Algo más sobre Prometeo |
Eran
tan numerosos los trabajos de Hesíodo y tan pesados sus días que pudo
narrar tan sólo una parte de la historia del más noble de los titanes. Por
robar el fuego de los dioses, Zeus ordenó que encadenaran a Prometeo al
Monte Cáucaso, y que un águila le devorara el hígado cada mañana. El hígado
se reconstruía durante el día y con el alba regresaba el ave a empapar
de sangre titánica el imperial y blanco plumaje de su cabeza. La
primera vez que su poderoso pico rompió la piel de Prometeo y se comió
su hígado fue la mejor. Definitivamente. El hígado más puro y
exquisito. Muy superior a los renacidos. El
águila también había sido castigada por el colérico y quisquilloso
Zeus, por alguna peccata minuta. Debía desayunarse con el hígado del titán, pero
no comía con fruición, era su penitencia. Con
el tiempo, el águila aprendió a identificar, por el sabor, los hígados
que se formaban. El hígado de los lunes era amargo, construido con magia
displicente. Los hígados de los martes tenían una sequedad característica
y un innegable sabor a tierra. Los miércoles y jueves Prometeo se
esmeraba y servía un hígado regordete y sanguinolento, de sabor muy
amistoso para con el pico. El resto de los días el menú hepático no
pasaba de una mediocridad espantosa. A
fuerza de convivencia, Prometeo y el águila habían labrado un sucedáneo
de la amistad, conscientes de que estaban condenados a repetir esa escena ad
nauseum. Una
mañana el ave comentó al titán que el oráculo decía que Hércules lo
liberaría de sus cadenas. Prometeo se puso feliz, su hígado nunca supo
mejor. –¿Sabes
algo de Hércules? ––preguntaba cada mañana, ya sin hígado. He oído que anda por su quinto trabajo, está por ahí limpiando establos, contestaba el ave unas veces. Anda matando pájaros, decía el águila en otras ocasiones y luego callaba y en sus ojos se podía leer un sentimiento ambiguo, porque sabía que se acercaba, cifrada en los brazos de Hércules, la libertad para ambos. Prometeo sería liberado de sus cadenas y ella recibiría un flechazo que le rompería la vida pero que significaría también el final de ese infame castigo. |
Javier Viveros
De
"Ingenierías del Insomnio"
jviveros@gmail.com
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