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Cipriano
Castro: El Cabito no llevado a
cabo Enrique Viloria Vera |
La figura violenta, contradictoria, alternativamente libertina
y heroica de Cipriano Castro contribuye a darle bizarro color
y casi epiléptico impulso a la Historia venezolana de los
primeros años del 900. No me atrevo a decir que sea uno de
esos
personajes que Plutarco hubiera querido incorporar
entre sus arquetipos. Su
personalidad marca, más bien, una
hora
de crisis de Venezuela. Es el último gran guerrero
brotado con toda la fuerza del
monte y con una retórica que
tiene asimismo la viciosa
proliferación de nuestros bejucos
tropicales.
Mariano Picón Salas
El joven revoltoso
Mi hijo es
como el símil del gallo,
hecho para la hembra y la pelea.
Don Carmelito Castro El
12 de octubre de 1858, trescientos sesenta y seis años después que Colón
y sus pávidos marineros desembarcaron en la isla coralina denominada Guanahaní por los nativos
indios lucayos, a fin de tomar
formal posesión de ella en nombre de los Reyes Católicos y bautizarla
con el cristiano nombre de San Salvador, en la Valencia de Venezuela, se
discutía, en protocolar Convención, una nueva Constitución Nacional, como Presidente Interino de la República actuaba Julián
Castro, mientras que en Capacho Viejo, en el remoto Táchira venezolano,
otro Castro, José del Carmen, conocido familiarmente como Carmelito,
brindaba con miche por el feliz nacimiento de un niño varón recién
parido por su mujer, Pelagia Ruiz, quien iba a ser también cristianamente
bautizado con el sonoro nombre de Cipriano. Cipriano
nació pequeño y creció pequeño aunque de muy encumbradas aspiraciones.
El Cabito fue llamado por
sus aires de grandeza, por emular y querer ser el propio Napoleón
Bonaparte, cuando no Simón Bolívar. Las dimensiones corporales, la
limitada estatura física de El
Cabito, mote tributario del endilgado en Francia - le pétit caporal - al
emperador francés, siempre
fueron constante motivo de guasa y chacota por parte de sus innúmeros
adversarios. Eleazar López Contreras recuerda que Castro “sostenía la
cabeza y movía los brazos a los lados; parecía que quería ganar
altura.” Pío Gil, por su parte, señala que EL
Cabito andaba “como si hubiera echado raíces en el suelo, para
traer las miasmas, empinábase inexorable, con su tipo lombrosiano.” El
niño Cipriano es bautizado por el presbítero Pedro N. Sánchez, siendo
su padrino de sacramento Don Antonio de Pablos. Tempranamente el vástago
es enviado por sus padres a la escuela para realizar, en el propio y todavía
en pie Capacho Viejo, estudios primarios bajo la dirección del ilustrado
y recto señor Vicente Durán. Luego del terremoto que destruyó Capacho
Viejo en 1875 y originó la fundación de Capacho Nuevo por al Pbro. José
Encarnación Montilla, Ciprianito se muda con su familia, con la dolorosa
excepción de su madre Pelagia, ya difunta, al nuevo Capacho llamado
Libertad; en su novísima escuela es educado bajo la dirección del
valerano Dr. Federico Bazó. De acuerdo con López Contreras, la
influencia que tuvieron el trujillano y otros educadores tachirenses sobre
el inmaduro Castro fue muy significativa en la formación del futuro Cabito:
“ilustrado por las lecturas históricas, escribía en estilo claro y
preciso, con capacidad de orador y fortuna para expresar sentimientos y
modos de pensar.” Estudios
formales de secundaria en el Colegio de Varones de San Cristóbal y menos
protocolares en la ejecución de la flauta y del violín - esas iniciales
melodías compinches del alma núbil de Cipriano que años después El
Restaurador convertirá en danza, cabriola, pirueta y afiebrado baile
- el joven Castro es enviado luego a la vecina ciudad de Pamplona para
realizar en su reconocido Seminario, esta vez, estudios sacerdotales. En
su exhaustivo libro Los Días de
Cipriano Castro, el ensayista Mariano Picón Salas ilustra a cabalidad
las acciones y conductas que llevaron primero a nuestro revoltoso joven al
seminario de Pamplona, y, luego, a
su primer asilo en la siempre acogedora localidad de Cúcuta: “Con unos
jóvenes de apellido Cacique, el adolescente Castro había sido de
aquellos bronquinosos jefes de banda que en los campos tachirenses
organizaban sancochos que solían terminar a tiros, o raptándose a una
muchacha labriega. En los días de su adolescencia se fijan – revelando
el volcanismo de su carácter – varios hechos significativos: su
permanencia en el Seminario de Pamplona y el duro castigo que le impone su
padre – unos buenos cuerazos,
anotamos nosotros - , una curiosa carta al General Antonio Guzmán
Blanco, la agresión a revólver al cura Cárdenas que no produjo mayores
consecuencias, y la fuga de la cárcel de San Cristóbal”. (Picón
Salas. 1986,40). Sin embargo, los historiadores coinciden en señalar que
esta pasantía de seminarista en Pamplona, fue muy fértil para el futuro
Caudillo. Allá, el fallido pastor de almas aprendió versos de Ortiz y de
