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Paula Miranda y la poesía de
Violeta Parra |
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En noviembre de 1966, dos meses antes de matarse, en sello RCA, aparece Las últimas composiciones de Violeta Parra. Fijado para siempre, el dato permanece como una herida abierta. Violeta Parra agradece a la vida como una niña que no quiere ser castigada o como un último exorcismo inútil; la batalla que ha emprendido está de antemano perdida y esa calurosa mañana del 5 de febrero de 1967 la impresionante maldición de su Maldigo del alto cielo Maldigo la cordillera De los andes y de la costa Maldigo señor la angosta Y larga faja de tierra También la paz y la guerra Lo franco y lo veleidoso Maldigo lo perfumoso Porque mi anhelo está muerto Maldigo todo lo cierto Y lo falso con lo dudoso Cuánto será mi dolor. se funde haciéndose trizas con la maldición aún más absoluta de la eternidad: ¡Tierra, desfallece! ¡Mundo marchítate! ¡Séquense ríos y mares! que se derrumbe el cielo con la tierra y que borrachas se desplomen las montañas porque era eterno nuestro pacto y tú lo rompiste oh hija de Sión Como si dos mil quinientos años fueran apenas un segundo para la desdicha, recordé esos párrafos leyendo La poesía de Violeta Parra, este extraordinario libro de Paula Miranda sobre la más entrañable y dolorosa de nuestras artistas, aquella que como todos los grandes poetas, como aquellos que fundan la historia de los pueblos tocó la alegría, el dolor, la esperanza, el amor, el odio, el abandono, la pasión, la desesperación, la picardía, y que quizás por eso mismo, por expresar todas las emociones humanas también padeció todas las vidas hasta arrancarse la suya. Me ha parecido que esa constatación está en el origen de un libro como este y no es casual que en él su autora haya puesto precisamente su vida. Magistralmente escrito, Paula Miranda ha unido el máximo rigor analítico y los saberes disciplinarios, el análisis textual, la crítica literaria, la historiografía, con el fervor, la delicadeza y más profundamente aún con los significados más hondos de una palabra que solemos perder: la compasión. Parafraseando a Borges, nadie es hoy Violeta Parra, pero no hay nadie en el mundo que en un minuto del día no lo sea. Esa compasión que atraviesa de comienzo a final este libro se nos revela así como una forma de conocimiento y más allá aún como el único vehículo que nos permite ser lo que se compadece, fundirse con él. El libro es conmovedor entre muchas razones, porque habría sido imposible escribirlo sin que su autora, Paula Miranda, no haya sido también Violeta Parra, es decir, sin ser esa fuerza que en su deseo de nombrarlo todo, cada rincón de Chile, sus personajes, sus dichos y palabras, sus canciones, todo, nos recordó que la poesía es exactamente la compasión por cada detalle del mundo; por el milagro increíble de su existencia y por la fragilidad que encarna, por todos los Run Run de este mundo y por todos sus nortes, por todos los hermanos Roberto de esta tierra, por todas las cartas que no alcanzaron a escribirse, compasión por todas los que han muerto antes de los 50 años. Violeta Parra se suicidó antes de los 50 años. En su capítulo central, “La última canción”, Paula Miranda transcribe el último encuentro de Violeta con su hermano Nicanor Parra, y es tan impresionante, tan increible darse cuenta de que su hermano padre, Nicanor hoy a punto de cumplir cien años, tuvo que suplir esa vida, vivirla dos veces. Eso tiene un solo nombre: eso se llama amor. No habrá más allí niño que viva pocos días, ni anciano que no complete su tiempo; porque el joven morirá a los cien años, y el que no alcance los cien años será considerado maldito. Isaías 65: 20 Esa compasión que carece de alardes es, como digo, lo que hace que este libro se escape de los moldes a veces algo paralizantes