O sea que mi madre era dadivosa, deduje. Me sentí orgullosa de ella y en mis momentos de dudas, tristezas o confusiones comencé a pedirle a mis padres, parientes, profesores, amigas e incluso desconocidos en la calle "Un abracito por amor a Dios!".
Teníamos a una tía abuela viejita y muy pobre que vivía al otro lado de la ciudad; ahí donde las casas son de madera y los techos son tan frágiles que se vuelan si alguien suspira o estornuda. La tía Saruca había sido prostituta en su juventud, decían mis mayores. Le faltaba además una pierna y andaba con dos muletas. Yo busqué la palabra "prostituta" una vez en el diccionario y decía "Mujer que vende su cuerpo por dinero". Creí entender entonces por qué tenía una sola pierna. En su barrio vivía un hombre llamado Jesús María. Y todos los enfermos y viejos iban donde él con mucho respeto a pedirle que les diera consuelo y consejos.
Saruca me llevó un día a conocerlo. Era muy dulce y parlanchín (según el diccionario: "Que dice lo que se debe callar") y sintiéndome perturbada ante su presencia le pedí "un abracito por amor a Dios!". Él me sonrió, me tendió la mano y me abrazó tiernamente.
O sea que me dio "...una cosa que se da por amor a Dios para socorrer una necesidad".
Ante esa situación tan inusual, muchos viejos enfermos, ladrones, prostitutas, limosneros y gente solitaria del barrio de mi tía me imitaron, recibiendo abrazos de ese extraño y sonriente joven pelucón y barbudo. Ese extraño dadivoso.
La noticia se hizo pública en todo Santiago de Chile y en las esquinas de la ciudad comenzaron a aparecer los llamados "limosneros de abrazos". Gente solitaria y necesitada de amor y consuelo humano pedían humildemente "un abracito por amor a Dios!" a los apurados transeúntes.
Algunos decían que no había que aceptarlos, que la policía debería encarcelarlos por depravación y lascivia. Otros decían que eran prostitutas oportunistas y homosexuales degenerados.
Mi madre y yo les sonreíamos y les dábamos sus necesitados abracitos.
Y ahora ya muy muy vieja y aún viviendo en Santiago de Chile, sentada al lado de mi estufa porque ya es otoño y hace mucho frío, despierto de estos recuerdos, tan sola, necesitando desesperadamente un abrazo de ese ser dadivoso que una vez me dio una limosna con tanto amor. |