Conto, se informó de los principios del pensamiento liberal colombiano,
asistió a algunos de sus combativos mítines y pudo adentrarse en la
oratoria política que tanto le fue útil en su carrera política. De
regreso a la capital del Táchira, el díscolo Castro ejerce diferentes
oficios comerciales y boticarios, sin embargo, como bien lo apunta Polanco
Alcántara: “el joven comerciante no resultó pacífico: Peleas
personales, disparos, heridas, y sobre todo
la enemistad con Espíritu Santos Morales, prefecto de San Cristóbal,
lo lleva, en 1884, al exilio”. Entre las más destacadas de sus acciones
de indocilidad, se registra el legendario ataque armado que el joven
revoltoso realizó contra el Presbítero Cárdenas, lo que le valió el epíteto
de “asesino de curas”. Recluido en la cárcel de San Cristóbal,
liberado en novelesca evasión por Cacique, su amigo de lances y correrías,
Cipriano, acosado por diferentes flancos y circunstancias, se extraña por
un tiempo de la tachirense comarca para refugiarse en la cercana Cúcuta. Un guerrero en ciernes “…Vi cuando Castro le quitaba el máuser
a un soldado, le zumbaba un machetazo a otro, le hacía un tiro de revólver y lo apuntaba con un fusil: Los pelotones de soldados enemigos lo apuntaban y le hacían descargas a quemarropa y él se agachaba o se tiraba al suelo para eludirlos (…) Yo creía que lo habían matado cuando de pronto lo veía surgir por otro lado, ensoberbecido, blandiendo el machete y gritando
voces de mando. Cuando cesó el fuego pedí una
entrevista con el Coronel
Castro.” Juan V. Gómez comentando la Batalla de
Capacho Aislado
de su terruño por primera vez en uno de esos exilios recurrentes que
parecen ser su inexorable destino, el joven Cipriano participa en
novedosas intrigas; las viejas y familiares con el Padre Cárdenas y sus
hermanos Alberto y Pedro, ya rindieron sus conocidos y negativos efectos.
Ahora, otras rencillas, las que alimentan un regionalismo dual expresado
tanto contra los centralistas caraqueños como contra el predominio de los
caudillos trujillanos, se hacen presentes en el ánimo del guerrero en
ciernes. Picón Salas recuerda: “El Táchira – la tierra más nueva y
de menos ejecuciones históricas de la Cordillera – comenzaba ya a
convulsionarse, y gentes tozudas, previsoras y laboriosas (distintas de
los románticos guerreros de Trujillo y de los oligárquicos doctores de Mérida)
pedían mayor participación en la política”. (Picón Salas, 1986,35).
Cipriano Castro será uno de esos tachirenses alzados. El
joven Castro inicia en Cúcuta amores con su futura esposa la señorita
Zoila Rosa de Martínez, y además de soñar con ella en sus noches de
insomnio, fantasea con la idea de revivir la hazaña integradora del
Libertador Bolívar y de restaurar el ideario liberal que los liberales
amarillos habían mancillado, y, sobre todo, poner
en su sitio al Prefecto de San Cristóbal, el General Espíritu Santos
Morales, el celebre Patón Morales. La oportunidad de hacer efectiva su
recóndita pasión de guerrero se le presenta rápidamente. En
1885, el también exiliado doctor y General Carlos Rangel Garbiras
comandan una invasión contra el gobierno del Táchira, en la que se
alista, a sus veintisiete años, con
el grado de Coronel, el joven Castro. La expedición es derrotada en las
cercanías de Rubio en la Batalla del Cerro Escalante. Vencidos y de
regreso a Cúcuta se planea una nueva invasión al Táchira. En 1886, el
General Segundo Prato, acompañado por varios coroneles, entre ellos
nuestro Castro, toma por asalto Capacho. En esta acción bélica
el Coronel Cipriano Castro se destaca y después de sus aguerridas
y exaltadas actuaciones, a su regreso al campamento, es nombrado Subjefe del Estado
Mayor, para al día siguiente en otra valerosa faena derrotar en el propio
Capacho, esta vez, al General Espíritu Santos Morales, lo que le valió
su nombramiento como General. Esta batalla marcó el inicio de la carrera
política y militar del nuevo Caudillo. Uno
de sus biógrafos resume
estupendamente la confusa situación militar y política que se plantea en
el Táchira de entonces: “Las luchas se desenvuelven por los lados de
los dos Capachos y culminan en algo original: el delegado del Gobierno
Nacional, general Juan B. Araujo, encargado de poner orden y haciendo uso
de su autoridad, cambia a las autoridades locales, con lo cual da la razón
a los revolucionarios. El antiguo jefe del gobierno, Morales, retirado
oficialmente se convierte entonces en “alzado” contra las nuevas
autoridades. En esas luchas muere mucha gente y culminan inesperadamente
con Morales exiliado y con Castro en funciones de segundo jefe de las
fuerzas del gobierno (…) Llega así el año de 1888: “El Estado de los
Andes” previsto en la nueva Constitución de 1881, debía tener un nuevo
“gobernador” para cada una de sus secciones. El presidente del Estado
resultó ser Carlos Rangel Garbiras. Por razones complejas, Castro, a
quien sus andanzas ya habían
convertido en general, fue designado como gobernador de la sección Táchira”.
