El cuerpo importa. 
Importancia y justificación temática: objetivos y referentes metodológicos

Marta Zabaleta

En la vida hay etapas, y hay momentos. Períodos intensos estos últimos que, como este número especial de la Revista del CESLA, son oasis de reflexión y de intuición de algo por venir; momentos que sintetizan el esfuerzo de estudiar y de compartir, de investigar y de diseminar los resultados de nuestra investigación, de enseñar y de aprender de una manera colectiva, amistosa, creativa y armónica.

 

Por eso es que nos reunimos en Londres en periódicas asambleas, desde 1995 en adelante, abordando distintos problemas contingentes.  Así fue que se realizó la Third International Research Middlesex  University  Conference on Latin American Women ‘Women’s Human Rights: The Body Matters’, el 10 de abril del 2001. Para  reflexionar acerca de lo que ha pasado en los 53 años transcurridos desde que se aprobara la Declaración de los Derechos Humanos Universales. El tema tiene gran relevancia actual,  en particular luego de la adopción por parte de la legislatura británica del Human Rights Act, in octubre del 2000. [1]

 

Hubiéramos preferido poder llamarle a este momento un ‘encuentro feminista’, en el afán de resumir una experiencia vital que de alguna manera nos es privativa, en cuanto somos miembras del género femenino que luchamos conscientemente por cambiar la posición de las mujeres en todas las sociedades contemporáneas..

 

Pero, a pesar de intentar adecuar las herramientas de la academia al diálogo intercultural, nos hubiéramos encontrado sin un vocablo preciso para calificar este tipo de reunión en salas universitarias europeas. Es que la academia británica - aunque muchas / os nos jactemos de nuestro recién aprendido alfabeto del multiculturalismo-, no tiene aún un concepto realmente adecuado para describir este periódico y típico momento de la vida de las comunidades de ‘mujeres latinas’, académicas y / o activistas y/ organizadoras, que se organizan y reúnen a discutir acerca del quehacer para mejorar su situación actual. Ya desde el famoso Congreso Internacional Feminista realizado en Buenos Aires en1910, hasta los más recientes realizados durante el final del siglo XX  hasta la fecha, y a pesar de sus muchas diferencias ideológicas, ha habido ‘latinas’ gustosas de auto-convocarse y auto-reconocerse públicamente como hacedoras del feminismo latinoamericano. Seremos aún no muchas en números, pero tal vez  y por eso mismo, tal vez seamos - al igual que a las mujeres y  hombres que participan de nuestras inquietudes aunque provengan de otras latitudes geográficas- las imprescindibles. Aspiramos por tanto a que el material que sometemos a vuestra lectura ayude a testimoniar dicho compromiso.

 

Desde los golpes de estado contra los gobiernos constitucionales  de Jacobo Arbenz en Guatemala en 1954 y de Juan D. Perón en Argentina en 1955, y al amparo del heterodoxo abrigo proporcionado por la ‘guerra fría’, se abriría después de la Segunda Guerra Mundial una nueva etapa de la historia de las sociedades latinoamericanas, que si en lo político vieron por entonces el final del populismo burgués con pretensiones proletarias, en lo económico y financiero quedaron crecientemente abiertas al usufructo de las compañías inversoras extranjeras de USA y Europa, y al escrutinio de las actividades de las instituciones secretas de sus estados que siempre las secundan, como es el caso de la Central América de Inteligencia (CIA), así como del de varias fundaciones privadas extranjeras y nacionales, todas las cuales emprendieron de manera no necesariamente siempre concertada, pero bajo la común pancarta anticomunista, operaciones de espionaje y de agresión cultural y política en los países de América Latina, (actividades un tanto diferenciadas, algunos  alegan, del tipo que desarrollaba también la CIA , entre otras, tanto en Europa oriental como en la occidental).

 

Es que la administración americana, desde el macartismo en delante, iría a responder  a la ideología expansionista de la Unión Soviética y de la China, y al trabajo de los jefes de la KGB y sus similares del resto del mundo, con un nuevo modelo mundial de operaciones combinadas, cosas ambas abundantemente conocidas ahora. Todas esas actividades de la ‘guerra fría’ han ido por alguna razón haciéndose cada vez más públicas, aunque es claro, están sujetas aún a todo tipo de distorsiones oficialistas, como lo es el caso de los datos que el gobierno de Clinton  presentara a finales del 2000, por ejemplo, sobre las actividades de la CIA en Chile.[2]

 

Durante la administración del católico J. Kennedy, el estado americano, con bases mucho más firmes de sustentación política, económica y cultural en América Latina que su contrapartida de Moscú, contando también con el apoyo financiero y moral del Vaticano y de otras iglesias, tales como la de los Mormones, el de algunas casas reales de Europa como la de Bélgica[3]  y de partidos democratacristianos europeos como el de Italia, observó con creciente aprehensión a las mujeres y hombres pobres del campo y la ciudad especialmente en países tales como la Republica Dominicana, Haití y Cuba, Nicaragua y Guatemala, y a los enclaves agrícolas con población mayoritariamente indígena empobrecida de otros  tales como Perú, Bolivia, Ecuador, y el Noroeste de Argentina y Chile, y se decidió a poyar modernos proyectos de evangelización, políticamente hablando.

