El Poder Ejecutivo de la República ha dispuesto
celebrar oficialmente, bajo sus
auspicios, el 159° aniversario del nacimiento del Primer Poeta uruguayo, don
Bartolomé Hidalgo, que se cumplirá el 24 de agosto próximo. Se le debía este
homenaje público al trovero oriental. Nadie lo recuerda fuera de los estudiosos.
No dejó descendientes ni amigos, que salvaran su obra del silencio que sobre
ella se abatió después de la muerte del poeta. Hidalgo fue un desventurado, sin maestros, sin recursos, pero su alma, templada por el infortunio y
fortalecida en el amor a su tierra, soñaba con la consecución de un Ideal, que
resplandecía como un ascua en el fondo de sus pupilas. Estuvo siempre
cerca del pueblo, fue demócrata, republicano, —lo tildaron de terrorista.
Estuvo junto a Artigas, Artigas el Grande, ese viejo nuestro tan
espléndidamente integro y desinteresado, que prefirió el destierro a la
permanencia en una patria convulsionada por las ambiciones y las querellas de
sus caudillos. Fue empleado de comercio, Meritorio de la Real
Hacienda. Aventurero en la acción del Cardal, Comisario de Guerra. Ministro
Interino de Hacienda en la gobernación de Otorgues, pero, por encima de estos
cargos y dignidades, fue Poeta y Patriota. Estos dos títulos ya lo hacen
acreedor al enfervorizado homenaje del pueblo uruguayo. En coplas que
lucen el estilo privativo de la creación espontánea, dió nacimiento a una
forma original de poesía escrita, a un género nuevo: la poesía gauchesca.
Además de la picante gracia de su espontaneidad, la poesía de Bartolomé Hidalgo está ennoblecida por una veta de
jerarquía superior, por una permanente expresión de ansiedad colectiva: el amor a
la Libertad y su inquietud ante el destino inclemente de la Patria. Sus
estrofas no son
las del poeta rumboso que multiplica las
imágenes osadas y derrocha confituras académicas en sus poesías; son las del cantor
humilde, repetidas en los vivaques de la
montonera gaucha. Pero, en su gracia pintoresca y libre, expresan con sencillas
armonías y con ingenuas palpitaciones de la musa popular, un subyugante amor por
la Libertad.
Son coplas engarzadas en la lucha emancipadora. y el tiempo no quebrantará jamás
su vigor inmortal. Tienen la fuerza penetrante y la genuina sencillez de las
composiciones primitivas. Cuando las releo, mi espíritu se desnuda de trabas
preceptistas. No hallo defectos en el Poeta; que se los descubran los críticos
literarios. Yo no soy hombre de letras; apenas un poco hombre del Tornero, y
sólo sé que la vida de Hidalgo estuvo consagrada, desde su adolescencia, a la
patria vieja.
No fue un pasatiempo lírico su existencia: estuvo llena de asperezas punzantes y
de miseria. Desde niño, casi, tuvo a su cargo el sustento de la madre enferma y
de la hermana soltera. Los Hidalgo eran pobres, de tan extrema pobreza que sus
dos hermanas fueron bautizadas de limosna.
Bartolomé no tenia tiempo ni vocación para infundir altisonancias de forma a sus
trovas, pero, en ellas alienta, muy cálido, el raudal de una inspiración
vivísima y sincera. Se le reprocha a Hidalgo la tosquedad de sus composiciones.
Si, ciertamente. No es un poeta de calzón corto y maneras pulidas, que mantiene
en suspenso a su auditorio durante recita madrigales. No es un Labardén. No sabe
cantarle a las damitas melindrosas, ni a las matronas acorazadas de pudicia, que
se sonrojan hasta para tomar un chocolate y miran con ojos recoletos los pies
desnudos de los franciscanos. Tampoco es poeta palaciego. Sus cantos siempre
perturban la digestión o aguijan los nervios de los gobernadores. Las notas que
arranca a su tiple no son apacibles ni dulzonas. Su poesía no adula, no
resuma languideces sensibleras. Está grávida de altiveces criollas y animada por
el soplo artístico de la realidad circundante.
Hidalgo fue nada más —y nada menos— que el vocero de la gesta heroica. Si los
gauchos del Patriarca acometían y derrotaban a realistas y portugueses, con
bolas, lazo y chuzas. —las armas autóctonas que maravillaban a Azara.— él
también abandonó el trillo de los poetas cuya inspiración se amoldaba a las
campanudas reglas de la poesía europea. Lanzó al rostro de godos e invasores
—como un tiro de bolas— sus formas nuevas, en moldes poéticos llenos de fresca
alegría juvenil, en los que bullía la fibra indígena, y que tenían la
turbulencia propia de un pueblo indómito y los alientos marciales
característicos de la época de zozobra y de guerra que los patriotas convivían.