(Polanco Alcántara. 1991,35 y 36) Un gobernador bisoño
Los hombres chiquitos
como yo debemos ganarnos la estatura que no nos dio la naturaleza.
Cipriano
Castro Del
campo de batalla al Palacio de Gobierno, de la milicia a la civilidad,
a sus recién estrenados 30 años de edad, Cipriano Castro, en esos
albures de la vida, es escogido Gobernador de la Sección Táchira del
Estado de Los Andes. Sintetiza Gerson Rodríguez Durán: “Al caer el Régimen
Guzmancista Espíritu Santos Morales fue depuesto de la Gobernación del Táchira
y el General Francisco Alvarado, Presidente del Gran Estado de Los Andes,
sustituido por Carlos Rangel Garbiras. Este pretendió imponer a Gregorio
Noguera como Gobernador; pero de inmediato se formó un Comité de apoyo a
la elección de Castro, presidido por el doctor Santiago Briceño Ayesterán.
A finales de 1887 Castro fue electo Gobernador y reconocido como tal por
el Presidente Francisco Rojas Paúl”. (Rodríguez Durán. 1999, 155). Por
dos largos e intensos años, interrumpidos por una breve ausencia
temporal, permanece el futuro Restaurador al frente de la gobernación. Sus realizaciones son
reconocidas por la comunidad tachirense y por la nacional, y por futuros
historiadores. Ramón J. Velásquez expresa: “El gobernador Castro
realiza una labor administrativa que consolida su prestigio regional.
Reclama los títulos de propiedad para las comunidades indígenas de
Capacho, pide al gobierno nacional caminos que unan al Táchira con
el resto del país promueve una encuesta en donde pregunta a los notables
de la región si como gobernador ha atropellado los derechos de algún
ciudadano. Finalmente un conflicto con el clero de San Cristóbal que
determina el temporal cierre de
las iglesias, ocasiona el primer enfrentamiento con Rangel Garbiras. Ya se
empieza a hablar de castrismo y
de ciprianismo”. (Velásquez, 1991, 58). En fin, Cipriano Castro ejerce con relativo éxito y aceptación de la comunidad regional la Gobernación del Táchira, siempre con la férrea oposición de los rangelistas y de los liberales amarillos, amén de una sojuzgada revolución de curas a raíz de una venganza por mampuesto cuando uno de sus seguidores le infligió en el mercado municipal unos planazos a su pasado rival, el Presbítero Cárdenas. Un diputado ruidoso
Más ruidoso que carro viejo y diputado nuevo
Andrés
Eloy Blanco La
sardónica apreciación del poeta cumanés ha podido aplicarse al Cipriano
Castro que resultó electo en 1890 como nuevo diputado al Congreso de la
República, cargo electivo que ejercerá hasta 1892. Se traslada el electo
diputado a Caracas para ejercer sus tareas de parlamentario por el Táchira.
