Sartre y la experiencia de la mala fe

por Héctor M. Almada

 

Si una persona afirma exteriormente, es decir con palabras la verdad, e internamente la niega, constituye lo que conocemos por un mentiroso. Es decir, que es un ser que sabe conscientemente que lo que dice no es cierto, que es una mentira. Ahora bien, si posteriormente los terceros conocen la verdad, y el ocasional mentiroso persiste en sus dichos, tenemos plenamente expuesto un ser del cual se dice generalmente, que es de mala fe. Si nos detenemos un instante en esto que hemos establecido, nos encontramos con que para que exista un mentiroso, o un ser de mala fe, es necesario antes que otra cosa una dualidad de personas: el engañador y el engañado. El primero que sabe “a conciencia” que lo que dice no es cierto; el engañado que lo cree. Tal acepción de la mala fe, que podríamos llamar vulgar, no coincide con el pertinente concepto sartreano. Una diferencia radical, insalvable, separa a ambos conceptos. Para Sartre, no existe la dualidad de personas, es decir, en una misma se da el engañador y el engañado. Según la primera acepción, la conciencia del mentiroso se mantiene lúcida, sabía cual era la verdad: en la segunda, la conciencia cree la mentira, se deja envolver en ella. Yo me miento y tomo por verdad tal falsedad.

La clave de ello radica, en que la conciencia jamás podrá coincidir consigo misma, siempre estará sujeta a la dualidad de sujeto observador y de objeto observado; la conciencia se repliega sobre si para observarse, y jamás se unificará con el objeto observado. De esto se deduce, que para la conciencia no es posible la sinceridad; para que ella fuese posible, sería necesario que la conciencia, el “para sí”, coincidiera con el “en si”, es decir que se convirtiera en “cosa” (pues la cosa es la única capaz de sinceridad), que se convirtiera en un ser en-si-para-si.

Resumiendo, podemos decir que la conciencia es capaz de mala fe, por la propiedad de poder secretar su propia nada. ;Cómo y cuáles, son los casos de seres de mala fe?. Cómo y cuales son los casos de engañadores-engañados? Antes que nada debemos dejar de lado, los casos basados en el error. Robert Campbell en su obra: “Jean-Paul Sartre o una literatura filosófica” recoge el ejemplo de Leibnitz, de un individuo que pone su despertador a las seis y media de la mañana, para levantarse y tener tiempo para alcanzar el tren de las ocho. Al llegar a la estación comprueba que se ha retrasado cerca de una hora, y ello se debe, a que durante su sueño alguien penetró en su habitación y atrasó su reloj. La mala fe en este caso consistiría, en que tal persona no barajó la posibilidad de que tal hecho ocurriera, sino la barajó, si se ocultó establecer tal concepto, funda un criterio de valores, una ética se halla tal fuera la verdadera acepción, todo el mundo sería de mala fe, nadie podría superarla. Pero para Sartre no: ser no es “ser de mala fe”, al establecer tal concepto, funda un criterio de valores, una ética se halla implícita. El estado de mala fe, puede y debe ser superado. ¿Cómo? Aceptando mi libertad; de lo que se desprende, que la mala fe, es la renuncia de dicha libertad.

-II-

Por la dualidad de la conciencia, resulta imposible adaptar el “en-sí” al “para-sí”. (El único ser en-sí-para-sí, sería Dios). 'De esta imposibilidad, surge la necesidad del Otro. Es el Otro, quien por medio de su mirada me transforma en cosa, me solidifica, y soy yo a mi vez, quien lo solidifico, lo cosifico al Otro. Se diría: “Apuntalando nuestras dos nadas, una con otra” (Le Surais). Surge así, una tercera dimensión del ser: el ser para el otro.

