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III – El salvaje |
Al
llegar al escritorio varias veces me había encontrado con un plato de
carne picada junto a mi silla. La primera vez imaginé que era una especie
de aliciente preparado por el ingeniero para levantar la moral del
personal, o quizá para suprimir la hora de la comida en pro de la
eficiencia. Me quedé mirando el plato y sus moscas hasta que el viejo
apareció y dijo “qué macana, me olvidé, perdonemé”. Así
que la oficina tenía otra mascota además de Perla... Consulté con el
encargado y me dijo que sí, que había un perro y que tenía que cuidarme
de no dejar ningún documento importante a la vista, trabajo que hasta el
momento él hacía por mí. Ahora que estaba enterado tendría que
preocuparme yo mismo, bajo pena de perder documentación importante y
recibir una sanción. Pasaron
dos días más y entonces conocí al Salvaje. Ese era el nombre que los
mecánicos –gente hábil para los bautizos– le habían puesto a un
viejo ovejero alemán propiedad del ingeniero, quien insistía en llamarlo
Rey. El bicho no le hacía justicia a ninguno de sus nombres. Era un
animal manso, mansísimo, que pasaba todo el día encerrado en el depósito
de mercaderías del fondo. Por la noche su amo lo dejaba suelto con la
esperanza de que protegiera a la empresa de los ladrones. Pero había días
en los que el Salvaje lograba escapar y aparecía caminando por la oficina
con una lentitud exasperante, mirándonos con esa pena animal y enorme en
sus ojos negros. Parecía reunir en él todas las miserias que nos
rodeaban. Perla y Fernando lo acariciaban un rato hasta que el encargado
le informaba a su dueño que Rey había escapado del cautiverio. El viejo
salía rugiendo de su despacho y tomaba al perro del collar para
conducirlo nuevamente al depósito. Entonces yo anotaba en la libreta
cosas como esta: En la oficina hay un animal. O dos. O varios. Yo soy apenas un cachorro aspirante a perro. A veces no hay nada que hacer y me quedo quieto, mansito en mi cucha-escritorio. El viejo rey salvaje debería servirme de ejemplo, pero ya no ladra ni gruñe. Poco le queda de rey y de salvaje. Se deja llevar de la mano y se conforma con el exilio. |
Porrovideo
Jorge Alfonso
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