia de aprendizaje al estilo de las de la serie de Nick Adams de Hemingway. "Si mal no recuerdo, fue la primera y última vez que mi padre me llevó a cazar con él", leemos en la primera frase. Salida de hombres, van a cazar patos. Un leve desequilibrio entre las expectativas del niño y las precauciones del padre, una demora, frustran la aventura. El niño no dispara, deja escapar a su presa. Al regreso escuchan por la radio de la camioneta del accidente fatal de una avioneta por culpa de un ave que se mete en el motor. El vuelo regresa como metáfora en "Adiós, pájaro negro", que es en verdad título de una canción. Un baterista mediocre, enamorado del jazz, que está dedicado a plantar pinos para retener dunas, ve llegar como del cielo a la orquesta de Cab Calloway al desolado lugar de la costa uruguaya. Los músicos han sido desviados en su ruta a Punta del Este por un desperfecto automotor y se refugian en ese lugar. En la noche, a la cena improvisada siguen las improvisaciones jazzísticas de una sesión epifánica. La música será para él una revelación y un mandato. "¿Estará Lee disponible?" también tiene que ver con el jazz. Un hombre agoniza atrapado en un auto después de un choque que ha destruido todo salvo la radio que, raramente, sigue emitiendo un cedé de jazz mientras él parece agonizar. Cada uno de los cuentos habla además de un padre, un hijo, una filiación, y todos son parcial o totalmente cuentos de carretera. Lo son en su paisaje y en su espíritu. Tránsito y fugacidad: pasaje. Y la belleza ingrávida de la música ampara a estos relatos que siguen hablándole al lector después de leídos, como una melodía que retorna. Esa magia alcanzan. La letra de "Bye bye blackbird" no se revela, pero el aliento de ese querer irse de un lugar hostil que no permite los sueños sopla igual mudo sobre los personajes tanto como sobre el autor que busca liberarse él también de una tradición de raíces que atan a los escritores a la tierra. En su lugar propone la de la música, que se eleva y habla en un idioma universal a hombres levantados del suelo y lejos de las fronteras. Si puede postularse que en estos cuentos el jazz representa la adhesión a la literatura estadounidense, en "Estrellas de cine" esa metonimia simbólica la cumplen las películas. En el argumento, los padres ceden el protagonismo a las parejas. Y como en Mi tío de América, el protagonista modula el deseo que siente por su mujer a través del juego cómplice de reinventarla en la imagen de Jessica Lange, Diane Keaton o Susan Sarandon. El cine aligera también la realidad. El cuento cumple además otra conquista (que se ensaya con menor felicidad en algún otro cuento del volumen), hablar de sexo con naturalidad. Alguna vez Álvarez Castro declaró que su estética buscaba aplicar la teoría del árbol: "un árbol ocupa en el espacio el volumen que generan sus puntos más extremos aunque deje cantidad de espacios vacíos; esos espacios son llenados por la visión del propio espectador. Creo que es lo uno debe tratar de hacer con un relato: lograr que ocupe un espacio, en la mente del lector, significativamente mayor que lo que las palabras dicen". Para lograrlo, el escritor debió primero saber cómo conservar esos espacios vacíos. La rapidez, la levedad y la exactitud (otra vez Calvino) que alcanzó en estos cuentos garantizan la buscada transparencia. Promete un cielo donde inscribir una literatura futura de la que estos cuentos son auspicioso preámbulo. Guillermo Álvarez Castro (Montevideo, 1949) es autor de las novelas Canción de Severino (1985), Este paquete contiene un gato muerto (1991), Aquino (1993) y Celebración (2005). Hacía treinta años que no publicaba cuentos. (Ana Inés Larre Borges, Brecha). |
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