Prontamente destaca por su provinciana vestimenta, su valentía, su afán
nacionalista, por sus ásperas críticas al guzmancismo y por sus
encendidos discursos más propios de un jacobino en plena Revolución
Francesa, así como por la particular manera de aporrear la gramática
castellana - me forzo por me
fuerzo – y por la peculiar forma como discursea, recalcando las
consonantes finales, duplicándolas casi. Como bien apunta Picón Salas:
“desde el ángulo que se le observe, es don Cipriano el más original,
para otros el más valiente de los diputados de 1890 (…) Muchas personas
lo esperan a la salida del
Congreso o acuden a verlo con suma curiosidad en la pensión de la Calle
de Carmelitas donde se aloja. A Don Cipriano le gusta hablar con
prodigalidad a los periodistas, quienes confiesan que para su oficio de
guerrero es demasiado elocuente”. (Picón Salas, 1986, 49). El
pequeño diputado, el gallito andino,
como también han de llamarlo sus detractores, vestido con su jipijapa
provinciano, con sus ajustados pantalones, con su pesada leontina y su
levita gris, se reúne y conspira con los anti -
guzmancistas contra los defensores del anquilosado Liberalismo
Amarillo. Se une el ahora ensalzado congresista a las tertulias
vespertinas donde participan los Generales Julio Sarria, Jacinto Lara,
Juan Pietri, se hace cercano a don Domingo Antonio Olavaria y a muchos
otros personajes de relevancia en la política caraqueña (Ramón Ayala,
Gregorio S. Riera, José A. Velutini, Manuel Antonio Matos, Laureano
Vallenilla, Alejandro Urbaneja, entre otros), y se constituye en una
especie de alter ego de su
mentor Santiago Briceño. Igualmente, se hace decidido seguidor del doctor
Raimundo Andueza Palacio. Ramón J. Velásquez recuerda que: “En 1892,
el empeño del Presidente Andueza Palacio de permanecer en el poder divide
el liberalismo amarillo en continuistas y legalistas, y Castro se proclama
anduecista”. Esta
proclamación de intenciones, esta toma de postura a favor del continuismo
de Andueza en la Presidencia de la República, va a tener importantes
repercusiones para el novel diputado que regresa súbitamente a sus viejas
andanzas de valeroso guerrero. El exiliado epistolar
Cuento apenas con 34 años de
edad, de los cuales 17 se los
he consagrado hasta hoy a la
Patria, con el fuego y ardor
de la juventud y las
convicciones que me han alentado, no
arredrándome jamás la lucha.
Cipriano Castro Al
proyecto continuista de Andueza Palacio reacciona prontamente el General
Joaquín Crespo, quien se pone al mando de la Revolución Legalista para
combatir la reforma de la Constitución que extendería el período de
gobierno. El Presidente Andueza, ante la amenaza armada, nombra a Cipriano
Castro Jefe de las Fuerzas del Gobierno en Táchira, quien parte de la
Guaira a Maracaibo provisto de hombres y de generoso parque. Un sintético
y vivaz “parte de guerra” nos informa con detalle de lo ocurrido desde
la llegada de Castro a Maracaibo hasta
su decisión de exiliarse de nuevo en Cúcuta: “…supo de que en el Táchira
había estallado el movimiento legalista; y en Puerto de Guama que los
conservadores trujillanos, al mando de Eliseo y Pedro Araujo, habían
tomado San Cristóbal sin que el Gobernador Cayo Mario Quintero hubiera
asumido su defensa. Ignoraba que éste, escoltado por fuerzas militares al
mando del General José González, había resuelto partir hacia Colón
para encontrase con él”… Castro…”en el trayecto se informó que
Colón estaba siendo atacado por trujillanos. Apresuro la marcha y en la
mañana del día siguiente llegó a Colón en momentos en que se combatía
fuertemente. De inmediato se puso al frente de la situación y en EL Topón
logró derrotar los 2000 hombres del ejército trujillano, cuyos restos
huyeron hacia Mérida (…) Castro trasladó el parque; y cuando se enteró
que Espíritu Santos Morales, partidario de Crespo, había salido de
Trujillo, al mando de un ejército compuesto de 1500 soldados, procedió a
acopiar elementos para la defensa de San Cristóbal. Cuando Morales llegó
resistió sus acometidas e
impidió que tomará la ciudad (…) Castro se impuso y derrotó a
Morales, quien huyó a Mérida (…) Castro siguió a Mérida para
reunirse con los Generales José María Gómez, Delegado Nacional del
Gobierno del Presidente Andueza, y Diego Bautista Ferrer, quien a su paso
por Trujillo había derrotado a las fuerzas legalistas. Conferenció con
ambos oficiales y les propuso unificar los ejércitos para seguir hacia el
Centro a combatir a Crespo, pero éstos resolvieron consultar la opinión
del Presidente de la República (…)
éste le informó a Castro que el Gobierno contaba con suficientes
elementos para derrotar la Revolución Legalista y le ordenó regresar al
Táchira y esperar nuevas instrucciones, Castro llegó a San Cristóbal y
decretó la autonomía política de de la Sección. Luego apoyado por un