El fue Poeta como fue menestral y montonero. La
Poesía de su tiempo era una dama acaracolada, coqueta, romanticona, de miriñaque
y peluca empolvada, pero cuya elegancia rezumaba ñoñez enternecedora. Hidalgo la
arrancó de los salones y de las tertulias de los gobernadores, como hubiera
raptado una amante. La transformó, la rejuveneció, le infundió el calor de su
inspiración vivísima, y la exhibió delante de los gauchos. Estos comprendieron
en seguida la gran voz de aquella Poesía, porque les hablaba en su romance y
porque les exaltaba un sentimiento que ellos apreciaban más que su vida: el de
la Libertad.
El concepto de patria, el ideal revolucionario, la belleza de una vida libre,
tuvieron en Hidalgo un cantor digno y entusiasta. Tradujo con fidelidad los
ardores revolucionarios, las angustias y los rudos impulsos de las almas libres.
Yo no sé qué ve la crítica preceptista en la poesía de Hidalgo. Sólo sé que en
ella debe existir una vena prodigiosa de energía moral, porque su lectura me
llena de emoción. El genio creador de Hidalgo expresa sentimientos que se
resumen íntegros en la palabra: LIBERTAD. Y no hay que olvidar que cuando el
poeta escribía sus Cielitos y sus Diálogos, ésa era una palabra
nueva en las regiones del Plata.
Para mí, Hidalgo es el primero, el único y el prodigioso cantor de la libertad
oriental. De una libertad maravillosamente altiva, de indomable fuerza, cuya
conquista nos procura la ilusión de emanciparnos de mil servidumbres.
¡Defectos de técnica! ¡Pecados retóricos! Vengan en buena hora pecados y
defectos, si le traen al pueblo cantos inteligibles en vez de sonetos
indescifrables... Cantos que traduzcan con sencillez el mundo de sensaciones, de
ideas, de esperanzas que caracterizan una época histórica de nuestra patria. Ese
es el don maravilloso del arte de Hidalgo. El poeta es testigo de
trascendentales sucesos históricos, es actor en ellos, y su poesía los capta
límpidamente. Traduce los estados de ánimo de un pueblo que luch.» por su
emancipación. Su canto no es una finalidad en sí mismo. No canta por cantar. A
su genio creodor lo impulsan constantemente las nuevas consignas del pueblo
oriental, y por eso éste lo reconoce como su bardo típico, aprende d? memoria
sus trovas, y las grita con toda la garganta al compás de las guitarras. Hidalgo
traduce con admirable acierto los fervores de su pueblo.' revela las realidades
ocultas y las órdenes misteriosas del alma colectiva.
¿Qué luchas más tenaces, qué penas tan hondas fueron las de la existencia
azarosa de este creador de una obra imperecedera! Vivió siempre pobre y humild?
como había nacido, luchando a brazo partido pero dignamente con la suerte
adversa. Todos los patriotas lo estimaron. Fué un hombre de bien, lleno de
virtudes, de una profunda modestia. Se extinguió en silencio con sus ensueños
vencido por una afección pulmonar. olvidado de todos, en el pueblo de Morón,
provincia de Buenos Aires. No hubo manos piadosas que señalaran su tumba o
recogieran sus restos. El misterio que pesa sobre su muerte y sobre el lugar de
su sepultura, convirtió a Hidalgo en un ser fabuloso, en un cantor de gesta, en
uno de esos aedas leg?ndanos cuyas creaciones trasmite oralmente la tradición
popular.
Sólo los estudiosos conocieron su labor dispersa y detalles confusos de su vida.
Agradezcamos a Leguizamón y a Falcao sus perseverantes investigaciones acerca de
la vida y de las obras de nuestro poeta. El escritor argentino —tan apegado a
nuestras cosas por razones de afecto familiar— publicó en 1917 el fruto de sus
búsquedas que fue documentadamente ampliado por el uruguayo Falcao en 1929.
El único homenaje público que conozco rendido a la memoria del poeta, consiste
en la atribución de su nombre a una calle de Montevideo. Es una callejuela
escondida, de dos cuadras de extensión, situada en el Reducto. La mezquindad y
la furtividad de ese recuerdo son intolerables. Bartolomé Hidalgo tiene derecho
a que su nombre figure en una gran calle de Montevideo. De ésta, su ciudad, que
él defendió contra el invasor británico desde las filas del Batallón de
Partidarios de Montevideo.
Espero que la comisión designada por el P. E. para proyectar y organizar el
homenaje decretado, lo realice de acuerdo con las superiores normas que es
legítimo esperar de ella, dada la calidad intelectual de sus miembros. |