 

Temiendo la fuente potencial de rebelión creada por la creciente pauperización  económica, social y cultural de grandes contingentes de población flotante que generaba un tipo de crecimiento económico sin humanismo y que despoblaba sistemáticamente al campo y comenzaba a rodear a las grandes ciudades de cinturones de pobreza, y que apoyaban los bancos internacionales y el BID, controlaba la OEA y planificaba desde Santiago la CEPAL, los empresarios de USA previeron que ‘los marginados’ podrían resultar liderados  por los partidos políticos alineados con Moscú, Vietnam y /o China, máxime cuando sus niveles de conciencia social comenzaron a absorber los discursos y la práctica de la incipiente nueva izquierda de tipo insurreccional que inspirara, por ejemplo, el masivo apoyo obrero-campesino del tipo le permitiría al Movimiento 26 de julio asumir el poder estatal en Cuba en 1959, un estado que poco después se declararía marxista-leninista y comenzaría a actuar como portavoz del comunismo soviético dentro y fuera del ese país, o adquierieron  conciencia crítica a través de proyectos cristinos de liberación social. 

 

Es decir, que los miedos de los años cincuenta se vieron parcialmente confirmados  por la realidad. Ello contribuyó a que, en vista de la particular correlación de fuerzas internas del país, y de su peculiar estructura geográfica, entre otros elementos, fuera Chile escogido en el continente como centro de experimentación de una ‘revolución en libertad’. Millones de dólares fueron entonces canalizados hacia el suelo chileno en apoyo a los sectores sociales y fuerzas políticas encabezadas por Eduardo Frei, contribuyendo de manera decisiva a la  victoria en los comicios del Partido D.C. en 1964. Chile fue también el epicentro del Programa Camelot, que durante los sesenta  contribuyó a moldear y distorsionar la investigación social en Latinoamérica en la dirección aprobada por Washington, ignorando por ende la participación social de las mujeres y otros grandes grupos sociales oprimidos. Esos proyectos secretos no hacían, tal como era de esperar, aún ningún distingo entre hombres y mujeres, etnias ni razas; y sus intelectuales orgánicos, tampoco: a estos sólo les importaba su propio bienestar y la ciencia sanitizada.

 

De la sexualidad poco se discutía oficialmente, aunque a nivel individual estuviera ella mediatizada a nivel religioso en los confesionarios de las iglesias católicas y a nivel de políticas se empezaran proyectos pilotos de planificación de la familia impulsados por servicios del aparato del estado, tales como el Ministerio de Salud. O sea,  que el aparato del estado chileno conducido por el PDC apoyaba nuevas políticas reproductivas, siempre que contaran con la bendición de la jerarquía religiosa católica. Mujeres de clase media y con educación formal hicieron modestos avances en el mercado de trabajo y hacia el poder político, estatal y cultural como fruto de un modelo de crecimiento que propiciaba un modernismo social que dejara intactas las bases del  poder, y del machismo y el marianismo en sus expresiones nacionales.[4]

 

Pronto se expandieron las bases requeridas por la expansión de las actividades financieras y de espionaje multinacionales desde el Cono Sur, las que ligadas con las realizadas en Brasil y que condujeran al golpe militar contra la administración de Goulart en 1964, le permitió a la CIA pasearse hasta hoy, impunemente. Pasando, está claro, por Uruguay, Paraguay, y Bolivia adonde ayudó a terminar con la disidencia al interior del comunismo  representada por el grupo local que comandaba Ernesto Guevara. Allí murió acribillada, sin ninguna piedad ni resistencia alguna, baleada  por el ejército boliviano en 1967, una mujer comunista, embarazada y nacida también en Argentina, Tania. Por una vez, el ejército boliviano pudo jactarse de poner en primer lugar y plano a las mujeres (tal vez porque mostrarlas despedazadas coadyugara al intento de feminizar la imagen del territorio nacional que era penetrado /violado por las balas de sus fuerzas armadas).

 

En una nación fronteriza a Bolivia, crecía la solidaridad del Partido Socialista y su líder, el senador  S. Allende, por las víctimas argentinas de Trelew  y otras,  mientras el ala juvenil de la izquierda se radicalizaba y en el país los ‘marginales’ se organizaban en base a nuevas consignas y a una nueva trova que exigía el poder popular, y reclamaba servicios primarios de vivienda, de alimentación más allá de los sacos de harina y leche distribuidos por el Punto Cuarto, de educación y de salud.

Pero todas las bases materiales, el consuelo religioso, las redes personales y las del ‘sindicalismo libre’ que los expertos americanos consideraban como esenciales para hacer efectiva la traición a los intereses de las grandes mayorías de la sociedad sociedad chilena, estaban ya casi listas y muy activas, mucho antes del triunfo en la elección de la Unidad Popular en Chile, el 4 de septiembre de 1970. Aquella telaraña social era más visible en Chile, pero la sabíamos preparada  en todo el continente.