movimiento de opinión, se encargó de la Gobernación, desde cuya posición
se dedicó a esperar el resultado de los acontecimientos. Entre Agosto y
Noviembre de 1892 ejerció el cargo, hasta que finalmente Andueza fue
derrocado”. (Rodríguez Durán. 1998, 160 a 162). Uno
de las primeras disposiciones del nuevo Gobierno de Crespo es decretar el
enjuiciamiento de Andueza Palacio y sus más cercanos colaboradores,
incluyendo a Cipriano Castro, quien huye y se destierra en el fundo Bella Vista cercano a la Villa del Rosario. Su segundo hombre al
mando en esta corta campaña militar contra los legalistas, Juan Vicente Gómez,
se asila también en Cúcuta, en un fundo colindante al de Castro, al que
llamó Buenos Aires. Se
profundiza una relación de amistad y afecto entre estos dos compadres que
la ambición por el poder político ya se encargará de demoler. Son
siete largos años de exilio (1892 – 1899) en los que Castro se encarga
de afinar su pensamiento restaurador y de profundizar sus relaciones con
los diversos jefes liberales continuistas asilados en Curazao, Nueva York
y París. Cartas, esquelas, misivas, mensajes, en fin, todas las formas
del género epistolar serán el medio privilegiado por el Cabito
para transmitir sus idas y arraigar su liderazgo. En 1893, Castro,
aprovechando la amnistía acordada en la nueva Constitución, sale a
Caracas para conversar con el Presidente Crespo acerca de la situación de
sus protegidos Andes. Pero Crespo, escasamente interesado en las
propuestas y consideraciones del exiliado lo hace esperar por largas horas
en la antesala de su despacho presidencial en la vieja casona de Santa Inés,
y, finalmente, le concede una corta y cortés entrevista, luego de la cual
comenta a sus allegados y aduladores: “Ese es un indiecito que no cabe
en su cuerito”.En 1895, Castro viaja a Curazao para participar en una
abortada invasión contra Crespo, organizada por José Ignacio Pulido y
Ramón Ayala. Decepcionado de las intrigas y de las rivalidades entre los
continuistas, regresa a su abandonada hacienda cucuteña para continuar
redactando sus innumeras cartas y más tarde sus encendidos artículos de
prensa en el nacionalista e antiimperialista periódico El
Venezolano. Desesperado
Crespo ante el creciente fracaso de su gobierno, llama al General Manuel
Antonio Matos para que organice la vacilante administración pública.
Matos a su vez, por instrucciones de Crespo, invita a Castro a participar
en el reformulado gobierno crespista, ofreciéndole la Aduana de Puerto
Cabello, la que airado rechaza para demostrar que no siempre “dádivas
quebrantan peñas”. En realidad, Castro, como ya lo había expresado al
propio Presidente, aspiraba nuevamente a la Gobernación del Táchira, la
que, por supuesto, Crespo no tenía ningún interés político en otorgársela.
En
1897, elecciones presidenciales en puerta, Castro se pronuncia por la
candidatura de Carrillo en contra de la de Ignacio Andrade, escribe
sucesivas cartas públicas criticando la intervención de Crespo en la
selección del candidato presidencial del partido liberal amarillo y
proponiendo la convocatoria de una convención nacional para la escogencia
del candidato de entre las precandidaturas de Andrade, Castillo, Arismendi
Brito, Tosta García y Rojas Paúl. A las cartas públicas y a las
peticiones de dialogo y entendimiento de Castro, Crespo comenta una vez más:
“el indiecito no cabe en su cuerito”. En el calor del debate
electoral, Domingo Antonio Olavaria, viejo contertuliano del exiliado,
propone el nombre de Cipriano Castro como eventual candidato presidencial
de consenso. Decepción
tras decepción, el Cabito
continúa con su trabajo político, arrecia su nacionalismo – su
antiimperialismo -, escribe y organiza comités de apoyo en el Táchira,
se percibe presidenciable, propone un nuevo partido, El Democrático, un
nuevo periódico, El Demócrata, y comienza sobre todo a sentar las bases
organizativas de la futura Revolución Liberal Restauradora. Como bien lo
expresa Picón Salas refiriéndose a este periodo de largo pero fructífero
exilio epistolar de Castro: “Son entre
el 92 y el 99 los años de diáspora y de “égira”; también de
preparación para una guerra santa”. La Revolución Liberal Restauradora
Así que disponemos de 58 hombres;
y el General Gómez y yo somos
60…
Cipriano
Castro Y
la andina Guerra Santa tomó forma, ocupó lugar, entusiasmó primero a
pocos y luego a muchos, tuvo éxitos tempranos y sumados cabecillas, y, en
especial, inevitables y
decisivas negociaciones políticas, fue conocida por la Historia Patria
como la Revolución Liberal Restauradora, a cuya cabeza estuvo desde sus
inicios Cipriano Castro al mando de escasos sesenta hombres que
“aguardaban con sus cabalgaduras y chamarretas, ajustados los revólveres
en el corredor de Bellavista. Se les sirve café y escancian a pico de
botella el garrafancito de ron de la Ceiba”. (Picón Salas, 1986,63).
