La chiripa |
Ramírez
es joyero y está de zozobra. La congoja lo tiene de blanco por estos días.
Un juguete del desasosiego. Ramírez siente que el tiempo se alarga, es
consciente del paso de cada minuto que estira su sufrir como una máquina
de tortura de la Edad Media. Ramírez. Hay siempre una semana al año en
la que la espesura del pasado se instala en su presente, una semana en la
que tiembla como un poseso y orbitan su cabeza el temor y el terror.
Compra todos los diarios. Y, atropelladamente, los lee. Recela encontrar
una información menos vaga que las de los años anteriores. Tiene miedo
de hallar una noticia con más datos que las nubes acostumbradas, una
noticia donde las certidumbres superen a las conjeturas e imprecisiones.
Ramírez teme que hablen de él, que hagan demasiado ruido con su nombre,
que algún periodista investigue más a fondo y encuentre documentos o
testigos que prueben el hecho de manera incontestable. Teme un reclamo
centroamericano. Ramírez,
hombre entrado en años, de miserable pasado, presente venturoso y cuatro
niños que lo llaman padre. Lo vemos caminar en dirección a su casa, con
el brazo derecho aprisiona los periódicos comprados en el kiosco. Cada
paso que da incrementa su pesar. Siente el arrepentimiento por haberse
ufanado en la ronda de amigos cuando recibió el pedido aquel: —Si
el mismísimo Presidente de la República recomienda mi trabajo a otros
poderosos quiere decir que soy el mejor joyero de Luque o sea del
Paraguay. No
lo podía evitar, era propaganda para su joyería y para él mismo. Los
amigos y colegas supieron que había recibido de aquel militar extranjero
una buena cantidad de oro para ser trabajado, ese pez gordo que nadaba muy
lejos de su estanque originario le había encomendado su precioso metal. *
* *
* *
La
caravana transita la Avenida España. Todo es normalidad. Hileras de autos
circulando por ambos carriles. Bocinazos esporádicos, el endemoniado
aroma de los caños de escape. Vemos a un lujoso Mercedes Benz blanco en
el cual viaja el general extranjero y detrás, infaltable, el automóvil
con los custodios. No es cuestión de descuidar la seguridad. Hay que ser
precavidos porque el rencor es el motor de innumerables acciones. Aunque
en el Paraguay de Stroessner la seguridad está garantizada, todo está
controlado. El Gran Hermano todo lo ve, nada se le escapa. Hay espías de
peludos pies esparcidos estratégicamente para cubrir por completo el
territorio patrio. Mientras
tanto, sobre la misma Avenida España, en la casa de Julio Iglesias todo
está también preparado. En la mente de Enrique está contemplado cada
detalle. También todo está bajo control. Los planes para ejecutar la
misión están desarrollándose de manera magnífica. En la casa alquilada
falsamente a nombre del cantante español siguen practicando, repasando el
plan hasta en sus detalles más insustanciales. Qué pasa si… Hacemos
esto. ¿Y si pasara esto? Procedemos de este modo. Enrique reitera a su
gente que el momento se acerca, les reafirma que la misión es un ajedrez
donde se apuesta la vida y que por ello ni un solo cabo puede quedar al
arbitrio del azar. En
el asiento trasero de la limusina Mercedes Benz, el general foráneo
conversa con su acompañante. Las propuestas de nuevos negocios amarran su
atención. Hay proyectos de bienes raíces, de pozos petrolíferos y minas
de diamantes. El interior del automóvil es un hervidero de ideas. Se
habla de empresas, de acciones. Se mencionan millones de dólares y
operaciones bursátiles, se habla de fondos de capital de riesgo, de
retornos de inversión, de exenciones impositivas. Se citan paraísos
fiscales y nombres de bancos de pronunciación complicada. Dentro del vehículo
todo es número, como para Pitágoras. La caravana sigue su avance sobre
el pavimento asunceno. *
* *
* * Ramírez
tiene un acabado dominio del oficio de manipular el oro. Sus manos conocen
cómo derretirlo y darle forma. Lo saben fundir para hacerlo renacer de
sus cenizas, colocando las moléculas en otra posición. Ramírez está
orgulloso de su oficio. Unas semanas atrás había venido ese militar
extranjero a solicitar su arte, recomendado por el propio Stroessner, el
dictador que asfixiaba al país ya por más de un cuarto de siglo. Ramírez
no podía fallar. Fueron días de intensa dedicación y escaso sueño.
Pero habían valido la pena. Sus ojos contemplaban ahora el trabajo
concluido. Los lingotes de oro eran ya parte del pasado. Ahora,
reagrupadas, sus moléculas formaban un grande y precioso collar y dos
pulseras de alta majestad. Genuino arte luqueño. El oro que en este
momento siente la textura de la mano de Ramírez, pronto conocerá la de
la mano militar, la mano que ha empuñado el sable, la del saludo marcial,
la mano que ordenaba. Ramírez
está en la ciudad de Luque, contempla su trabajo con orgullo y
completamente ajeno al conocimiento de que en Asunción, a pocos kilómetros
de allí, está por suceder algo que marcará para siempre su destino. La
caravana del general será interceptada. El grupo B se encontrará con el
grupo A. Encontronazo. Ramírez ignora que ese día le deparará una alegría
casi nicaragüense.
Pasados
varios minutos de las diez de la mañana del 17 de setiembre de 1.980 la
Operación Reptil, que tenía a Asunción como escenario de operaciones,
alcanza su epicentro. * * * * * Ramírez
llega, al fin, a su casa con la multitud de diarios de la fecha. Su
zozobra sigue, y seguirá aún por unos días. Ramírez sabe que pocos le
creyeron cuando contó que habían venido a retirar el pedido la noche
antes. Casi nadie le creyó y menos aun cuando con el correr de los años
su casa fue creciendo hacia arriba y su joyería se convirtió en la mejor
de la ciudad. Ramírez
continúa en zozobra. Teme ver aparecer su nombre en los diarios. El rumor
puede ser perjudicial para todo lo que ha logrado. Sabe que deberá
aprender a vivir con ello durante el resto de su vida, irá pagando en
cuotas anuales el áureo presente del destino, su mágica chiripa. Sufrirá
y sobrellevará esa semana con paciencia, porque tampoco ignora que dentro
de unos días los periódicos se olvidarán nuevamente del tema y las
cosas volverán a la normalidad hasta el próximo año. En segundos más, Ramírez ocupará el sofá y hojeará los diarios. Y verá allí las mismas fotos de cada año: el Mercedes Benz descapotado de un bazucazo, los cuerpos descoyuntados a balazos, la cara ensangrentada del General Anastasio Somoza Debayle, su involuntario benefactor, muerto por un comando revolucionario liderado por Enrique Gorriarán Merlo e incapaz por ello de retirar el trabajo solicitado a su taller de joyas. |
Javier Viveros - Accra, 30 de julio de 2009
De
"Urbano, demasiado urbano"
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