Pero la mayor necesidad que siente el hombre, es la de llenar su propia nada, y esencialmente, de llenarla en tiempo presente. El hombre siente que el presente se le escapa, que siempre es una proyección hacia el futuro, y que lo único que queda quieto, inmodificable, insobornable, es el pasado. Si yo me pregunto: “que soy” me encuentro con que “ya soy” que “soy ya” que “era...”. Siempre se me escapará el comienzo, porque al hacerme tal pregunta, me daré cuenta que ya era. Se es lo que no se es, y no se es lo que se es. Es decir que el presente siempre se me escapa, cuando quiero detenerlo, objetivarlo, estudiarlo, se me ha hecho pasado. El presente es nada “nèant”.' De ello surge un deseo en mi: el de la eternidad. Es decir, hacerme intemporal, existir como cosa (pensante) fuera del tiempo, ser un en-sí-para-sí. Pero todo es imposible, siempre soy un proyecto de futuro, mi presente no es mas que el futuro de un presente pasado, y ese presente no es mas que la prefiguración de otro futuro, y si quiero detenerlo y preguntarme qué es, qué soy, se me convierte fatalmente en pasado.

¿Cómo evadir el presente vacío...? Dos caminos se me presentan como anheladas soluciones: existir, aferrarme al pasado, o vivir con vistas al futuro. Tales serían las manifestaciones esenciales de nuestra mala fe. El pasado me ofrece un en-si perfectamente pleno, en cuanto al futuro, puedo llenarlo a discreción con los proyectos más peregrinos. Ambas actitudes son fugas, huidas, mentiras que me hago y en las cuales creo; es decir, soy al mismo tiempo, el engañador y el engañado.

-III-

Quien no conoce el ejemplo de los militares retirados. Ya en su casa, ya en el barrio donde viven, permanecen gozando anímicamente, de las consideraciones hacia su anterior profesión. El amor a su esposa y a sus lujos, tiene una aureola de seriedad impuesta, que solamente haya su origen en la disciplina obsecuente que es esencia de todo militar. Aprobará con un íntimo regodeo, que cada ves que de él se hable, se le llame por ejemplo, el Coronel Fulano; que a su mujer se le identifique como la esposa del Coronel, o a sus hijos, los hijos del Coronel. Ni que decir que en su pasado, como en el de cualquier hombre, habrá hechos, épocas, que dejan bastante que desear. (Quedan de lado, los vicios inherentes a su casta), pero como es su pasado, el se ingeniará para olvidarlos y poder aferrarse a una manera de ser, que él entiende pura y concluida. “Es lo que fue” y ese pasado servirá de ejemplo a su hijo, el cual también seguirá la carrera militar, permitiendo así, que su padre se prolongue en él. De tal manera, ese individuo rehuye a considerarse un ser vivo, rehuye a la fatal evolución, rehuye a la no menos fatal elección. El pasado en su conclusión, le ofrece la oportunidad de cosificarse, de creer que su vida está cumplida, cuando en realidad, aún sigue viviendo.

Otra forma no menos común de la mala fe, es la actualización del porvenir. El futuro ofrece la ventaja de que lo podemos llenar con los proyectos más aventurados. Llenamos ese hueco, y nos consideramos ya instalados en él, el hombre “es ya, lo que habrá de ser”. No importa que no se haga nada para cumplir con tales proyecto?, lo que realmente importa, es que en el presente demos por resuelto lo que habremos de ser en el futuro. Con ello, el presente está cumplido... y también ignorado.

A cuantos estudiantes no nos ha pasado lo mismo; estamos a mitad del año, y sabemos que nuestra obligación ineludible es la de rendir exámenes. Pues bien, ayudados de un almanaque distribuimos materias entre los meses que quedan: una a fin de mes, otra a los dos meses, y en el período ordinario de Noviembre-Diciembre dos más, total cuatro exámenes. Para la primera conseguimos los apuntes de tal o cual catedrático, y aguardamos aún una o dos semanas para conseguir algunas síntesis recomendadas por otros compañeros. Ni que decir, que mientras no nos aboquemos a un plan racional de vida dejar nuestras salidas nocturnas, levantarnos temprano, menos lecturas existencialistas— no podremos intentar el cumplimiento de nuestro programa de estudios, pero hay algo que ya hemos salvado: nuestro presente. Somos ya, el estudiante que a fin de año ha rendido (con éxito) cuatro exámenes. Pasarán algunos meses, y los apuntes perdurarán sobre nuestra mesa sin siquiera ser abiertos, pero nada importa. El futuro nos permitirá una nueva dilación, y postergaremos la aplicación de nuestro plan de estudios para el año próximo: el año que viene será otra cosa. Con ello nos estamos ocultando, que para poder rendir algún examen, lo que debemos hacer es comenzar a estudiar de inmediato. Nuestra imaginación es el antídoto de nuestra elección, y por ende, de nuestra libertad. Tal es nuestra mala fe.