Citemos otro breve “parte de guerra” acerca de la evolución de esta
asonada restauradora que se inició el 23 de mayo de 1899 en los márgenes
del Río Táchira hasta llegar victoriosa, cinco meses más tarde, ochenta
y un días después, a Caracas, el 22 de octubre de de 1899, diez fechas
después del cumpleaños 41 del General Cipriano Castro: “En adelante
Castro realiza una campaña en la cual destacan los siguientes hechos
armados: Tononó (26.8.1899), Las Pilas (27.5.1899), El Zumbador
(9.6.1899), Cordero (28.6.1899), Tovar (6.8.1899), Parapara (26.8.1899),
Nirgua (2.9.1899) y Tocuyito (14.9.1989). El presidente Andrade abandona
el país por el incontenible avance del <<Restaurador>>, quien
entra a Caracas el 22 de octubre de 1899 para convertirse en primer
magistrado hasta diciembre de 1908”. (Diccionario de Historia de
Venezuela, 1997, 741). La
historiografía venezolana es pacífica en señalar que los inicios de la
Revolución Restauradora hay que buscarlos en la reacción contra la
ineficiencia y el debilitamiento progresivo del gobierno de Ignacio
Andrade. En efecto, se señala que el régimen andradista se desestabiliza
lentamente debido entre otros factores al principalísimo, a la pérdida física
del principal apoyo de Andrade, el General Joaquín Crespo, quien fallece
el 16 de abril de 1898 en la Batalla de La Mata Carmelera, cuando
enfrentaba las fuerzas insurrectas del General Hernández, el célebre Mocho.
Rodríguez Durán expresa que “su trágica desaparición significó una
verdadera desgracia nacional, enlutó al país y abrió camino para el
caos absoluto. En ese momento El
Taita era el máximo caudillo civil y militar de Venezuela”. A esta
pérdida fundamental se suman otras circunstancias no menos importantes:
la disminución de los ingresos fiscales y las crecientes presiones de los
gobiernos extranjeros para el pronto pago de la deuda extranjera contraída
por la Republica. Además, desde la perspectiva de Castro, se añade el
decreto de la reforma constitucional del 22 de abril que intenta, en
perjuicio de la organización político – territorial existente,
devolver las “autonomías históricas” a ciertas regiones del país
para crear un total de veinte estados. Bajo
la enseña “nuevos hombres, nuevos ideales, nuevos procedimientos”, el
Presidente Castro inicia su mandato designando – paradójicamente - un
gabinete ministerial integrado en su totalidad por rancios protagonistas
del combatido Liberalismo Amarillo, sin ninguna participación del grupo
andino que lo acompañó en su gesta restauradora. Ya el General José
Ignacio Pulido, nuevo Ministro de Guerra, se lo había advertido
tajantemente: “Muy mal hecho Cipriano. Muy mal hecho”. La reacción
ante estos nombramientos no provino – extrañamente - del grupo de
andinos sino del General nacionalista Hernández, El
Mocho; quien al ver designados como ministros en el gabinete en
estreno a sus tradicionales enemigos políticos, rompió su nombramiento
como Ministro de Fomento y se volvió a alzar en armas, esta vez contra el
iniciado Gobierno de Castro. Variadas
son las sucesivas y crecientes insubordinaciones militares contra La
Restauración: tempranamente también el General Antonio Paredes se niega
a entregar la fortaleza de Puerto Cabello al farsante Pablo Bolívar,
desafiando al propio Castro para que fuese a arrebatársela personalmente;
en octubre de 1900, Nicolás Rolando proclama la autonomía de Guayana; en
diciembre, Celestino Peraza inicia una rebelión en los llanos; Pedro Julián
Acosta incita, por su parte, a la insurrección en Oriente; Juan Pietri lo
imita en Carabobo. Allende las fronteras occidentales, el viejo aliado de
Castro y ahora ardiente opositor, Rangel Garbiras, invade desde Colombia
por el Táchira. Ante estas continuadas, inconexas y aisladas rebeliones
armadas, el Presidente Castro opone, por un lado, una visión unitaria y
de conjunto de la acción militar de su gobierno, los encargados de
ejecutarla serán sus aliados, los oficiales restauradores andinos, y
primordialmente su compadre Juan Vicente Gómez, y, por el otro, la
inteligente estrategia de
concebir un nuevo y eficiente ejército nacional. Pino Iturrieta, en
apretado texto del Diccionario de Historia de Venezuela, p.743, asienta:
