Imprevistos de la vida |
Los días pasaban y Osvaldo se emborrachaba, mas los últimos sucesos de su vida lo tenían enloquecido. La bebida era lo único que lograba hacerle olvidar todo el daño que ocasionó a su esposa e hijo, a sus padres y amigos; a todos los que tanto lo habían querido. Su vida transcurría entre su trabajo y la tranquilidad de su hogar, lentamente, mientras bebía. Viajaba su mente a todo lo que él empezó sin darse cuenta, o inconscientemente. Un día vino un amigo y le ofreció doscientos pesos si lo sacaba de un apuro y le prestaba dos mil. Lo hizo por compromiso; pero cuando le devolvieron el dinero más doscientos pesos se quedó contento. ¡Qué fácil los ganó! Al tiempo, el mismo amigo le volvió a pedir una suma mayor ofreciéndole siempre el diez por ciento. Volvió a aceptar y esta vez ganó quinientos pesos. ¡Qué feliz que estaba! Y lentamente se envolvió en una maraña de préstamos y ganancias que lo tenían cada vez más contento. Sacó los ahorros del banco sin que su mujer se enterara; le pidió prestado a sus padres. Hacía negociados pidiendo prestado a íntimos amigos devolviendo y cobrando intereses. Todos lo veían eufórico; pero él no le contaba nada a nadie. Le presentaron gente desconocida que hacían negocios; le prestaban a él con determinado interés y él, a su vez, reinvertía prestando a intereses mayores a otros. Sin analizar profundamente que estaba haciendo ya había pasado bastante tiempo desde que comenzó en esta vorágine del dinero y sus préstamos. Una mañana de esas que nunca tendría que haber existido, lo llamaron urgentemente. Había un negocio muy importante y tenían que hablar con él. Se levantó, desayunó como todos los días junto a Carla, su esposa; una dulce muchacha que sólo vivía para atenderlo a él, la casa y el hijo que tenían. Ella terminó la preparatoria y se casaron. La vida de ellos era simple y tranquila. Carla lo veía extraño, nervioso; pero el decía que sólo eran problemas de trabajo y que este día quizá viniera más tarde, la saludo y se fue. Una de las primeras personas que le habían dado tantas ganancias con sus idas y vueltas de prestamos, le pidió una suma enorme, y para ello tenía que juntar pidiéndole a sus padres, amigos y lo suyo propio. Pero esas ansias tristes que tienen algunos humanos de ganar, y ganar fácilmente. Todo hace que en esta vida, así como viene fácil así se va... y a Osvaldo- el hombre simple que lo tenía todo-en un zarpazo le quitaron hasta las ganas de vivir. Porque este buen amigo- hombre con una mente maquiavélica - lo hizo entrar y en la última vuelta se fue con todo su dinero y el de todos a los que el había pedido prestado. Todo se puso negro en su vida. ¿Cómo explicaría la perdida de tanto dinero a todos los que le pidió prestado? Se quería matar; pero era cobarde para eso, entonces se emborrachaba para desaparecer; pero no lo lograba porque como en una nebulosa todo volvía a su mente. ¿Cómo contarles lo sucedido? Había que enfrentarlos. Era tanto lo que sufría, la mala sangre que se hacía, que no llegó a beber el último vaso porque cayó al suelo. Le dio un ataque de hemiplejia que le dejó medio cuerpo paralizado y mudo. Llamaron a la ambulancia que se lo llevó y avisaron por los documentos que tenía, a la familia Despertó en terapia intensiva de un sanatorio, había pasado allí tres días y diez más en sala para problemas de terapia media. Parecía que escuchaba; pero estaba muy mal. Carla, su esposa, desesperada corría de un lado a otro sin entender que había pasado, estaba en un sanatorio particular y tenía que pagarlo, entonces decidió ir al banco a retirar el dinero, y con una sorpresa indescriptible encontró que todo lo que ella sabía que tenían no estaba, lo habían retirado; pero al mirar el extracto vio entradas y salidas extrañas de montos inimaginables para su esposo. No quería entender nada, salió como loca y fue a casa de sus suegros a pedirles dinero, y estos le respondieron que le habían dado toda la plata a Osvaldo. Seguía sin entender y acudió a sus amigos, y lo mismo le dijeron ellos, ya le habían prestado dinero. Estaba desesperada, si no pagaba tendrían que pasarlo a un hospital común, cosa que sucedió cuarenta y ocho horas después. Carla era una mujer de la casa, simple, trabajadora, siempre tenía todo ordenado, pulcra al máximo, todo estaba perfecto, demasiado perfecto para que, de pronto, toda su vida se hiciera cenizas. ¿Quién era Osvaldo, su marido?... un desconocido. ¿En qué andaba? Empezaron llamadas extrañas de personas que le decían que su Osvaldo debía sumas astronómicas y si no les pagaba embargarían su propiedad, ya que tenían papeles firmados por él. El único bien que tenía era su casa. ¿Adónde iba a ir? Pero algo tenía que hacer. Le dijeron que Osvaldo se iba a rehabilitar muy lentamente y que aún no sabían como quedaría cerebralmente. Con esa fuerza que tiene uno en momentos críticos de la vida sale un coraje inédito en cada uno. La volvieron a llamar y pidió una cita con la persona que tanto quería comunicarse con ella. ¡Carla era tan honorable! ¿Cuánto dinero debía su esposo? ¿Qué iba ha hacer sola con un hijo pequeño y la amenaza de que la iban a dejar en la calle? Temblorosa se vistió, coqueta como era ella, elegante. Se podía decir que era muy mona, veintitrés años preciosos. ¡Tan joven y tantos problemas sobre sí! Se fue al encuentro con alguien desconocido que la estaba molestando tanto en momentos tan desesperados de su vida. Llegó y un hombre grande, más bien grotesco, la recibió en la puerta de un edificio muy pituco. La hizo esperar hasta que la llamaron. ¿Qué pasará que ya la iban a atender? Entró y se sobresaltó. En la mesa grande, tras una nube de humo estaba un hombre moreno de unos treinta años, buen mozo; pero su mirada era dura como el acero. Primero la luz de su escritorio le enfoco la cara y luego él le preguntó: "¿Cómo es tu nombre"? -Carla. Miró los papeles de su escritorio y le dijo a boca de jarro: "Tu marido me debe medio millón de dólares. Carla sintió que el mundo le daba vueltas, que no sabía si lo que escuchaba era posible. ¿ ¿Cómo? ¿Cuándo? ¿Qué había pasado? ¿Dónde estaba ella. que no se dio cuenta de nada? Temerosa se puso a llorar y le contó que no entendía nada. Que de pronto desaparecieron sus ahorros, los del suegro. Sus amigos decían que Osvaldo debía dinero. Para completar todo esto, ustedes me amenazan con una deuda desconocida para mí. Ese llanto pareció que ablandó a este hombre, cuyo nombre era Rubén. -Tranquilízate- le dijo- tengo mucho dinero; pero a mi no me gusta que me roben. Ella, con una rabia interna le contestó: "¿ Y por qué presta tanta plata a gente impudente? ¿ Y por qué usa la palabra robar? Usted hacía su negocio y sabía que hay riesgos. ¿En base a qué le dio tanto a Osvaldo? No entiendo nada; pero me doy cuenta que todos fueron transacciones de las cuales yo estaba al margen, y en esta vida no podré pagarle nunca esta deuda" -¿Qué piensa usted hacer al respecto?- le espetó con una mirada altiva. Rubén fue siempre un hombre que consiguió todo lo que quiso y esa mujer le gustaba. Tenía fuerza. Tenía algo que le atraía, un no sé que inexplicable. A él que toda la vida fue frió como un témpano. Se crió sin madre ni padre, solo con tíos que lo tuvieron por caridad. Sólo vivió para algún día ser muy rico. Pensó que el dinero palearía todo el afecto que nunca sintió de nadie hacia él. Siempre de más donde estaba, con los que lo acogieron, por eso vivía ahora como un rey y su séquito que por su dinero hacían todo lo que el pedía. De pronto sorprendió a Carla -La invito a cenar mañana y conversaremos de qué forma me podrá pagar la deuda de su esposo. Ella lo miró desafiante y le contestó: " ¿Por qué no espera que se mejore y le cobra a él?" ¿Usted me prestó dinero a mí? No le contestó. En estos casos marido, esposa es todo lo mismo cuando hay deudas y hay documentación firmada. Salió rápidamente diciéndole que la llamara por teléfono el sábado, pues tenía que ir al hospital, ocuparse de su hijo Los suegros estaban desesperados viendo a Osvaldo así. Ella se tenía que ocupar de todo Y salió con paso firme y la cabeza erguida, dando un portazo a la puerta. Fue a ver a Osvaldo que no tenía ninguna mejoría. Se había puesto peor. Ese mismo sábado en que se tenía que encontrar con Rubén Osvaldo lamentablemente falleció, llevándose a la tumba todas las artimañas que hizo con el dinero de los demás y dejando a Carla y su hijo totalmente desamparados. Fue tan triste lo que siguió... Poca gente acompaño en el velatorio. Todos los que fueron murmuraban que no importaba que había muerto alguien, el dinero que adeudaba era el tema principal. Parece mentira, ante el dolor, la gente sólo piensa en lo que perdió. Gracias a Dios que Osvaldo le había dado un poder especial de todo a Carla, y esta, al salir de lo de Rubén, fue a su casa.. Buscó ese poder y corrió a lo de un escribano amigo y tramito rápidamente la casa como venta poniéndola a nombre de una gran amiga en quien confiaba plenamente. Quedando ella así, desligada de que pudieran, por algún motivo, sacarle el único bien que tenía de ella y de su pequeño hijito. Lo enterraron el domingo, y en un momento, teniendo abrazado a su hijo que lloraba desesperadamente, levantó la vista y lo vio. Ahí estaba Rubén, acompañando a la familia. Esbozó una mueca de agradecimiento, extraña, y siguió con pena el final del velatorio. Logró tirar sobre la tumba un ramillete de rosas que llevaba en la mano y se dio media vuelta caminando con su hijo hacia una nueva vida incierta. Pasaron dos meses de penurias; pero enseguida, Carla que no tenía tiempo de pensar en lo que le pasó, se abocó a estudiar qué podría hacer para sobrevivir. Recordó su infancia y a su abuela. Esa mujer vieja y fuerte que en aquella cocina de uno por uno cocinaba para un batallón y hacía unos dulces deliciosos y los repartía en el vecindario. Tuvo una idea. Empezó a hacer dulces de todo tipo y especialmente ese dulce de ciruelas y el de berenjenas que la gente pensaba que era de higo; y la mezcla de los dos era maravillosa al gusto del paladar. Empezó a vender. Era una forma de conseguir algún dinero para su casa. El hermano de Osvaldo se hizo cargo de los apenados padres. Los amigos desaparecieron. Carla trabajaba día y noche. Esa especialidad que le enseñó su abuela empezaba a dar resultados inesperados. Una noche recibió un llamado de Rubén que le reclamaba la cena que quedó pendiente el día que murió su esposo. Lo estaba por mandar lejos, cuando algo detuvo su voz. En vez de decirle lo que pensaba de él le contestó. -Sí, ¿cuándo quieres que nos encontremos? -Hoy mismo- le respondió. Y salieron esa noche. Dejó a su hijo con su amiga y se vistió elegante y simple. Él, puntual, la vino a buscar. La miró a hurtadillas con admiración y la llevó a un lujoso restaurante, con música suave. Nunca la habían llevado a un lugar así, y Rubén era muy caballero Le preguntó cómo se arreglaba, y ella le contestó contándole lo que hacía. Estaba implementando la venta de casa por casa y empezó también con pequeños comercios y que gustaban los dulces extraños que hacía. Nunca contó a nadie que eran de berenjena, era su secreto. -Fuiste muy hábil en cambiar la casa de nombre, ahora estos documentos firmados por tu marido no tienen validez. Ella le contestó: " Algún día te los pagaré. No sé cómo; pero lo haré; pero a mis suegros, a los amigos y a ti, les pagaré hasta el último centavo, aunque sea lo último que haga en mi vida" No sé qué le pasó a Osvaldo. ¿Cómo se metió en todo esto? Pero fuimos gente decente siempre, y va en mi persona y en mi orgullo reivindicar, aunque este muerto, su nombre y el mío, porque estoy segura que nadie cree que yo no estaba al tanto de nada y ese es mi mayor dolor Todos se han apartado de mi amistad. Para tomar un café o comer juntos están todos; pero ante el primer problema económico todos se olvidan de todo lo bueno que alguna vez fuiste. Es la gente así y me tuvo que pasar esto para sentirlo en carne propia. Rubén se la quedó mirando. La vio tan fuerte, tan segura, tan sola en la vida como él lo estuvo siempre. Sintió que algo debía hacer. En parte él tuvo culpa de tanta deuda, pues él prestó ese dinero a un hombre casi desconocido que sólo sabía que tenía una casa en propiedad. En fin, es tan culpable el que pide como el que da sin asegurarse que tenga para devolver. A veces esa ansia de tener más queda comprometido y no se sabe cómo salir de los atolladeros. Al acompañarla a la casa, él le pidió un frasquito de dulce y ella bajó, lo fue a buscar y le dio dos, uno de cada gusto, y con las buenas noches, se separaron, dejando pendiente hablar del pago de la deuda para otro día que el la iba a invitar. Pasaron dos días cuando Rubén la volvió a llamar Carla se extrañó; pero como él le dijo que era muy importante para ella, aceptó. Se encontraron en una confitería y luego de saludos formales, ella se quedó pasmada ante la oferta que Rubén le daba. Como forma de pagarle su deuda le ofreció un negocio. Había probado los dulces y le parecieron excelentes. Le preguntó de que eran, por supuesto que ella no le quiso decir y él le dijo: "Ponemos una empresa y tú trabajas para mí y así me cobraré lo que me debes. Trabajarás; pero a lo grande, bajo mi supervisión, y podrás así pagarme a mí y a los que les debes. No me siento culpable; pero tu esposo falleció por estar acorralado