Milagro

Un día en la vida
Ian Welden

El niño: "Una limosnita por amor a Dios!".

El automovilista: "Anda a trabajar, pendejo flojo!".

El niño: "Nadie me da trabajo, señor. Me estoy muriendo de hambre!". El automovilista: "Entonces muérete no más! Qué me importa..." Y apretó el acelerador desapareciendo por las calles de la gran ciudad riendo

a carcajadas.

 

El niño se secó las lágrimas con sus manos y caminó por la avenida en busca de un tacho de basura para comer.

 

Frente a una hermosa casa enrejada encontró un enorme barril lleno de pizzas y burgers viejos  a medio masticar. Comió con fruición. Una mujer joven apareció por una ventana y le gritó con rabia y altanería:

 

"Chiquillo de mierda! Que estay haciendo en NUESTRA basura! Ándate si no llamo a la policía!".

 

Él ya estaba acostumbrado a esta situaciones. Guardó con mucha calma algunas pizzas en su camiseta y se dirigió a la mujer haciendo una reverencia:

 

"Muchas gracias por el desayuno, señora! Que tenga un buen día! Chao vieja de mierda!".

 

Y se fué corriendo rápidamente, con el estómago satisfecho, hasta llegar al Parque Araucano, el centro comercial mas grande de la ciudad. Aquí descansó unos minutos, pensó en su padre enfermo y hambriento esperándolo en casa. Se sintió abatido y muy muy solo.

 

Y se encontró en un dilema. Volver a casa con las pizzas para su papá o robar algo para luego venderlo en el Paseo Padres.

 

Se decidió por lo último.

 

Entró sigilosamente al supermercado del Parque y recorrió las hileras de productos maravillosos. Carnes frescas y jugosas; quesos inmensos y olorosos; zapatos siúticos pero lindos; ropa de príncipes...

 

Rápidamente dejó caer las pizzas al suelo, agarró una bolsa de bistecs, la ocultó en sus pantalones y no supo más. Despertó adolorido y rodeado por los guardias del supermercado golpeándolo con sus pesadas lumas.

 

"Dejen al pobre niño por Dios!"

"Llamen a la policía, ladrón de mierda!"

"Lo van a matar!"

"Que lo maten! Que lo maten!"

 

Llegó la policía, lo sacaron a patadas del supermercado y lo dejaron ir.

 

El niño se sintió morir. Vomitó en la calle y amoratado y adolorido en cuerpo y alma se encaminó hacia el Paseo Padres. Le quedaba una sola alternativa para volver a su casa con algo de dinero y comida para su padre: cantar.

 

Tenía una voz  maravillosa de ángel y la habilidad de improvisar melodías y versos ingeniosos. Siempre había cantado para sí mismo en los sitios vacíos de la ciudad. Jamás  se había atrevido a hacerlo frente a otros, ni siquiera ante su padre. Simplemente no se atrevía. Le daba vergüenza y dolor. Pero lo haría por su viejo.

 

El paseo estaba atochado de transeúntes, vendedores callejeros, viejos limosneros lisiados y ciegos tocando guitarra y cantando antiquísimas canciones de Carlos Gardel y Leonardo Fabio. Era una situación muy difícil para el niño que tiritaba de nerviosismo.

 

Se instaló en una esquina oculta y sacando fuerzas de  flaquezas, comenzó a cantar. Al principio en un susurro casi inaudible y las manos en los bolsillos:

 

"...cantar es el don que me me ha dado

mi ángel de la guarda

en mi vagabundo morral guardado..."

 

Y luego mas alto y con las manos libres, pidiendo:

 

"...cantar es un regalo del cielo

la música santa

en las noches de hielo..."

 

Y luego a todo pulmón y sin importarle la concurrencia que lo rodeaba abismada:

 

"Yo se que en mi casita humilde

me espera mi viejo

con la muerte tangible..."

 

"Y aquí ante ustedes señoras

señores y buenos amigos

sin verguenza ni rencores..."

 

"...les pido una pequeña limosna

por amor al supremo

que la pobreza me agota!".

 

La concurrencia lo ovacionó y recibió dinero suficiente para comprar alimentos y una botella de vino.

 

Y se fue corriendo feliz entre los automovilistas, sacándoles la lengua, haciéndoles piruetas e insultos con sus dedos hasta llegar al otro lado de la ciudad, a la Población Santa Gregoria que  amaba profundamente a pesar de los apagones de luz, falta de agua caliente y techos llenos de agujeros.

 

"Sale de la calle chiquillo de porquería!"

"Qué te hay imaginado niño insolente!"

"Voy a llamar a la policía para que te den una paliza!"...

 

Los gritos de los automovilistas se desvanecieron por esta vez. Ahora ya estaba en su hogar. Lejos de la vida de pesadilla de la calle.

 

"Y como hay estado, viejito lindo?"

"Mas o menos no mas, hijo, me duele mucho la espalda. Me cuesta levantarme".

"Lo que pasa es que usted no ha comido desde ayer pues papá".

"No tengo hambre. trajiste algo?"

"Mire lo que le traje viejo: pan fresquito, queso, mantequilla y... esta!".

 

Al hombre se le iluminó la cara con una sonrisa infantil y luego estalló en carcajadas al ver la milagrosa botella de vino. Cenaron en un silencio sagrado y se quedaron dormidos sobre la cama del padre.

 

Amaneció de súbito con una violencia gris y húmeda. El niño se mojó la cara y cantó para si mismo "...es tan corto el descanso y tan larga la viiiiida...".

 

Y salió corriendo nuevamente hacia la ciudad.

Ian Welden

Valby, Copenhague

Invierno 2009.

ian.welden@mail.dk

Ilustración:

Maritza Álvarez

Villa Alemana, Chile

Verano 2009

maritza_alvarez_vargas@hotmail.com

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