Elogio de Bartolomé Hidalgo

por José Alberto Aboal Amaro

Ilustró Eduardo Vernazza (Uruguay)

Suplemento dominical de El Día 

 Año XVI Nº 760 Montevideo, 10 de agosto de 1947 pdf

El Poder Ejecutivo de la República ha dispuesto celebrar oficialmente, bajo sus auspicios, el 159° aniversario del nacimiento del Primer Poeta uruguayo, don Bartolomé Hidalgo, que se cumplirá el 24 de agosto próximo. Se le debía este homenaje público al trovero oriental. Nadie lo recuerda fuera de los estudiosos. No dejó descendientes ni amigos, que salvaran su obra del silencio que sobre ella se abatió después de la muerte del poeta. Hidalgo fue un desventurado, sin maestros, sin recursos, pero su alma, templada por el infortunio y fortalecida en el amor a su tierra, soñaba con la consecución de un Ideal, que resplandecía como un ascua en el fondo de sus pupilas. Estuvo siempre cerca del pueblo, fue demócrata, republicano, —lo tildaron de terrorista. Estuvo junto a Artigas, Artigas el Grande, ese viejo nuestro tan espléndidamente integro y desinteresado, que prefirió el destierro a la permanencia en una patria convulsionada por las ambiciones y las querellas de sus caudillos. Fue empleado de comercio, Meritorio de la Real Hacienda. Aventurero en la acción del Cardal, Comisario de Guerra. Ministro Interino de Hacienda en la gobernación de Otorgues, pero, por encima de estos cargos y dignidades, fue Poeta y Patriota. Estos dos títulos ya lo hacen acreedor al enfervorizado homenaje del pueblo uruguayo. En coplas que lucen el estilo privativo de la creación espontánea, dió nacimiento a una forma original de poesía escrita, a un género nuevo: la poesía gauchesca.

Además de la picante gracia de su espontaneidad, la poesía de Bartolomé Hidalgo está ennoblecida por una veta de jerarquía superior, por una permanente expresión de ansiedad colectiva: el amor a la Libertad y su inquietud ante el destino inclemente de la Patria. Sus estrofas no son las del poeta rumboso que multiplica las imágenes osadas y derrocha confituras académicas en sus poesías; son las del cantor humilde, repetidas en los vivaques de la montonera gaucha. Pero, en su gracia pintoresca y libre, expresan con sencillas armonías y con ingenuas palpitaciones de la musa popular, un subyugante amor por la Libertad.

Son coplas engarzadas en la lucha emancipadora. y el tiempo no quebrantará jamás su vigor inmortal. Tienen la fuerza penetrante y la genuina sencillez de las composiciones primitivas. Cuando las releo, mi espíritu se desnuda de trabas preceptistas. No hallo defectos en el Poeta; que se los descubran los críticos literarios. Yo no soy hombre de letras; apenas un poco hombre del Tornero, y sólo sé que la vida de Hidalgo estuvo consagrada, desde su adolescencia, a la patria vieja.

No fue un pasatiempo lírico su existencia: estuvo llena de asperezas punzantes y de miseria. Desde niño, casi, tuvo a su cargo el sustento de la madre enferma y de la hermana soltera. Los Hidalgo eran pobres, de tan extrema pobreza que sus dos hermanas fueron bautizadas de limosna.

Bartolomé no tenia tiempo ni vocación para infundir altisonancias de forma a sus trovas, pero, en ellas alienta, muy cálido, el raudal de una inspiración vivísima y sincera. Se le reprocha a Hidalgo la tosquedad de sus composiciones. Si, ciertamente. No es un poeta de calzón corto y maneras pulidas, que mantiene en suspenso a su auditorio durante recita madrigales. No es un Labardén. No sabe cantarle a las damitas melindrosas, ni a las matronas acorazadas de pudicia, que se sonrojan hasta para tomar un chocolate y miran con ojos recoletos los pies desnudos de los franciscanos. Tampoco es poeta palaciego. Sus cantos siempre perturban la digestión o aguijan los nervios de los gobernadores. Las notas que arranca a su tiple no son apacibles ni dulzonas. Su poesía no adula, no resuma languideces sensibleras. Está grávida de altiveces criollas y animada por el soplo artístico de la realidad circundante.

Hidalgo fue nada más —y nada menos— que el vocero de la gesta heroica. Si los gauchos del Patriarca acometían y derrotaban a realistas y portugueses, con bolas, lazo y chuzas. —las armas autóctonas que maravillaban a Azara.— él también abandonó el trillo de los poetas cuya inspiración se amoldaba a las campanudas reglas de la poesía europea. Lanzó al rostro de godos e invasores —como un tiro de bolas— sus formas nuevas, en moldes poéticos llenos de fresca alegría juvenil, en los que bullía la fibra indígena, y que tenían la turbulencia propia de un pueblo indómito y los alientos marciales característicos de la época de zozobra y de guerra que los patriotas convivían.