“Desde los primeros meses de 1901, Castro eleva el pie de la fuerza
nacional hasta 30 batallones, provee de armamento moderno a la
oficialidad, aumenta el parque de reserva mediante la adquisición de
fusiles modernos, compra trenes de artillería de montaña, funda una
maestranza general para el servicio de las 3 armas, crea el arsenal de la
Marina e introduce algunas variantes en el uniforme de la tropa. Con estas
reformas, ocurridas entre 1901 y 19002, sienta las bases para la liquidación
de la manera antigua de hacer la guerra y para la creación de una
organización militar diferente a la montonera.” Uno tras otro de los
insurrectos fue derrotado por el ejército de la República para mayor
gracia de Castro y de sus generales, y, en especial, de su compadre Juan
Vicente, El Salvador del Salvador. Pero
no sólo fueron los sublevados militares los que realizaron una feroz
oposición a Castro. Inés Quintero confirma: “No obstante,
progresivamente, nacionalistas y liberales amarillos, escritores, políticos,
prominentes hombres de la ciencia y de los negocios e incluso empresas
extranjeras con intereses en Venezuela, confluyen en un movimiento de carácter
nacional cuyo objetivo es desalojar a Cipriano Castro del poder. Se trata
de la Revolución Libertadora, principal movimiento de oposición a Castro
y episodio definitivo en la liquidación de las luchas caudillistas en
Venezuela”. (Quintero, 1991, 91). En
efecto, a la sublevación armada de nacionalistas y amarillos se suman
otros factores económicos y financieros que, unidos a la ineficiencia
oficial, conducen al país a un profundo déficit fiscal
que hace perentoria la necesidad de que el gobierno recurra al
financiamiento de la banca privada. En enero de 1900, Castro convoca al
potentado General Manuel Antonio Matos, propietario y director principal
del Banco de Venezuela, a una reunión en la que le solicita el concurso
financiero de la entidad bancaria para ayudar a cerrar la aguda brecha
fiscal. Ante la evasiva del banquero y en respuesta a su carta en la que
aconseja a Castro una fórmula de obtención de fondos que no implique la
participación de su banco ni mayor violencia a la existente, los
directores del Banco Caracas y el presidente y secretario del Banco de
Venezuela fueron conducidos a prisión. En las temidas cárceles de la
Rotunda primero, en su aterrador “tigrito” luego, Matos los acompañará
días después. Picón Salas narra vividamente lo ocurrido con los banqueros y
el desenlace a corto y a mediano plazo: “Y varios días después, entre
dos hileras de soldados, sacan a los banqueros del presidio y los hacen
recorrer a pie las populosas calles que median entre la prisión y el
Ferrocarril inglés. Circulaba la noticia de que los mandarían a las bóvedas
de San Carlos, pero sólo se trataba de una procesión bufa. Don Bernardo
Lassére, Presidente de la Junta Directiva del Banco de Venezuela, meditó
bastante en sus horas de presidio, y accedió a que la Institución
prestara al Gobierno el dinero pedido. Ahora todos recobraban la libertad,
y don Cipriano hace una visita de cortesía a los Bancos como para borrar
cualquier agravio: En estas curiosas relaciones suyas con la Economía
Nacional en que pasará de la violación al halago, tres años después,
dará una de las más lujosas fiestas de su gobierno en homenaje a la
directiva de los “Bancos de Venezuela y Caracas”. Serán los huéspedes,
los prisioneros de ayer”. (Picón Salas, 1986, 105 y 106). El
General Matos, humillado y dolido, comienza a concebir su personal
venganza, a recibir extrañas y continuas visitas, desusadas audiencias. El Ministro de los Estados Unidos, los jefes de tres
importantes compañías extranjeras: The New York and Bermúdez Company,
The Orinoco Corporation y The Orinoco Shipping Corporation comienzan “a
calentarle la oreja” al banquero guerrero. Los franceses del Cable y los
alemanes del Ferrocarril se suman a las insinuaciones. Se gesta así, poco
a poco, la Revolución Libertadora. “Un parte de inteligencia y de
guerra” informa: “El Trust del Asfalto y la Orinoco Shipping,
descontentos por las medidas del Gobierno Restaurador decidieron en Nueva
York apoyar al potentado venezolano Manuel Antonio Matos para la adquisición
