Práctica de piano poema de Derek Walcott
para Mark Strand |
Abril, otra quincena, abril metropolitano. Una llovizna humedece la entrada del museo, ¡como sus ojos al dejarte, falible primavera! El sol va secando la fachada de piedra pómez de la avenida delicadamente, semejante a una muchacha que recorre con un pañuelo su mejilla; el asfalto brilla como un sombrero de seda, las fuentes trotan como percherones alrededor del Museo Metropolitano, clip, clop, clip, clop en el Manhattan de la Belle Epoque, los canales separan sus labios para recibir la lluvia de primavera, por nebulosas avenidas semejantes a clichés impresionistas, con sus cornisas de gárgolas, sus flores de concreto en los frontones resquebrajados, sus estaciones del metro con mosaicos bizantinos; el alma estornuda y uno trata de asimilar el collage de un siglo que termina, el dramatismo epistolar, el antiguo dolor Laforgueano. Plazas desiertas arrasadas por ráfagas de remordimientos, calles empedradas relucientes por la lluvia donde un carruaje encortinado trotaba alrededor de un rincón de Europa por vez última, mientras los canales se replegaban como concertinas. En este instante la fiebre enrojece las zonas de conflicto del planeta, la lluvia salpica las blancas sillas de hierro en los jardines. Hoy es jueves, Vallejo está muriendo, sin embargo ven, muchacha, toma tu impermeable, vamos a buscar la vida en algún café detrás de ventanas llorosas de lluvia, quizás el fin de siècle no ha terminado realmente, acaso en algún lugar hay un piano donde aún resuena, mientras las bombillas van encendiéndose a través del corazón de la tarde en la estación de los tulipanes y del pálido asesino. Invoqué a la Musa, ella excusó que le dolía la cabeza, pero tal vez sólo sentía pena de ser vista con alguien que pertenece a un clima intransferible; entonces dejé atrás las flores en piedra, los frontones silvestres, solo. No fui yo quien disparó al archiduque, me absuelvo de todos los crímenes de este tipo, murmura el obsceno graffiti del metro; yo no podría ofrecerle a ella nada salvo la predecible pálida pañoleta de vulgar seda del crepúsculo. Bien, adiós entonces, lamento nunca haber ido a la gran ciudad que le dio fiebre a Vallejo. Tal vez el Sena opaque al Río Este, tal vez, pero cerca del Metropolitano un tenor de acero ensaya de manera sorprendente algo de la antigua Viena, las escalas deslizándose como pececillos a través del mar. |
poema de Derek Walcott
Traducción de Óscar Paúl Castro
Montes
Estas versiones forman parte de Derek Walcott. 6 Poemas, trabajo que recibió el
Segundo Premio de la categoría Traducción del Concurso 39 de la revista Punto de
partida. El material completo puede leerse en la edición de internet de
Punto de
partida No. 151 (septiembre-octubre)
Editado por el editor de Letras Uruguay
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