 

Sus tareas de mayor responsabilidad se le otorgaban casi exclusivamente a los hombres. Todo esa macabra y costosa trama social, así como los técnicos civiles y militares especializados en torturas y desapariciones que se requerirían para imponer masivamente el terror como forma de control social por casi dos décadas (1973-1990) fueron puestas al servicio de la superestructura institucional e ideológica nacional e internacional requerida por los aparatos represivos del estado que irían a reemplazar, no sólo en Chile, sino en países tales como Bolivia, Uruguay y Argentina a los gobiernos democráticamente elegidos. En Chile se trataba de destruir a la Unidad Popular, una coalición clasista de izquierda que impulsaba desde el estado programas re-distributivos moderados, promovió temores y alianza similares a las de Argentina cuando se removió con un golpe al peronismo en 1955. Como es ampliamente sabido,  pocas personas políticamente educadas se atreverían de tildar a S. Allende de revolucionario ni a Perón de marxista-leninista, sólo porque impulsaran durante cortos períodos procesos de transferencias de excedentes de cierta magnitud

 

No obstante, en nombre del orden de rigidez extrema que deriva de la cruz, de la familia nuclear patriarcal y beata, y de una  patria reinventada otra vez por las cúpulas militares a su propia imagen viril y a cruel semejanza, patriarcas ciegos a otras leyes que las de la fuerza,  el secreto, la impunidad, y las ganancias fáciles, desplegaron sus mentes obsesivas de manera similar a la de los asesinos múltiples, entrenados como ya estaban en el gozo con el dolor ajeno y  con  experimentar la crueldad humana en sus formas más despiadadas; incentivados ellos por los mismos valores que poseyeron  los conquistadores europeos, enviciados también en la obtención de ganancias materiales a cualquier costo; como ellos, contaron con su propia inquisición, con toda aquella madeja gris entrelazada y sexista, machista, racista y oscurantista y con un arma nueva, la continental del terror que en  menos de diez años se auto-llamaría, se dice hoy, la ‘Operación Cóndor’. Una que se asume fuera dirigida desde Chile por el entonces general en servicio activo, A. Pinochet y las policías secretas combinadas de varios servicios y países.

 

Fueron así los ‘supermachos’ [5]  los que dieron por tierra con las ‘supermadres’ en la política latinoamericana, antes de que estas supieran siquiera lo que se decía en la academia acerca de su supuesto innato conservadorismo; los que feminizaron la tierra nativa violentándola con la fuerza combinada de la mentira, la impunidad, la cobardía y la ‘justicia’ de la gran capacidad de fuego de sus armas. Fueron los golpistas quienes bombardearon la ciudad de Santiago el 11 de septiembre de 1973; tal vez eso les dio la idea a quienes menos de tres décadas después eligieran el mismo día para destruir parte del Pentágono y varios rascacielos neoyorkinos. Es de desear que este nuevo espectáculo de brutalidad de los supermachos  y de sus multimillonarios aliados eduque al pueblo americano en la modestia intrínseca y universal del sufrimiento humano que dichos brutales métodos produce masivamente entre la población inocente.[6]        

 

Fue especialmente bajo esos últimos gobiernos de facto que algunos de los derechos humanos sancionados en 1948 les fueran denegados a los civiles, mujeres y hombres por igual por las dictaduras latinoamericanas modernas  que algunos autores llaman eufemísticamente  ‘gobiernos (meramente) autoritarios’. Estas tiranías despóticas mismas les negaron a miles de miles de personas hasta el derecho a existir. O no les dejaron vivir dentro de las fronteras nativas, ni ganarse allí un sustento acorde a sus capacidades, ni mucho menos de acuerdo con sus necesidades, ni dejaron expresar una opinión de oposición en público sin arriesgar la salvaje represión estatal.

 

Así fue que nos condenaron a muchos a la despiadada experiencia del exilio externo. Pero de a poco, lenta y seguramente es posible extender de nuevo saludables raíces por el resto del mundo. De manera tal nos convertimos, algunas, en ciudadanas de un mundo nuevo, sólo para comprobar una vez  más que tampoco aquí existía la  igualdad entre los géneros. ¿Por qué no se nos trata como iguales en la academia británica  si somos mujeres, por ejemplo? Será porque somos agnósticas, católicas, judías, o musulmanas. O que no se nos considera igualmente ‘civilizadas’, sólo porque nuestra función social es la de ser amas de nuestras casas. O porque queremos cuidar de nuestra progenie. Porque sí, es verdad y es hora de que se acaben los mitos, las comparaciones y las tesis al respecto, muchas de entre nosotras estamos satisfechas de haber optado por ser madres, y contentas y hasta orgullosas de nuestra maternidad responsable, y es cierto también de que gozamos con ser abuelas.[7]

 