de un barco destinado a transportar tropas revolucionarias a Venezuela
(…) Matos adquirió en Londres (…) el vapor de carga Ban Righ, que fue
despachado con destino a Martinica, lugar convenido para la concentración
de los comprometidos. El Ministro de Defensa, General Ramón Guerra; y el
Gobernador de Aragua, General Luciano Mendoza, se comprometieron en la
insurgencia (…) el barco pirata fue bautizado El Libertador; y a
comienzos de 1902 zarpó con destino a costas venezolanas (…) fue puesto
en combate a la altura de Cumarebo”. (Rodríguez Durán, 1998, 244). El
arribo de El Libertador, o la Matera como fue bautizada la nao por el
populacho, fue el toque de diana para advertir que la Revolución
Libertadora llegada por costas del caribeño mar estaba presta para
desplegarse en venezolana tierra. Esta Revolución Libertadora que agrupó
sin éxito a las desperdigadas iniciativas de los caudillos regionales,
algunos de ellos ya mencionados, a los que se sumaron otros cabecillas
nacionalistas y liberales amarillos, después de muchas peripecias y
batallas, se desmoronó finalmente en la “tremenda prueba”, en la
Batalla de La Victoria que se inició el 12 de octubre, fecha del cumpleaños
de Castro, y culminó el 3 de noviembre de 1902, día en que las exhaustas
tropas libertadoras reciben del derrotado General Matos la orden de
retirarse del campo de batalla. Ramón J. Velásquez con su acostumbrada
lucidez registra: “La batalla de la Victoria es el episodio final de un
régimen político – militar que asume el control del país en 1803 con
el triunfo de la Revolución Federal y se consolida definitivamente en
1870, cuando el General Antonio Guzmán Blanco entra triunfante en Caracas
como héroe de la Revolución de Abril. Durante treinta y nueve años, el
liberalismo bajo distintos nombres (liberalismo federalista, liberalismo
amarillo, liberalismo legalista), establece un total dominio sobre el país
que no logran disputarle los grupos de oposición, perseguidos con el
calificativo de <<godos>> o conservadores. En
La Victoria, a la alianza militar de liberales amarillos y nacionalistas,
se va a enfrentar un nuevo ejército nacional, en cuyo comando predominan
nuevos jefes militares y con otra composición regional en los
contingentes de tropas, dentro del cual por primera vez actúa, en forma
predominante, gente de los Andes”. (Velásquez, 1991, 73). Sin embargo,
lejos de enfrentar la realidad de la derrota, Matos y algunos de sus
aliados en Occidente y Rolando en Guayana, se niegan a deponer las armas,
ambos son derrotados, unos en Barquisimeto, el otro en Ciudad Bolívar,
donde Gómez se consagra como Salvador y Pacificador.
Inés Quintero concluye: “La Revolución Libertadora constituye
así, la última de las guerras civiles venezolanas. Pero además cancela,
de manera permanente, una forma de ejercicio político cuyos protagonistas
estelares fueron los caudillos”. Y
por si no hubiera sido poco, otro conflicto internacional se suma al ya
acontecido con Colombia en 1901 y que luego de la Batalla de Carazúa en
la Guajira, motivó la ruptura de las relaciones diplomáticas con el
hermano país. Esta vez, en diciembre de 1902, a escaso un mes de la
Batalla de La Victoria, ocurre el bloqueo “pacífico” de las costas
venezolanas por parte de los acreedores de la República, origen de la célebre
proclama que comienza: “¡Venezolanos! ¡La Planta insolente del
extranjero ha profanado el sagrado suelo de la patria!”. En efecto, ante
la negativa de Castro a cancelar las deudas pendientes con los ciudadanos
y con los Estados, buques de guerra de Inglaterra y Alemania, con la
anuencia del gobierno norteamericano, amparado en la Doctrina Monroe,
ocupan el 9 de diciembre el puerto de La Guaira. El 12, se suman naves de
Italia que serán acompañadas luego por navíos de las armadas de
Francia, Holanda, España, Bélgica y México. La armada venezolana es
capturada y reducida, Puerto Cabello es bombardeado, y en enero de 1903,
los invasores intentan forzar la Barra de Maracaibo, donde fueron
repelidos. Castro aprovecha esta circunstancia para avivar el
nacionalismo, y realiza maniobras políticas para conseguir alianzas y
patrocinios como la excarcelación del Mocho Hernández, quien se suma a
la defensa de la soberanía de la Patria. