Joe
Ian Welden

Un hombre agobiado por sus horribles errores y pecados mortales caminaba llorando por los fiordos de Las Islas Faro.

 

Enfurecido también con Dios, levantaba los brazos al cielo y rugía maldiciones.

 

Hastiado de la hermosa naturaleza, daba mordiscos a gaviotas y pinos y con su fuerza bélica derribaba y destrozaba todo lo que encontraba a su paso causando caos y derramando sangre.

 

Se sentó en la nieve y puso la cabeza entre sus gigantescas manos, intentando detener el oceano de pensamientos que lo torturaban. Pensó en el suicido al fin. Y se lanzó hacia el acantilado en silencio.

 

Lo rescató Joe, su ángel de la guarda.

 

Joe era un ángel profesional, simple y de palabras directas. Había cuidado al hombre desde su nacimiento, y ahora ya estaba hastiado de él. Siempre dándole consejos, salvándolo de accidentes cuando niño, sacándolo de las cárceles cuando joven y dándole coartadas para sus sangrientos asesinatos. Era el peor caso que le habían asignado en su larguísima carrera.

 

Tenía ardientes deseos de renunciar y dejarlo morir ahí en los acantilados y desaparecer entre las estrellas y encontrar alguna otra ocupación..

 

Pero siendo como era lo puso en tierra firma donde fue encontrado por la policía y llevado ante un tribunal.

 

Joe lo acompañó y cuidó los diez años que estuvo en prisión.

 

Ya en libertad, el hombre se sintió desamparado pero encontró trabajo con la ayuda de Joe.  En Ferrocarriles del Reino Faroense, cargando y descargando. Encontró una pequeña habitación en las cercanías de la Estación. Y conoció a una mujer que se enamoró de su apariencia salvaje y de su fuerza bestial.

 

Joe le susurró al hombre " Escúchame; tienes ahora cuatro elementos que pueden darte una vida tranquila -has pagado tu deuda a la sociedad, tienes un trabajo, un techo y una mujer que te ama. Por favor cuídalos".

 

Pasaron los años y la mujer y Joe lograron domarlo y domesticarlo. Se puso viejo y dulce. Había logrado ser Jefe de Departamento de Ferrocarriles y jubiló sin haber faltado un solo día a su trabajo.

 

En la vejez, el hombre caminaba por los fiordos alimentando a las aves y juntando flores para la mujer. Subia los brazos al cielo y daba las gracias a Dios. Cantaba viejas melodías faroenses con su voz ya no tan poderosa y se sentaba en la nieve con las manos sobre sus piernas y admiraba el paisaje de los profundos acantilados.

 

Murió sonriendo y en paz, y su mujer murió junto a él.

 

Joe se dijo "AL FIN", abrió sus gigantescas alas y se fue volando y silbando hacia La Oficina Central de Ángeles de La Guarda, a cobrar y comenzar sus merecidas vacaciones.

Ian Welden
Valby, Copenhague
otoño 2008

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