del estudio académico para constituirse finalmente en una elegía. Es lo que sucede al leer las últimas horas de Violeta Parra en el capítulo al que aludía, la descripción es tan nítida, que pareciera que quien escribe estuviera a punto de abandonar la tercera persona del ensayo, para levantarse desde las páginas que estamos leyendo y asumir la primera persona, la primera persona de la imprecación y del grito para gritar, para llorar, para imprecar. Qué te cuesta mujer árbol florido Álzate en cuerpo y alma del sepulcro Y haz estallar las piedras con tu voz Violeta Parra Porque finalmente toda escritura es a destiempo porque toda escritura es el intento inútil de ser la resurrección, de resucitar a los muertos, de poner aquí lo que no está. Escribir entonces una obra sobre la obra de una suicida que moró en este mundo, que se llamó Violeta Parra, es escribirle una carta a esa muerte, es responderle a esa infinidad de pequeños desencuentros, incomprensiones, a ese cúmulo infinito de malos entendidos, de citas truncas, de dolores, heridas, abusos a esa infinidad de violencias que a diferencia de las grandes tragedias, que a diferencia de la muerte de un hermanito, o de un hijo, que a diferencia de los feroces abandonos, carecen de volumen como para que sea respondidos, pero que sumados uno a uno son tantos, tan demencial, desmesuradamente tantos, como para hacer que un ser humanos cometa ese acto tan contra todo, tan contra los instintos, contra la biología, contra la naturaleza, que es quitarse la vida. Una de las condiciones trágicas de los libros es que su grandeza radica en que todos como decía, son escritos a destiempo, cuando ya no hay nada por hacer porque ese hueco incolmable, abrupto, hiriente, pornográfico, que deja no el haber muerto, sino de haber sido asesinada por la muerte, nada ni nadie podrá llenarlo. ¿Qué nos queda entonces? Por esas casualidades inexplicables, buscando en Youtube “Río Manzanares” en la versión de Isabel y Ángel Parra, la canción que como nos relata el libro escuchó repetidas veces antes de matarse, caí en una entrevista a Anna Arendt en un programa de televisión, imagino de los años 50 porque era en blanco y negro, donde le preguntaron ¿Qué nos queda entonces? se refería a qué nos puede quedar cuando lo hemos perdido todo, y ella respondió: Nos queda la lengua materna. Creo que esa respuesta nos atañe. Paula Miranda con La poesía de Violeta Parra nos ensanchó el cielo de la poesía y con ello le agregó nuevos tonos a la lengua materna. Una lengua es el sonido de todos los que la hablan y de todos los muertos que la han hablado, la lengua que hablamos es la permanente reinterpretación de la música que nos va dejando la lengua que hablaron los muertos. Gracias Paula Miranda. La alta poesía que nos muestra tu libro La poesía de Violeta Parra vive en la música de los vivos y los muertos. Notas: [1] Esta presentación fue leída en el lanzamiento del libro La poesía de Violeta Parra (Santiago: Editorial Cuarto Propio, 2013), realizado el día 26 de marzo de 2014 en el Centro Cultural Gabriela Mistral. Presentaron además el libro el académico Grínor Rojo y la crítica Marisol García. Participaron también los cantores a lo divino Domingo Pérez Ibarra y Fidel Améstica; los payadores Hugo González, Gabriel Torres, Rodrigo Torres y los músicos Chinoy, Martín Torres y Pascal Torres. |
por Raúl Zurita
Publicado, originalmente, en: Anales de Literatura Chilena Año 15, diciembre 2014, Número 22, 155-158
Anales de Literatura Chilena es una publicación del Centro de Estudios de Literatura Chilena de la Pontificia Universidad Católica de Chile (CELICH)
Link del texto: https://analesliteraturachilena.letras.uc.cl/index.php/alch/article/view/37253
Ver, además:
Violeta Parra en Letras Uruguay
Editor de Letras Uruguay: Carlos Echinope Arce
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