El fue Poeta como fue menestral y montonero. La Poesía de su tiempo era una dama acaracolada, coqueta, romanticona, de miriñaque y peluca empolvada, pero cuya elegancia rezumaba ñoñez enternecedora. Hidalgo la arrancó de los salones y de las tertulias de los gobernadores, como hubiera raptado una amante. La transformó, la rejuveneció, le infundió el calor de su inspiración vivísima, y la exhibió delante de los gauchos. Estos comprendieron en seguida la gran voz de aquella Poesía, porque les hablaba en su romance y porque les exaltaba un sentimiento que ellos apreciaban más que su vida: el de la Libertad.

El concepto de patria, el ideal revolucionario, la belleza de una vida libre, tuvieron en Hidalgo un cantor digno y entusiasta. Tradujo con fidelidad los ardores revolucionarios, las angustias y los rudos impulsos de las almas libres. Yo no sé qué ve la crítica preceptista en la poesía de Hidalgo. Sólo sé que en ella debe existir una vena prodigiosa de energía moral, porque su lectura me llena de emoción. El genio creador de Hidalgo expresa sentimientos que se resumen íntegros en la palabra: LIBERTAD. Y no hay que olvidar que cuando el poeta escribía sus Cielitos y sus Diálogos, ésa era una palabra nueva en las regiones del Plata.

Para mí, Hidalgo es el primero, el único y el prodigioso cantor de la libertad oriental. De una libertad maravillosamente altiva, de indomable fuerza, cuya conquista nos procura la ilusión de emanciparnos de mil servidumbres.

¡Defectos de técnica! ¡Pecados retóricos! Vengan en buena hora pecados y defectos, si le traen al pueblo cantos inteligibles en vez de sonetos indescifrables... Cantos que traduzcan con sencillez el mundo de sensaciones, de ideas, de esperanzas que caracterizan una época histórica de nuestra patria. Ese es el don maravilloso del arte de Hidalgo. El poeta es testigo de trascendentales sucesos históricos, es actor en ellos, y su poesía los capta límpidamente. Traduce los estados de ánimo de un pueblo que luch.» por su emancipación. Su canto no es una finalidad en sí mismo. No canta por cantar. A su genio creodor lo impulsan constantemente las nuevas consignas del pueblo oriental, y por eso éste lo reconoce como su bardo típico, aprende d? memoria sus trovas, y las grita con toda la garganta al compás de las guitarras. Hidalgo traduce con admirable acierto los fervores de su pueblo.' revela las realidades ocultas y las órdenes misteriosas del alma colectiva.

¿Qué luchas más tenaces, qué penas tan hondas fueron las de la existencia azarosa de este creador de una obra imperecedera! Vivió siempre pobre y humild? como había nacido, luchando a brazo partido pero dignamente con la suerte adversa. Todos los patriotas lo estimaron. Fué un hombre de bien, lleno de virtudes, de una profunda modestia. Se extinguió en silencio con sus ensueños vencido por una afección pulmonar. olvidado de todos, en el pueblo de Morón, provincia de Buenos Aires. No hubo manos piadosas que señalaran su tumba o recogieran sus restos. El misterio que pesa sobre su muerte y sobre el lugar de su sepultura, convirtió a Hidalgo en un ser fabuloso, en un cantor de gesta, en uno de esos aedas leg?ndanos cuyas creaciones trasmite oralmente la tradición popular.

Sólo los estudiosos conocieron su labor dispersa y detalles confusos de su vida. Agradezcamos a Leguizamón y a Falcao sus perseverantes investigaciones acerca de la vida y de las obras de nuestro poeta. El escritor argentino —tan apegado a nuestras cosas por razones de afecto familiar— publicó en 1917 el fruto de sus búsquedas que fue documentadamente ampliado por el uruguayo Falcao en 1929.

El único homenaje público que conozco rendido a la memoria del poeta, consiste en la atribución de su nombre a una calle de Montevideo. Es una callejuela escondida, de dos cuadras de extensión, situada en el Reducto. La mezquindad y la furtividad de ese recuerdo son intolerables. Bartolomé Hidalgo tiene derecho a que su nombre figure en una gran calle de Montevideo. De ésta, su ciudad, que él defendió contra el invasor británico desde las filas del Batallón de Partidarios de Montevideo.

Espero que la comisión designada por el P. E. para proyectar y organizar el homenaje decretado, lo realice de acuerdo con las superiores normas que es legítimo esperar de ella, dada la calidad intelectual de sus miembros.

 

por José Alberto Aboal Amaro

Ilustró Eduardo Vernazza (Uruguay)

 

Publicado, originalmente, en: Suplemento dominical de El Día  Año XVI Nº 760 Montevideo, 10 de agosto de 1947 pdf

Gentileza de Biblioteca digital de autores uruguayos de Seminario Fundamentos Lingüísticos de la Comunicación

Facultad de Información y Comunicación (Universidad de la República) y Biblioteca Nacional

            

Ver, además:

 

                     Bartolomé Hidalgo en Letras Uruguay

     

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