-IV-

En los dos casos que hemos visto en el apartado anterior, nos encontramos con ejemplo* claros de fugas ante nuestra evolución. Huidas de algo que no se puede huir, de lo que te ec. No queremoi ser ese "para (i” de transformación constante y que es nada (néant) y nos refugiamos en la viscosidad que nos defiende, y que aún nos estorba cuando contra ella queremos reaccionar.

Pero he aquí, que esa huida no es completa, tenemos conciencia de que huimos y de ahí nuestra angustia. Si me evado de ser algo, es porque conozco el “algo” que no quiero asumir” “...huyo para ignorar, pero no puedo ignorar que huyo, y la huida de la angustia, no es sino un modo de tomar conciencia de la angustia. Nuestra mala fe radica en intentar desconocernos en nuestra esencia, en querer rechazar nuestra libertad. Si Dios no existe, consecuentemente la esencia jamás podrá preceder a la existencia —afirmar una esencia humana, es afirmar una mente supraterrena que la crea— por lo tanto no se puede hablar de una naturaleza humana. “Significa que el hombre empieza por existir, se encuentra, surge en el mundo, y que después se define’'. (El Existencialismo es un Humanismo, pág. 250).

Dotoievskv ha escrito: “Si Dios no existiera, todo estaría permitido”. Si todo está permitido, no existen entonces, valores fuera del hombre, a los cuales el mismo pueda acogerse. Cada uno los crea para sí, y es plenamente responsable de ellos. El hombre es libre y no puede dejar de serlo. De más están los determinismos; quienes quieran justificar sus acciones u omisiones en una naturaleza humana preestablecida, se mienten. Cada cual elige y es responsable de su carácter, de su manera de ser. Así, la protagonista del formidable cuento “La Cámara” es totalmente responsable de su fracaso por haber elegido libremente, ser tan loca como su marido. En el mismo caso se hallan todos aquellos, que buscan disolverse en la comunidad para acatar decisiones abstractas, especies de categorías que estuviesen en su espera. Es el caso de Lucien Fleurier (La infancia de un iefe) que dimiie toda responsabilidad al admitir que “se le esperaba”. “Tenso derechos” mur mura, y los mismos (fuera de él) le habilitan para hacerse obedecer inescrupulosamente por obreros que jamás atacarán “su” derecho a mandar. Y aún más: “En algún lugar de Francia, había una muchacha pura, una provinciana con ojos de flor, que se reservaba casta para él: a veces trataría de imaginarse, sin lograrlo, a su futuro dueño, un hombre terrible y dulce; era una muchacha virgen, reconocía en lo mis recóndito de su cuerpo el derecho de Lucien a poseerla; se casaría con ella, seria “su” mujer, el más tierno de sus derechos. Cuando, por la noche, se desnudara con actitudes sagradas, aquello sería como un holocausto. La tomaría en sus brazos con la aprobación de todos, le diría: “eres mía". Lo que ella le mostraría, no debería mostrárselo sino a él, y el acto de amor sería para Lucien el recuerdo voluptuoso de sus bienes...”. Y así, lo que pudo haber sido la infancia de un hombre, no es más a la postre, que la infancia de un jefe entre los franceses.