Pero no por eso todas asumimos, ‘las latinoamericanas’, ni las de aquí  ni las de allá, una especie de servilismo maternal, como lo piensan algunas colegas que nos investigan con la distorsionada lupa de su propia cultura. Ni siempre pensamos que ser madres o abuelas nos menoscaba en ningún sentido, ni que ello no nos permite ser  feministas. Porque todo ese nuestro quehacer más íntimo ni nos incapacita para otras tareas igualmente importantes, ni nos parece tampoco suficiente. De ahí que reclamemos iguales derechos laborales que los hombres blancos. En nuestro caso y como universitarias, en el mercado de las profesiones liberales, y más allá igualdad con ellos y entre nosotras en todas partes, pero idealmente en un mundo transformado para mejor. La paridad está hoy muy lejos de poder ser obtenida por las académicas, especialmente por aquellas que se apartan de las rígidas normas de la academia británica; y muy en especial, cuando se ha nacido, como es nuestro caso, y crecido en ‘otro idioma’ y no en cuna de oro, fuera de sus fronteras territoriales y de la cultura académica prevaleciente.

 

Nos reunimos para vivimos día en Londres para trabajar. Venimos todas de sociedades adonde con la mirada globalizada se nos devalúa sexualmente apenas nuestro cuerpo deja de ser adolescente, y se nos trata casi como trastos viejos ya desde cuando cumplimos algo más que la primera mayoría de edad. O se nos mira en menos porque sentimos y amamos de una manera diferente a lo que es supuestamente lo ‘normal’, esto es, sin aceptar las pautas heterosexuales impuestas como norma social con reglas fijas a los sexos. En suma, si se es mujer, latinoamericana y librepensadora se corre el riesgo de ser tomada corrientemente por exótica, o excéntrica, o malagradecida, excepto que se nos vea como víctimas de culturas inferiores, en cuyo caso inspiramos bastante pena, y a menudo solidaridad verdadera. Es en Europa, en La Haya por ejemplo, en donde con más frecuencia que en otras capitales, se nos ‘confunde’ y los taxistas nos tratan como si nuestra única profesión pudiera ser la de prostitutas, por venimos de Buenos Aires o  Montevideo.

 

Que si rezamos, porque rezamos; o si vamos a misa, porque no lo hacemos. Que si no usamos velo, que por qué no usamos los sombreros que están aquí de moda. No pareciera aquí gustarle a muchas /os, tampoco, que no estemos dispuestas a mendigar nuestros derechos humanos básicos, ni los de nuestra familia, amigos, colegas, alumnos; en suma, que no nos asusten ni ‘animal ni policía’. O más ramplón aún, tal vez no nos aceptan como iguales sólo porque somos lo extraño:  porque somos muy bajas o muy altas, flacas o gordas, indias, criollas o arias, bruscas o lánguidas. Es que nuestro cuerpo, amado cuerpo nuestro, ¿a quién en ultima instancia le importa, aparte de a nosotras mismas? Por eso es que lo hacemos bastión de nuestra memoria y paleta de nuestro futuro.[8]

 

Pero hay más que eso. Con una herencia feminista como la nuestra, que aunque  lógicamente y con matices distintos se remonta ya bastante hacia atrás en el tiempo, - por lo menos, hasta los poemas que hasta las monjas escribían en el sigilo de sus alcobas llevadas por el lenguaje de sus cuerpos y cuando en aras de utopías fallidas cabalgaban en busca de silentes aliados celestiales y de ángeles sexuados-, es un imperativo categórico afrontar, en los comienzos de este nuevo siglo, una evaluación teórica que sirva para explicarnos mejor a nosotras mismas a qué alturas del camino estamos, si hemos avanzado en algo o en cuál sentido no lo hemos hecho, o si hemos en algunos países retrocedido, y en cuáles no, y en ambos casos por qué. Esa intención comparte cada contribución seleccionada como parte del conjunto que constituye este número especial.

 

Por lo mismo, van a ver abrirse en las páginas que siguen como una inmensa cola de  pájara del paraíso, estilos nuevos que se alternarán con otros tradicionales, apretados todos en la inquietud profunda que acompaña todo viaje hacia lo desconocido. No tenemos modelos, nos tenemos que construir los parámetros alternando el piletón con la lapicera, la maquina de cocer con la computadora, los pañales con la disertación. 

 

Y para eso nos reunimos en Londres: para sabernos nosotras, para saber quiénes somos y  adónde estamos,  qué nos queda por descubrir y cuánto hay por hacer. Porque, si dejáramos atrás la franela amarilla ¿quién va quitarle el polvo a los muebles? Bueno, este es un dilema abstracto para millones de mujeres pobres que no tienen otros muebles que encerar que los de sus patrones, claro. Así que no se trata tampoco simplemente de hacerle usar a los hombres las crinolinas, me parece, que ya ni nosotras usamos. Ni tampoco anquilosarnos en la escabrosa discusión de quién y cómo se pone ‘los pantalones’ en un hogar. Como estéril fue conminar por decreto a los hombres a que los usaran responsablemente en sus horas de pasión, como lo prueba el documental MACHO. No basta tampoco con simplemente de devolver a su papel perdido en las teorías del desarrollo a los pobres hombres, si lo que se busca básicamente con ello no es más que tranquilizar las conciencias de los/as expertos/as del Banco Mundial y sus similares. Es decir, eso si no nos preocupa tanto armonizar la tasa de reproducción con un nivel dado de la tasa general de ganancia del capital, que redunde en las billonarias masas de beneficio en monedas duras que necesitan las 200 empresas multinacionales más poderosas del planeta para seguir reproduciéndose de acuerdo a sus intereses, cualquiera sea el costo pagado por el conjunto social.

