Bonard, bailarina, coreógrafa y actriz, dice que parte de Lispector para
muchos de sus trabajos, como
Grandes amigos
. Y el germen de
Muaré
fue un solo de danza que Quesada, bailarina y actriz, mostró en
Barcelona. Así y todo, la relación de Lispector con el teatro no es fácil:
exploradora de almas más que cronista de época, pintora enfermiza de
mundos internos, ilusionista capaz de jugar con el tiempo de sus
sentimientos (de prolongarlos para volverlos palabra); su escritura es
descriptiva, subjetiva, ahorrativa en aquello que pide el teatro: datos
históricos y sociales, acción.
¿Cómo volver teatro un texto que está exento de lo teatral?
Cariño
,
Muaré
y
Corazones salvajes
responden a este
interrogante de maneras bien diferentes. Hay que decir que las dos
primeras echan mano a la danza, dato a tener en cuenta si se piensa en
cuerpos y mundos interiores. Pero si de realismo se trata,
Corazones
salvajes
, basada en la primera novela de Lispector,
Cerca del
corazón salvaje
, es la más “teatral” de las tres puestas. El
“obstáculo y motor” de la obra, cuenta López Olivera, fue
precisamente que la novela “no estuviera centrada en lo argumental”.
Es decir que “hay hechos que suceden sin que se digan”. Ejemplo: si
hay un embarazo, Lispector habla de una mujer acariciándose la panza.
Todo es explicado a través de la materia prima de las sensaciones.
“Tomamos la novela con sus blancos y la armamos cronológicamente. Los
datos que no encontramos los inventamos”, indica la directora.
Cerca del corazón salvaje
, editada por Siruela, es una suerte de
biografía de Juana, un recorrido por la infancia y el camino a la madurez
de una mujer sombría, absorta, en constante diálogo con el universo. La
metamorfosis del texto en obra de teatro implicó dos renuncias: a
fragmentos enteros (como su infancia) y a la centralización de la
historia en la figura de Juana, con el fin de favorecer la participación
de Lidia y Octavio, los otros personajes. López Olivera combinó a
Lispector con sus lecturas sobre la teoría libertaria del amor libre y
puso el ojo en las relaciones entre los tres personajes. El resultado: una
enroscada historia de amor.
“¿Has pensado alguna vez que un punto, un punto único sin dimensiones
es el máximo de soledad?”, pregunta en un momento Juana. En frases como
ésta, el lector de Clarice la reconocerá en la versión teatral. La
pieza exprime al máximo los escasos diálogos que ofrece la novela. Y
ocurre un hecho curioso: lo que es espeso en la novela, en el teatro puede
generar humor. Eso, a pesar de que el halo filosófico de la pregunta de
Juana sea el clima de la novela entera. “El teatro es acción y Juana no
hace nada”, sostiene López Olivera.
Si
Corazones salvajes
es un intento por volver acción el mundo
interior de los personajes,
Muaré
toma de la literatura de
Lispector su dimensión subjetiva y ontológica y la escenifica. López lo
explica claramente: “Nunca buscamos acción. Se trató más de un
estar”. Dos mujeres enfundadas en lujosos vestidos se encuentran en el
lado B de una fiesta, el sector de los abrigos. Están en el límite,
porque no participan pero tampoco dejan de participar. El único contacto
con lo que pasa del otro lado no es del todo feliz. Hablan poco, se mueven
todo el tiempo. Los movimientos de una son bruscos y cortantes; los de la
otra, ondulantes. Ese modo de estar en el mundo –ni dentro ni fuera de
él, en esa suerte de limbo– nació de la lectura de
Un soplo de
vida
, el último libro que escribió Clarice, cuando ya estaba al
borde de la muerte. Y sobre todo, se inspiró en Angela Pralini, la
protagonista de la historia. En un principio, cuentan López y Quesada,
directoras e intérpretes usaban los textos de Lispector. “Luego nos
despegamos y quedó la sensorialidad del personaje”.
“Clarice me lleva a un lugar sin palabras. Si a partir de ellas tengo
que crear con mis posibilidades, no sé qué decir. Y no encuentro en
obras de teatro un acercamiento a la esencia de las cosas. Clarice no da
por sentado nada”, se explaya Quesada. Según ellas, la
hipersensibilidad de Angela implica un extrañamiento, constante signo de
interrogación sobre el sentido de las cosas. “Es un ser que está en
carne viva y todo es nuevo para ella”, describe López. Es eso lo que
quisieron llevar al cuerpo. La búsqueda técnica redundó en
“resultados expresivos” (ellas dicen que se mueven desde líquidos,
piel y huesos, con sentido dramático). “No queríamos dar por sentado
nuestros cuerpos ni movimientos”, resume Quesada. Y así es como acaban
cuestionando lo que hay de establecido en su disciplina. “Nuestros
movimientos son deformes en relación con el paradigma del cuerpo que
conocemos”, cierra. Placer, soledad, extrañamiento. Pero también la
pregunta al interior de esas palabras. Eso es
Muaré
, el mundo
que “es siempre de los otros”.
Por último, Clarice se filtra en
Cariño
por más de un canal.
Algunos son obvios, como el comienzo de la obra con una de sus crónicas
(que escribió para el Journal do Brasil, aquí editadas por Adriana
Hidalgo), “Una historia de tanto amor”. El tema es recurrente en
Lispector: las gallinas. “Hay una ruptura en la vida de una niña cuando
le comen una gallina que es su mascota. Me gusta porque empieza cándidamente
pero tiene una cuota de peligrosidad”, sostiene la directora. El juego
se abre con una mujer fuerte, voluptuosa, que narra la crónica a dos
hombres delgados. La obra, que combina música, danza y teatro, explora
todas las posibilidades de relación que existen entre ellos. La
sexualidad, la sensualidad, la masculinidad y la feminidad son
cuestionadas al calor de un violento intercambio de roles. En cuanto al
relato de Clarice, deja su estela en el clima de la obra, que se
caracteriza por la ambigüedad. Es que estos “tres jóvenes adentrándose
en el mundo adulto” tienen sus experiencias “en un marco cándido”
–la escenografía consiste en pasto sintético– “pero a la vez con
una sordidez que está por debajo”.
Menos perceptiblemente, Lispector aparece en
Cariño
en la
hermandad entre la poiesis de la escritora y la de Bonard. Clarice sostenía
que jamás planificaba sus historias antes de escribirlas. También, que
ella misma se sorprendía con las palabras que llegaban. Esa simultaneidad
entre el sentir y la escritura –el famoso fluir de la conciencia–
enamoró a Bonard y es su herramienta para “transmitir una
sensibilidad”. Su última obra es por momentos caótica en el buen
sentido, porque no se sabe para dónde va y porque no hay una relación
explícita o cerrada entre los fragmentos que ocurren. “Me identifico
con el recorrido que Clarice traza mientras va escribiendo, con cómo
llega a los sentidos que le devuelven las palabras. Yo me guío de manera
muy intuitiva: no me interesa lo lineal, lo preestablecido, lo que ya
conozco, sino los lugares menos obvios, lo que aparece de manera
inconsciente. Tiene que aparecer lo más íntimo de cada uno... de los intérpretes”,
explica Bonard. “Es parecido a lo que hace Clarice con las palabras:
soltar en vez de agarrar y dejar que empiece a aparecer”.
Agua viva
Un trío amoroso, dos mujeres al margen, otro trío que experimenta las
diferentes formas del cariño. Las tres obras que rescatan a Lispector
tienen su eje en las relaciones humanas. Será su habilidad para retratar
los vínculos –o mejor, las sensaciones que generan– un dato más para
armar el rompecabezas de su vigencia. Es también llamativo el cariz que
toman las relaciones en las obras: ambiguas y nunca estereotipadas. Según
López Olivera, Juana tiene “un corazón anárquico”. Cuando su
contracara, Lidia, queda embarazada, ella no tiene problemas en compartir
el hombre. Y al mismo tiempo, se de-sespera por tener un hijo. Se
combinan, entonces, “una apertura de pensamiento” con un
reconocimiento del “gusto por las cosas de la vida”, la tendencia a
seguir por “la ruta a un modelo más burgués”. Es evidente, aun así,
que la obra se posiciona a favor de la libertad de Juana. Mientras la
monogamia siga vigente, la novela y su versión teatral lo estarán. “Me
sentí muy identificada con Juana, porque se saca los tapujos que ni nos
cuestionamos. ¿Cómo se maneja el sentimiento de amor hacia otra persona
cuando se está en pareja?”, se pregunta López Olivera, que habrá
espantado a más de uno con esos pensamientos. “El público en general
le echa la culpa a Juana de haber separado a Lidia y Octavio.”
En la obra de Bonard, cada uno de los personajes “atraviesa en poco
tiempo un recorrido vital”. De nuevo la ambigüedad. “El chico más
angelical pasa por un momento de soledad cuando corre y salta haciendo
pasos clásicos. Mientras, los otros están juntos y a él le aparece un
lugar de su sexualidad más andrógina. Ella al principio está distante
con los hombres, después manifiesta mucha atracción”, profundiza.
“Me baso mucho en las percepciones sobre las relaciones y cosas a veces
no dichas. Incluso en el silencio. Y en la impresión que me queda en el
cuerpo”, concluye.
“A veces Angela le canta a la soledad y en otros momentos la padece, la
desespera”, sostiene Quesada, para quien la soledad es modo de relación
con los otros. A ellas les pasó, confiesan, eso de estar en una fiesta y
al mismo tiempo no estar. “Estar al margen es no poder salir, porque
saliendo podés armar algo nuevo. En nuestra sociedad, el margen significa
estar adentro. Ese espacio tiene miles de posibilidades pero incluye un
estar preso. Si no armás un nuevo ecosistema quedás preso del que
hay”, reflexiona Quesada. Curioso: esos dos personajes no tienen otra
manera de salir del sector de los abrigos más que atravesando la puerta
que da... a la fiesta.
“Si es verdad que existe una reencarnación, la vida que ahora tengo no
es propiamente mía: un alma le fue dada a este cuerpo. Quiero renacer
siempre. Y en la próxima reencarnación voy a leer mis libros como una
lectora común e interesada, y no sabré que en esta reencarnación fui yo
quien los escribió.” Eso son también Bonard, López Olivera, López y
Quesada. “Alguien me escribió un mail con un fragmento de Un soplo de
vida diciendo que le recordaba a mí”, recuerda Quesada. “La tengo
todo el tiempo en la mesita de luz”, afirma Bonard. “Me abrió la
cabeza”, coincide López Olivera. Qué decir sobre la reencarnación que
no haya dicho Clarice: no estarían al tanto. La inspiración a través de
ella aparece, entonces, como lo posible.
Originalmente publicado
en Página/12 el lunes 9 de agosto de 2010.
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