Con singular profundidad, Sartre ha establecido la estatura de ese miserable espécimen contemporáneo, que es el antisemita. “El antisemita es un hombre que tiene miedo. No de los judíos, ciertamente, sino de si mismo, de su conciencia, de su libertad, do sus instintos, de su responsabilidad, de la soledad, del cambio, de la sociedad y del mundo: de todo, salvo de los judíos. Es un cobarde que no quiere confesar su cobardía; un asesino que rechaza y censura su tendencia al crimen sin lograr refrenarla y que, por lo tanto, no osa matar sino en efigie o dentro del anonimato multitudinario; es un descontento que no se atreve a sublevarse por miedo a las consecuencias de su insubordinación. La existencia del judío le permite sencillamente al antisemita ahogar en germen sus angustias persuadiéndose de que su puesto ha estado desde siempre señalado en el mundo; que ese puesto le esperaba y que, por tradición, le asiste el derecho de ocuparlo. El antisemita es el hombre que quiere ser roca inexorable, torrente furioso, rayo devastador; todo, excepto un hombre”, “...se arredra ante toda clase de soledad: ante la del genio mejor que ante la del asesino: es el hombre multitudinario; por baja que sea su estatura, todavía toma la precaución de abajarse más por temor de emerger del rebaño y encontrarte frente a frente consigo mismo. Si se ha hecho antisemita es por que no puede serlo completamente a solas". (Tiempos Modernos).

Lo mismo puede afirmarse del sentimiento de los norteamericanos con respecto a los negros. El racista teme descubrir que el mundo está mal hecho, pues tal descubrimiento le obligaría a inventar, a modificar, a hacerse dueño de su destino, “lleno de una responsabilidad angustiosa e infinita”. De ahí que necesite del negro, del judío, como receptáculos de su responsabilidad. Ellos son los culpables de los males del universo. Pero tal mentira no es premeditada. Se trata simplemente de una huida; de una huida de lo que no se puede huir, de lo que se es. El hombre se integra en el todo para realizarse bajo el manto de valores ya constituidos, adentrándose de tal modo en la “inautenticidad”, trata de cosificarse ocultando su propia nada (nèant) mediante el modo de no-ser-lo-que-se-es.

Nadie que trate este tema, podrá eludir la tentación, aún a riesgo de fatigar, de transcribir el ejemplo que Sartre da para evidenciar la mala fe de una mujer que yendo por primera vez a una cita, sabe que llegará el momento de tomar una decisión, con respecto al hombre que la aborda.    .

“El hombre que le está hablando le parece sincero y respetuoso del mismo modo que la mesa es redonda o cuadrada. Esa mujer es profundamente sensible al deseo que inspira, más el deseo crudo y desnudo la humillaría y horrorizaría. Sin embargo, no encontraría el menor encanto en un respeto que fuese únicamente respeto. Para satisfacerla, se precisaría un sentimiento que se enderezara enteramente hacia su persona, es decir: a su libertad total, y que fuese un reconocimiento de su libertad. Pero sería menester, al propio tiempo, que ese deseo fuese netamente deseo, es decir: que estuviera dirigido a su cuerpo en tanto objeto. Esta vez, pues, la mujer se niega a tomar el deseo por lo que este es en sí, ni siquiera le da un nombre, sólo le reconoce en la medida en que este se trasciende hacia la admiración, hacia la estima, hacia el respeto y en la medida también en que se absorbe por entero en las formas más elevadas que produce, hasta el punto de no figurar sino como una especie de calor y de densidad.

Más he aquí que le teman la mano. Ese acto de su interlocutor supone el riesgo de modificar la situación apelando a una decisión inmediata: abandonar la mano es consentir por sí misma en el “flirt”, es comprometerse. Retirarla es romper esa armonía turbadora e inestable que constituye el encanto del momento. Se trata de retardar lo más posible el instante, de la decisión.

Sabido en lo que entonces se produce: la mujer abandona su mano, pero no "advierte” que la abandona. No lo advierte porque ocurre, por azar, que elle, en ese momento, es toda espíritu. Arrastra a su interlocutor hasta las más altas regiones de la especulación sentimental; habla de la vida: da su vida; se muestra bajo su aspecto "esencial": una persona, una conciencia. Y durante ese tiempo, se verifica el divorcio entre el cuerpo y el alma, la mano reposa inerte entre las manos cálidas de su partenaire": ni “consintiente”, ni resistente: una cosa". ("El Ser y la Nada’’, pág. III).

De igual modo abunda Sartre con el ejemplo del mozo de café, explicando esa “justificación” que el hombre se busca mediante la representación de un papel; representación que le confiere la fisonomía de “una cosa en medio del mundo”. Así como el niño juega con su cuerpo para explorarlo, el individuo que sirve, juega a ser mozo de café. Sabe que esmerándose en su papel (“gesto vivo y seguro, excesivamente rápido”, “paso excesivamente animado”... “su voz, sus ojos, expresan un interés excesivamente lleno de solicitud hacia el pedido del diente’'), gana su “derecho a existir”, considera que no está de más; su justificación radica en ser cosa-mozo, es decir ser-lo—que-no—se—es y no-ser-lo-que-se-es.

-V-

Cuando Alemania atacó a Francia, los franceses por tal ataque fueron liberados. Fueron liberados puesto que quedaron huérfanos de todos sus derechos, inclusive el de hablar, y cada uno de ellos en su soledad; en los momentos de las torturas, de los insultos, se sabía dueño de su destino, debiéndose a todos y sin contar con la ayuda de nadie. Aún más, su responsabilidad que no podía ser compartida, era total. La guerra era, para cada uno de los franceses, “su guerra”. Cada uno la había elegido, puesto que la preferían al deshonor, a la deserción, en fin, puesto que la proseguían. En la guerra no hay inocentes, y así Malraux nos presentaba en “L’espoir” a cada uno de los resistentes, tan solitario corno angustiado. Por extensión, se puede decir como Camus, que en el mundo nadie es inocente; nadie es inocente dado que estar en él, actuar según sus normas, equivale a aceptarlo tal como es y ello nos determina como culpables. Somos culpables porque somos de mala fe: somos de mala fe porque no aceptamos nuestra libertad, y la mala fe es el hilo conductor que nos ata y acomoda en el mundo.

"Se podría objetar: pero ¿por qué no podría elegirse a si mismo de mala fe? Respondo que no tengo que juzgarlo moralmente, pero defino su mala fe como un error. Así, no se puede escapar a un juicio de verdad. La mala fe es evidentemente una mentira, porque disimula la total libertad del compromiso. En el mismo plano, diré que hay también una mala fe si elijo declarar que ciertos valore si existen antes que yo; estoy en contradicción conmigo mismo si, a la vez los quiero y declaro que se me imponen. Si se me dice: ¿y si quiero ser de mala fe?, responderé: no hay ninguna razón para que no lo sea, pero yo declaro que usted lo es, y que la actitud de estricta coherencia es la actitud de buena fe”. (El existencialismo es un Humanismo”, pág. 269 Sur).

Se podría también objetar que esa trascendencia individual en base a la libertad que el existencialismo postula, provocaría un divorcio entre los hombres, que viciaría el humanismo que se pretende: “Queremos la libertad por la libertad y a través de cada circunstancia particular. Y al querer la libertad descubrimos que depende enteramente de la libertad de los otros, y que la libertad de los otros depende de ¡a nuestra. Ciertamente la libertad, como definición del hombre, no depende de los demás, pero en cuanto hay compromiso, estoy obligado a querer, al mismo tiempo que mi libertad, la libertad de los otros; no puedo tomar mi libertad como fin si no tomo igualmente la de los, otros como fin". ("El Existencialismo es un Humanismo", pág. 270 Sur).

Otro argumento fácil en contra del existencialismo, es el de que: si el hombre crea sus propios valores, los mismos no han de ser muy serios desde el momento que los elige. “A eso contesto que me molesta mucho que sea así: pero si he suprimido a Dios padre, es necesario que alguien invente los valores. Hay que tomar las cosas como son. Y, además, que nosotros inventemos los valores no significa más que esto: la vida, a priori, no tiene sentido. Antes que ustedes vivan, la vida no es nada; les corresponde a ustedes darle un sentido y el valor, no es otra cosa que este sentido que ustedes eligen. Por esto, se ve que hay la posibilidad de crear una comunidad humana”. (“El Existencialismo es un Humanismo”, pág. 271-72, Sur).

 

por Héctor M. Almada
Revista "Asir" nº 23 / 24

Agosto / setiembre de 1951

Mercedes - Uruguay

 

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