Luz en el tacto

poema de Horacio Zabaljáuregui

No me quieras mirar. Se aprehende la certeza del milagro

por un mundo
en el que viven, son, cuatro sentidos.
Por dentro del olor los cuatro miran. Total nos reconocen.
Y la otra voz -la que observó por dentro-

se hace canción, vuélvese ojos

que abrazan sin mirar -ciego perfecto-

los gestos necesarios de un instante

donde ser comprobados.

La tarde fue feliz -allí más ciega- y, su memoria de seguro tacto,

el aire incorporó. En mi cuerpo engendrabas

más allá de tus dedos. Y, sin ver, me veías.

Luz en el tacto. No la visión y sí veraz, total conocimiento

de otra verdad -bella verdad- corporizada

y viva.

Fue en esa luz certera, nunca extraña, que no miente,

donde pude
reconocer cómo el amor, a veces, alza formas

de no encontrar, ni ver, ni asir la estatua

más torpe y vana siempre del dolor.

Así fue, como digo. Sin que vieras la gota en la que ardí

más que la lluvia. Que consumió la luz hasta el asombro

donde me conocí mirándome sabida

por tus ojos vacíos, llenos de luz en cambio,

dibujándome bella.
Y en los que tú,

sin mirarme, ya acertabas a verme
crecer entre tus manos. Con la seguridad de haberme hallado el sitio

más interior y cierto
en que el color se tacta. Y se huele. Y se oye. Y se perdona.

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