 

Un ‘modelo de desarrollo’ que no siga con los conceptos huecos que rechazamos hace décadas y que vuelve con nuevo ropaje. Todo está, como en el arte según Pablo Picasso y David Hockney  por inventar, y hay que hacerlo en nuestra ciencia por complementación y, no trabajando en guetos ni aislándose en torres de cristal.

 

Prioritariamente, por todo lo anterior, reclamamos en Londres que los seres humanos, todos y por igual, aprendamos a controlar y a usar el cuerpo responsablemente, reviviendo la viejas tradición del Yucatán en 1917; sin represiones pero sin abusar del cuerpo ajeno tampoco. Y sin destruir medio planeta cada vez que, como ejecutivos de las grandes corporaciones, hombres y unas pocas mujeres inmensamente ricos /as tomen decisiones de inversión, estimulen el turismo salvaje y /o  propongan bajar el nivel educativo de los medios de comunicación de masas, de forma de hacerlo más compatible con las necesidades superfluas, inspiradas las más de las veces por los ejemplos estériles ofrecidos por miembros de familias poderosas, o por las celebridades caricaturescas del mundo del espectáculo y del deporte con que se  alimentan las entrañas del monstruo que es la cultura de las imágenes, que le pone la mesa al mercado globalizado.

 

Somos mujeres que reclamamos la libertad del espíritu en un cuerpo con sensaciones y espacio para el cerebro. Y demandamos la educación crítica y masiva de hombres y mujeres que la práctica de aquello conlleva. Educación diferenciada, claro está, de acuerdo con los intereses  genéricos y de raza y etnia respectivos, para tratar de hacer posible un desarrollo sustentable. Algo que sea humanista,  posible y permanente. 

 

Como en nuestros países de origen, sectores minoritarios de la academia europea han venido de a poco, y con la tradicional cautela que acompaña su búsqueda cuando ésta se realiza fuera de sus fronteras territoriales,  a entender y / o reconocer  por qué muchas feministas del continente latinoamericano nos hemos negado con persistencia a aceptar lo que decían por aquí de nosotras. Nuestra renuencia a aprender de generalizaciones provino en realidad de que sabíamos por experiencia personal que la vocación de cambio ni nos es ajena por ser mujeres, ni es privativa de un sexo o el otro, como al llegar al suelo europeo nos lo trataron de enseñar. A veces se tiene la impresión de que nuestras colegas de países tales como GB o USA que vivieron el auge feminista de los setenta asumen que todas las mujeres de sus países tiene sus mismos niveles de emancipación, de que no entienden que millones de millones de mujeres en occidente no entienden tampoco lo que es ser feminista. Ni que sus hombres son como todos ‘los hombres’.

 

Además, y eso se aplica a muchas áreas de investigación, el enfoque científico que persiste en centrar el mundo en Europa, o en USA, o en ‘las mujeres’, no sirve para explicar nuestra experiencia personal en particular, porque las latinoamericanas académicas politizadas a través de procesos impulsados por ideologías progresistas en un sentido de clase, - aunque desgraciadamente fueran ellas, como en todo el resto del mundo, ciegas, indiferentes u hostiles a las problemáticas específicas derivadas de la etnia, la sexualidad y el género- que éramos ya feministas, nunca dejamos de observar la realidad que nos circundaba sino con una perspectiva internacional, lo que con mucho trasciende las nuevas o viejas fronteras que se han dado algunas/os otras/os colegas, y nunca vimos en los hombres qua hombres nuestro principal enemigo social.

 

Es por todo eso que nunca dejaremos de bregar tampoco porque no se ciña a la ciencia en los límites de una escasa imaginación antropológica. Por lo que rechazamos antes los ‘corsets’ adoptados a partir de los (ahora perimidos) marcos metodológicos de las Ciencias Sociales durante los sesenta y los setenta, los que eran usados de acuerdo a la discreción personal de los académicos de izquierda, de centro o de derecha en centros de postgrado tales como FLACSO, ESCOLATINA, CELADE, ILPES y CIENES, adonde la presencia femenina brillaba casi por su ausencia, tanto en el plantel docente como en los programas. Esos esquemas conceptuales eran usados también en USA y durante sus primeros pasos – y viajes hacia el sur- por las colegas que primero se dieron a la tarea de ‘descubrirnos’ a las mujeres de América Latina.