y en parte recuperaré mi dinero y tú tendrás la oportunidad de hacerte empresaria" No lo podía creer, por supuesto que aceptó, y en una semana se hicieron los papeles en que ella aceptaba las condiciones de Rubén. A él no le importaba la deuda, la quería a ella y no vio mejor forma de tenerla cerca Así Carla tuvo una fábrica de dulces en la que hizo que figurara que era el cien por ciento para él de toda la ganancia de las ventas. Un sueldo para ella importante para vivir, y después de pagar su deuda, si ella quería, sería socia en un cincuenta por ciento. Aceptó todo, no tenía otra salida, y si la oportunidad de trabajar y devolver era su sueño. Se veían casi a diario. Ella dirigía la fabrica increíblemente. La levantó con ganancias que no se podían creer. Dulces Carla eran exitosos, y más cuando se le ocurrió también poner light. Él veía el esfuerzo que ella hacía y más la admiraba y se iba enamorando de ella. La invitaba a salir, lo que ella aceptaba; pero siempre había una tirantez... y así pasaron casi dos años. La fábrica estaba en su apogeo y el amor de Rubén por es mujer crecía sin que tuviera respuesta ella. Siempre le echaba en cara el por qué le prestó tanto dinero a su esposo. Esa ansia de ganar sin trabajar no la entendía y en el fondo, aunque él la ayudaba, le tenía una rabia extraña. Pero Rubén había cambiado. Era un hombre que se dedicó a la empresa y abrir sucursales en todas partes del país. Ya no era más prestamista y se había deshecho de los hombres que lo rodeaban, aunque tuvo que pagarles mucho para ello; pero a él no le importaba, quería llegar a ser otro hombre, y lo estaba consiguiendo. Carla lo sabía.. Un día el dijo: "Aquí tienes los documentos de tu esposo. Ya no me debes nada" Ella sintió un peso grande que le salía del alma; pero todavía quedaban sus amigos... ex- amigos, mejor dicho. Los llamaba uno a uno y con quitas especiales les fue sacando los documentos que su esposo había firmado. Era tanta la bronca que les tenía que siempre le pedía a Rubén estar presente para que la ayudara Él era rápido y sagaz con cada uno de ellos. Quisieron invitarla porque les había pagado... faltó que diera un portazo en medio de sus caras. No la ayudaron cuando lo necesitó. Sólo ese extraño hombre que apareció en su vida cuando Osvaldo desaparecía de la suya. Estaba a gusto con él. El día de su vigésimo quinto cumpleaños, él la invitó con su hijo a un crucero por el Caribe. Ella aceptó. Necesitaba despejarse una poco. Aparte, se daba cuenta que necesitaba la presencia de Rubén. Un descanso no le venía mal. No había parado de trabajar dirigiendo y estando en todas las sucursales presente. Nunca imaginó todo lo que ella llegó a crear y trabajar. Sí, lo único que hacía era limpiar y atender la casa. Subieron al crucero. Cenaron y ella tenía una habitación con su hijo que tenia ya cinco años. Lo acostó y volvió al salón, pues el le pidió que tenía que darle algo especial. Sentados en la mesa recibió dos sobres sorprendentes. En uno, la escritura de su casa a su nombre, y en el otro sobre, exactamente una cuenta bancaria a nombre de ella por el monto de medio millón de dólares, que fue lo que le había pagado a Rubén por la deuda de su marido. No lo podía creer, Rubén no le cobro nada... le devolvió cada peso que ella le parecía que él tomaba. Estaba azorada y feliz, en el fondo, esto era una gran prueba de amor. Esa noche caminaron por el barco, y a lo lejos se veía venir una tormenta. El frío empañaba tan hermoso paseo. El se sacó el saco y cubrió sus hombros con suavidad. Ella se dejó y él la abrazó y besó con una fuerza que le salía del alma ¡Cuánto había esperado por este momento! Carla le respondió de la misma forma, y esa noche fue como su noche de bodas. Ella fue a su recámara y sintió que la vida tenía sentido, que en medio de tanto dolor todavía había alguien por quien valía la pena vivirla. Estuvieron ocho días maravillosos. Su hijito se había acostumbrado a ver a Rubén, y volvieron con la felicidad entrelazada de las manos. Carla reivindicó el nombre de su esposo. Pagó todo lo que debía y sintió que podía empezar una nueva vida junto a Rubén. Lo amaba. En estos ocho días se dio cuenta que le era imprescindible estar con él, y juntos siguieron por la vida y tuvieron un sólo hijo... y saben que nombre le pusieron...Osvaldo. Cosas como estas suceden en la vida real. Yo sólo trato de relatarlas como la sé. |
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