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El domador de espejismos
Azucena Aldasoro

Descendía José María, con sus cabras. El otoño avanzaba y pronto las nevadas cubrirían el poco pasto que aún quedaba.  Canturreaba una canción, y sonrió pensando en la romería del pueblo vecino. Todo estaba bien: había almacenado suficiente comida y leña para todo el invierno. La sidra maduraba en los toneles. Sus hermanos ya habían dejado el hogar, el menor, hacía el servicio militar en algún lugar muy lejano y él, el mayor, quedó con “madrecita”.

Soñaba con la llegada del domingo, la fiesta de la Virgen de Aranzuzú. Era el mayor evento del año en todos los pueblitos del la falda sur de los Pirineos.

Ese día se levantaría muy temprano, llevaría a su madre hasta el camino real, para que pudiera ir a la fiesta en carreta. Él iría a pié. Luego, ya en la plaza, se juntaría con los mozos de otras aldeas y todos irían juntos a la iglesia a cantar y bailar. A demostrarle su alegría y agradecimiento a la virgencita, que todo el año los protegió y ayudó.

Hace días que a José María, no le cabe el corazón en el pecho, porque falta muy poco para ver a Pilar, a quien pediría en matrimonio delante de la virgen, de su madre, y de todo el pueblo.

De pronto ve, al costado del sendero, un hombre caído; no es conocido, su ropa habla de pobreza, su cuerpo se convulsiona, la fiebre reseca sus labios de donde sale un débil llamado: “Igor...Igor...”

Josencho se acerca, intenta levantarlo, pero es imposible llevarlo, él solo hasta el caserío.

Un txirrintxo* potente sale de su garganta. De inmediato, otro le contesta, y se multiplica, como un eco, el grito de José María. Este se quita la capa, cubre al hombre, y con desconsuelo ve que en su morral no queda ni una gota de agua.

Al fin acuden otros pastores, y entre todos llevan al hombre a la casa.

Su madre, de inmediato, acondiciona un rincón junto al hogar y lo abriga. Gota a gota va apagando la devoradora sed del hombre, y esa noche, a la luz de un candil, vela el sueño del desconocido, a quién sólo le oye decir: “Igor...Igor...”.

Luego de encerrar las cabras, José María se dispone a cenar. Muy lejos de su pensamiento ha quedado la virgen, la romería y Pilar; pero luego empiezan a resurgir: “¿Y ahora qué haré? Primero está la vida de ese hombre, la Virgen lo puso en mi camino y yo debo obedecer.”

Esa noche fue la primera nevada; José María y su madre, de rodillas, dieron gracias a Dios por haberlo encontrado, de lo contrario habría muerto de frío.

 

Pasaron tres días. El domingo, el pueblo quedó desierto, ni siquiera la taberna del caserío abrió sus puertas.

Empezó a ceder la fiebre del enfermo. Por fin recobró el habla. Sus primeras palabras, aún no del todo coherentes fueron:

-¡Igor! ¿Encontraron a Igor?...-

Más tarde, dijo:

-Mi nombre es Demetrius Latopec. Tienen ante ustedes al único especialista mundial, capaz de resolver el extraño caso de la fábrica aparecida. ¡Soy un domador de espejismos!-

-“Pobre hombre, estará loco”.-

 

Poco a poco fue armando su historia. Nació en Rusia, en el carromato de un circo. Allí creció feliz, de pueblo en pueblo, aprendiendo todas las habilidades de sus padres y compañeros. Desde muy  niño hacía números de malabarismo y equilibrio, de “ecuyere” , de trapecista; y desde payaso a presentador; pero lo que más le gustaba era ser mago e ilusionista.

Se casó con la trapecista, y fue padre de un hermosos niño, rubio como el oro, al que llamó Igor.

Vinieron malos tiempos: guerras, hambrunas, enfermedades, persecuciones. La “Trouppe” se disolvió. La esposa huyó hacia el norte una noche de luna.

La guerra seguía. Cada pueblo era desvastado por el enemigo. A su vez los soldados, desmoralizados, diezmados por el frío y la enfermedad no tenían estímulo, a pesar de lo cual debían seguir su camino de muerte y dolor.

Demetrius convocó a la gente del pueblo y les presentó su plan.

Hizo correr la voz de una fábrica de municiones, escondida en el bosque cercano. Eso fue un regalo para el enemigo.

Pero cada poblador tenía una tarea. Cada mañana fingirían ir al bosque a trabajar, supuestamente a la fábrica. Las mujeres se ocuparían de huir con sus niños y bártulos necesarios.

Él y algunos más, se quedaron en el pueblo como parte de una estrategia.

Cuando los atacantes llegaron, sólo encontraron un pueblo fantasma y una fábrica, que ante los ojos asombrados de los soldados, a medida que se acercaban, se iba más lejos.

La tropa creyó enloquecer cuando vio que la fábrica se desvanecía en la niebla.

Demetrius y otros tres compañeros fueron tomados prisioneros, pero sus vidas respetadas por miedo a los fantasmas que habían esfumado la enorme construcción y sus humeantes chimeneas.

Al tiempo de estar en prisión, llegan noticias a Demetrius, que su niño escapó de la casas de la mujer a quién lo había confiado. Desde ese momento sólo pensó en ir en su búsqueda.

Enloquecido de dolor, una vez más usó sus conocimientos de ilusionista para salir de aquella cárcel y buscar a su querido Igor.

Ya habían transcurrido nueve años, o sea que su pequeño debería tener diez y siete años.

Alguien le dijo que estaba al sur de Francia, y sin pensarlo más se largó en esa dirección.

Trabajó en todo lo que se le presentó, pero esos sí, nunca extendió la mano pidiendo limosna, y ahora debía su vida y sus cuidados a estos pobres montañeses.

Al fin...¿Algún día encontraría a su niño?.

 

José María y su madre, que habían escuchado con toda atención, le dijeron:

-¡Pídele a la Virgencita de Aranzuzú, que te ayude a encontrarlo, ella es muy milagrosa!-

La mujer encendió una vela, puso una estampa de la venerada imagen, y de rodillas inició una oración  que los dos hombres repetían.

Mientras, en el pueblo de Aranzuzú, un muchacho rubio como el oro y llamado Igor, detiene su andar errante, asombrado de la devoción hacia esa imagen llevada en hombros por seis fuertes pastores, mientras los demás pobladores siguen detrás.

Cuando la procesión se enfrenta a Igor, ve que la imagen lo mira y le habla.

-¡No puede ser! ¿Por qué esa señora se dirige a mí?-

Delante de él ve una luz, que siente que debe seguir, y así, no sabiendo por qué, en vez de quedarse en la romería, sale del caserío.

Siente desde lejos el sonido de gaitas y txistus**, no sabe por qué, pero en vez de ir a bailar, va por esa senda, ignorando a donde conduce.

Llega a un pueblo desierto, trae hambre y ser, llama a la única casa de cuya chimenea sale humo.

José María abre la puerta y encuentra ante sí un muchacho “rubio como el oro”, que solo dice: -“Me llamo Igor”.

 

Por ríos y montañas, por tabernas e iglesias, por todos lados corre la voz: ¿Ilusionismo, magia?...

Para la gente del pueblo, un milagro más de la Virgen de Aranzazu.

*Txirrintxo; grito que usan los pastores para comunicarse en las montañas vascas.
** Txistus: instrumento musical montaraz, especie de flauta

Azucena Aldasoro
Taller de Escritura y Estilo "Atrapasueños" de la Biblioteca "Carlos Roxlo", barrio La Teja (Montevideo) Año 2006
Juan Ramón Cabrera - Coordinador

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