 

 Renegamos ya entonces, y con entera justicia, de esas fórmulas que nos describían como siendo más conservadoras que los hombres, o menos feministas que en otras latitudes, por ejemplo, y que usaban para probarlo parámetros de comparación  que consideramos inválidos. En casi todos esos primeros estudios, incluidos los de orientación marxista,  el cuerpo humano en general, brilló también por su completa ausencia. Pero a todo eso nos hemos referido ya numerosas veces en nuestras publicaciones y otras contribuciones del tiempo en el exilio.[9]

 

Lo anterior no significa, sin embargo, afirmar que todo el aporte exógeno haya sido  europeizante o americanizante. Vale destacar que hubo unos enfoques feministas más sofisticados que otros, y algunos más apegados a la realidad procuraron interpretar desde el punto de vista de las relaciones de género muchos fenómenos en América Latina. De esos esfuerzos y de sus resultados nuestra propia trabajo se benefició directamente e incluso podemos aprender todavía. Para intentar agradecer también a ese esfuerzo de comprensión es que nos dimos cita en esta ocasión, invitando a las personas que mejor lo representan. Unas pocas de entre ellas pudieron asistir.

 

En este encuentro en Londres, quisimos también reflexionar sobre las lecciones del pasado reciente, desafiando así una memoria que el exilio externo puede volver frágil y que el exilio interno tiende a anular antes de siquiera llegar a florecer. Queríamos también discutir cómo poner en práctica este discurso de los DD HH que ahora recién adopta la Comunidad Europea, mientras que a nosotras en los sesenta ya nos pegaban, insultaban, torturaban, violaban y mataban con total impunidad por querer ponerlos en práctica. [10]  En general, dentro de la casa, la violencia doméstica era ejercida contra la mujeres y los menores por hombres de la familia, amigos cercanos, vecinos. Y fuera de ella, hombres también eran quienes nos acosaban psicológica o físicamente, en las oficinas, negocios, en las escuelas, en las universidades, estaciones de policía, radios, conciertos, partidos políticos, hospitales, campos de detención y / o e desaparición. En todos las espacios y en todas las regiones: en la ciudad y en el campo, en el mar y en la cordillera, en las minas y en la zafra.

 

En Argentina, al menos ya pasaba, al igual que les pasara a nuestras antepasadas las costureras del litoral, a las fabriqueras del Plata, a las cosechadoras de maíz, girasol y caña de azúcar, o las cocineras de los quebrachales de la cuenca del Bermejo;  a quienes cocinaban para el obraje y eran violadas detrás de las puertas por los señoritos de la casa por trabajar como mucamas de ‘las familias de bien’. Hombres necios que acusaran ya los había lo que es ahora México en el Siglo XVIII y el XIX también; voces que se quejaran como la de Sor Juana de la Cruz, también las hubieron especialmente durante el Siglo XX. Pero claro, no tuvimos heroínas. Su existencia es un mito masculino que seguramente urdió algún griego cristiano o un bizantino musulmán, un mito con pies de barro. Y ¿se inventarían las imágenes de los hombres enormes para humillarlas? El Coloso en  Rodas, Budas ahora destruidos en Asia: ¿a quien desafiaban, a quiénes protegían? Mientras tanto, las mujeres siguieron todas, siendo las heroínas cotidianas de la humanidad.

 

No existe aun un nivel de conciencia colectivo e internacional que permita juzgar con transparencia a los crímenes contra la humanidad (practicados en el cuerpo de mujeres y hombres), por hombres casi siempre, y a veces, por mujeres también. Hay que producirlo. Vale a este último respecto decir que aquí no se han presentado estudios que son también muy necesarios acerca de la violencia psicológica en las parejas de mujeres viviendo en concubinato[11], ni de la violencia estatal ejercida por mujeres contra otras mujeres en los campos de concentración del tipo chileno, que, como lo atestiguan muchas de las víctimas, supieron ser aun peores que los torturadores hombres.[12]  Eso deberá por tanto objeto de nuevas investigaciones.

 

Mientras tanto ¿hemos pensado en por qué les pegaban nuestras madres a nuestras manitos inocentes que trataban de escribir: ’mi mamá me ama’ cuando nos negábamos a repetir lo que la maestra nos decía, que estas o aquellas islas eran argentinas, y Gardel criollo, o a aceptar los dogmas que el cura nos proponía? ¿ Y acaso existe ahora en todas las mujeres  la conciencia que se necesita poseer para ayudar a eliminarlos? Y sino ¿cómo crearla?

 

Nos encontramos en Londres, en suma, por muchos motivos, a celebrar muchas cosas, y lo hicimos con verdadero espíritu internacionalista, conscientes como estamos de que en cuanto mujeres no pertenecemos tanto a una nación, como que somos por definición una mayoría desterrada y explotada en este mundo. A celebrar, no obstante, y como decía, muchas cosas. A compartir solidariamente la voluntad de saber, y la voluntad de sobrevivir a cualquier trance, con otras mujeres y hombres que nos ha mostrado un camino, o nos han acompañado con firmeza y determinación en el nuestro. Eso fue nuestro estimulante encuentro en Londres.

 

Pasando ahora al contenido de esta  publicación, no se puede trabajar con coordenadas tan ambiciosas como las nuestras, en el diseño del nuevo mapa cultural que nos ha  propuesto el Director del CESLA en el número primero de esta revista científica, sin apelar, no sólo a nuevas metodologías, sino también a nuevos formas de comunicación y de difusión de los resultados. Y de allí, por ende, lo que sigue.

 

A la Tercera Conferencia Internacional de Investigación sobre las mujeres de América Latina,  se le dio comienzo con momentos de celebración del trabajo de feministas de otras latitudes. Por empezar, dedicamos la conferencia y sus resultados a honrar la vida y la obra de la Jackie Roddick. Celebramos el trabajo pionero en material de derechos humanos de las mujeres realizados desde Londres  por Change ( 1979- ) y Womankind (1989- ). La fundadora de esta última, primera directora y actualmente su Patron, Kate Young, ex Fellow en el Institute of Development Studies, (IDS), estuvo con nosotras una vez más. La fundadora de Change, Georgina Ashworth, tuvo la especial gentileza de acompañarnos a través de estas páginas. Celebramos también la adopción de la postura de la Unión Europea en materia de derechos  humanos, que aunque parcialmente, ratificó el gobierno de Gran Bretaña en octubre del 2000, como ya hemos dicho. Celebramos finalmente los discursos al parlamento mexicano de la Comandante Ester y al argentino de la senadora Carrió, ambos de los cuales se pueden encontrar reproducidos aquí.

 

Luego se plantearon una serie de preguntas, como sigue. ¿Es verdad que existe tal cosa como los Derechos Humanos Universales?  Los derechos humanos  específicos de las mujeres, ¿significan lo mismo en las sociedades de Europea que en las de América Latina y El Caribe? ¿Deberían los hombres también trabajar contra la violencia contra las mujeres? ¿Qué hombres, dónde, cómo y pagados por quién? ¿Qué lecciones  pueden desprenderse, si alguna, para los europeos, de las experiencias de las mujeres latinoamericanas y caribeñas? ¿Pueden acaso las políticas y organizaciones no gubernamentales de apoyo específico a las mujeres de otras latitudes, que como Change and Womankind, se han desarrollado pionera y exitosamente en GB, ser implementadas con el mismo éxito en países con profunda influencia cultural del marianismo, adonde no existe el derecho al aborto ni al divorcio, y adonde la subordinación de las mujeres es perpetuada por la influencia de la Iglesia Católica, la que junto con el sistema de familias actúa como aparato ideológico del estado?

 

 ¿Y qué pasa con la ciudadanía de las mujeres en el contexto de la democratización que se asume estaría barriendo Europa Central y Oriental, tanto o más – se nos afirma- que en el Cono Sur de América Latina, y en México? ¿Y qué es lo que les pasa en las sociedades post-revolucionarias de Nicaragua y Cuba? Cuba es un país que pareciera estar viviendo una situación de transitoriedad: ¿cuáles son en esos casos las diferencias en la subordinación social de la mujer promovidas por las revoluciones respectivas? O es que en esas sociedades que de acuerdo con el abc del marxismo en lo referido a la cuestión femenina, promovieron desde el estado la emancipación y se apoyaron políticamente para movilizarlas en un aparato ideológico del estado, el frente de mujeres dependiente ideológicamente del partido gobernante, para procurar erradicar toda forma de discriminación contra la mujer, sepultarían por un decreto el machismo y han por ende, erradicado la violencia contra la mujer, tanto en el hogar como fuera de él, y nuestra metodología debería por tanto excluir esos casos post-revolucionarios, al igual que por décadas se ignorara el rol de la mujer y su status en el México revolucionario.

 

En las páginas que siguen, se ofrecen pues intentos de respuesta a algunos de esos interrogantes. Ello por supuesto, no compromete ni pretende reflejar la posición del CESLA.

 

Todos los trabajos de este número especial de la Revista del CESLA tienen en común lo siguiente. Primero, los temas y sus enfoques no son ni impuestos, ni sugeridos, ni mucho menos financiados, por ningún centro de poder, financiero o de otro tipo, ni obedecen a los vaivenes de modas intelectuales. No es de extrañar, por tanto, que distintas autoras llamen a las mismas cosas con distinto nombre. Segundo, el enfoque

y el estilo distinto de los trabajos presentan un  pensamiento que, aunque sea de manera necesariamente fragmentaria y no lineal, no siempre siquiera compartido por quienes trabajamos en la selección preliminar de estos trabajos, constituye en su conjunto una ruptura con las ataduras del pasado y del presente y propone una nueva trama intertextual. Tercero, y tal vez sea esto lo más esencial, es el nuestro un pensamiento íntimamente ligado a la praxis de la cual germina, con la que se nutre y con la que pretendemos  ayudar a transformar una realidad que, en cuanto discriminatoria de las mujeres, se estima esencialmente injusta y poco democrática.

 

Nuestro trabajo académico supone, pues, una nueva manera de pensar y de escribir, y exige una nueva manera de leer. Es el fruto de esfuerzos individuales y aislados muchas veces entre sí, y es un trabajo no pagado, o muy mal pagado. O sea, tiene las características sociales que lo hace un trabajo típicamente ‘femenino’. Molecular en su esencia, aspira no obstante a reproducirse en nuevas formas de difusión y acción colectivas, dentro y fuera del ámbito universitario.

 

A ello han contribuido por igual quienes escribieron para este número, ayudaron a editarlo y lo publicaron, y lo harán quienes lo lean, tanto como  las mujeres y hombres que nos inspiraron. Aspiramos a que la vida nos siga dando. Que a despecho de los horrores que nos sigue infringiendo el avance de la ‘globalización’, el permanente reparto del mundo y las nuevas o viejas técnicas de exterminio de inocentes. De cara al frente a todos los que detentan los instrumentos del terror y la destrucción de sus otrora aliados; frente a esos íntimos admiradores de la muerte, cada día más mujeres de todo el mundo vestidas de rojo o negro, o de negro, o de blanco,  reclamamos el derecho a vivir. El nuestro y el de las futuras generaciones. Y eso es porque amamos a   a la vida y a sus momentos, y se la deseamos en paz a quienes vayan a leer estas  páginas. Entre ustedes, nuestros trabajos son como pétalos de una flor nacida entre escombros, que germinará a pesar de todos los terrorismos y todos los bombardeos, de todas la violencias cotidianas, fortaliecidos  porque los apretamos en un solo puño; son ellos símbolo de una unión que nos fortifica en cuanto mujeres y trabajadoras y como feministas que le decimos viva a la vida y que se muera, a la muerte.

 

 

Marta Zabaleta

Londres, 18 de octubre 2001       

Introducción metodológica  al Número 3 de la Revista del CESLA de la Universidad de Varsovia, editora invitada  Dra. Marta Zabaleta

Varsovia, Polonia, 2002

 

Referencias:


[1] John Wadham & Helen Mountfield, Blackstone’s Guide to he Human Rights Act 1998, Blackstone Press Limited (London : 2000). Los autores afirman que en el Reino Unido ha sido adoptada solo parcialmente parte de la European Convention on Human Rights (pag.xiv). Ver también lo que opinan acerca de las limitaciones de la nueva legislación Mike Parkinson, policy adviser of Oxfam, en Human rights, human wrongs, Guardian Society, London-Manchester: 25 de julio 2001), pag. 7 y J. Freeland, One Law for the Rich, quite another for the rest of us, The Guardian,14 de marzo 2001, pag 20

[2]  Desclasifican documentos relacionados con Golpe de Estado en Chile,14 de noviembre del 2000. El Departamento de Estado "publicó una tercera y última serie  dedocumentos secretos que ponen en evidencia las operaciones encubiertas en Chile". "Esta entrega, la tercera y final, consiste en más de 16.000 documentos, inclusive aproximadamente 13.050 del Departamento de Estado, 1.550 de la CIA, 620 de la Oficina Federal de Investigaciones, 370 del Departamento de Defensa, 310 de los Archivos Nacionales, 110 del Consejo de Seguridad Nacional y 50 del Departamento de Justicia". Los documentos pueden ser consultados en  http://foia.state.gov/search2.htm

[3] Patricio Henríquez, Pinochet y Allende. Anatomy of a Military Copu, Macumba International/ France 3, Documental distribuido por The Multimedia Group of Canada, 1998

[4] Jorge Gissi Bustos, ‘Mythology about women , with special reference to Chile’, in June Nash and Helen Safa, Sex and Class in Latin America,J.F.Bergin Publishers, Inc, (New York : 1980) ,30-45.

[5] Para detalles, ver M. Zabaleta, Supermachos and Supermothers: Ideals or Excesses in Gender

 Identity for the Global Market, paper delivered at SLAS Annual Conference, Liverpool University, Liverpool, April 17-19, 1998.

[6] Para un fascinate análisis de la feminización del territotio nacional, se recomienda leer Diana Taylor,

Disappearing acts: Spectacles of Gender and Naitinalism in Argentina ”Dirty War”, Duke University Press, (Durham and London: 1997)

[7] Una discusión  estimulante, ingeniosa y constructiva, acerca de la tan bapuleada maternidad de las latinoamericanas, puede encontrarse en Elizabeth Meier, Las madres de los desaparecvidos. Un Nuevo mito materno en América Latina? , Universidad Autónoma Metropolitana, (México DF: 2001)

[8] Interesantes opiniones sobre el cuerpo como categoría analítica en el contexto de la experiencia chilena, se encuentran en Raquel Olea, (Editora), Escrituras de la diferencia sexual, DOM Editoa/Lal La Morada, Santiago, 2000l

[9] Ver por ejemplo, Feminine Stereotypes and Roles in Theory and Practice in Argentina before and after First Lady Eva Perón, Mellen Press, (New York-Wales: 2000). 

[10] International Women’s Tribune Centre, Rights of Women.  A Guide t the Most Important United Nations Treaties on Women’s Rights ( New York: 19980

[11] Ver ANDRA, (Bilbao: Septiembre 2001)

[12] Ver film de Carmen Castillo Velazco, Chile: In a Time of Betrayal, Channel Four, 1994

Dra. Marta Zabaleta 

Londres, 18 de octubre 2001       

Introducción metodológica  al Número 3 de la Revista del CESLA de la Universidad de Varsovia, editora invitada  Dra. Marta Zabaleta

Varsovia, Polonia, 2002

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