Se acabó el asunto un día de San José, diecinueve de marzo. No había ya conjunción de haberes, ni superficies en emergencia, ni nada más que un invento taquillero sí, pero invento al fin. Con efectos especiales y varias estatuillas doradas bien ganadas. Tres monigotes verticales refulgiendo.
A mediados de un principio de década, la del noventa, se terminó lo otro. Pero sigue la lucha libre de deberes y haberes, de ira en las pestañas, basada con fuerza en una construcción imponente que llevó años diseñar. Con buenos frutos y monedas en la orilla del océano ajeno.
El diecinueve de marzo aquél puso de frente el novelón radial, se barajaron las cartas o quizás tiramos los dados, nos mentimos a cara de perro, es decir, urbana, nocturna, coloquial y cotidianamente. Sorpresas ninguna. Cada cual sabía su juego semialtruísta, curioseador y perverso. Perverso al uso nostro, provinciano y marginal, limitado y pueril.
Lo otro era guerra de galaxias, egos al acecho, facturas tratadas de cobrar cada quincena. Vuelva la próxima, le esperamos con una granada en la mano. Veníamos de reprocharnos lo aguado de las sábanas, la falta de tersura y de métodos hilarantes, el ceño de todos los días. No había ni más teatros de neón ni copas rebosantes. Se nos había olvidado hasta el saludo, atentamente, en la eterna espera de su amable respuesta. Permanece sin embargo, decía para adentro, vete pero no te vayas. Crucigrama cerebral.
El día de San José entonces, fue como un escupitajo. Los reclamos con velo
incluido, esmerilados, saltaron a uno y otro lado de la cancha. La culpa rebotaba para atajarla como excusa. No faltó el agudo pinchazo en el centro del pecho ni la cara mojada. Preguntas tipo a dónde se fue todo, repetidas y cursis, llegaron a trancos. Cierta zalamería felina quiso sostener una nota grave que no sonaba ni para los perros. Alargaba situaciones de piedad y no te vayas porque yo me voy y quiero que permanezcas tú, sin irme yo.
Calidoscopio de intenciones.
Lo de la década del 90 se exprime, maltrata y ensombrece según el gusto del comensal.
También hay dolor punzante pero de asco. De cursi -otra vez- a dónde se fue todo. Sorpresas estas vez sí, el Credo se hace añicos. Págame tú, no, págame tú. Vuelan por ahí rezos confianzudos y confiados, confidentes y confesionales. Se sostuvieron las tablas de la ley y el dedo amenazante. Patético dedo.
Qué era lo que queríamos? todos nosotros, pregunto. Apartando el memo de acusaciones, pregunto. Con el de marzo las mayores ambiciones eran un salchichón delgadito y grasoso mas una buena colchoneta, parecidos a otros del sesenta. En cuanto al de la década resulta que ambicionábamos el éxito: malabareábamos con él, lo gozamos, lo tuvimos y queríamos más. Muy tensos y muy perfectos deseábamos el éxito oficial y el interno, a niveles de intelecto afinado, claro.
Jugamos todos los juegos, mentimos todas las mentiras, nos aplaudimos el uno al otro, resentimos uno del otro. Nutrimos peculiaridades y desafueros, líricamente dicho, como es natural. Conclusión: un trío de imbéciles nadando en el caos vital, no queriendo refinar los sentires ni los sentidos, peleando la absoluta vaciedad y recelando además, hasta de los reyes magos. Estoy escribiendo ahora una carta de renuncia. Me retiro del triunvirato por motivos totalmente propios de mi voluntad; nudo hecho en el pelo, recurso de amparo para la lluvia, hábeas corpus en comodato, sin protesto, sin culposos, sin noticia críminis; por si las moscas en una palabra. Porque esta persona que rubrica un cuentito real verdadero, magia aparte, maravilla cancelada, ya no tiene ganas de pertenecer a agrupación alguna. Va a meter el dedo en la misma mermelada cuantas veces quiera y llevárselo a la boca, con greñas y chancletas puestas. Chancletitas de goma, con cincuenta por ciento de descuento, esas de ahí.
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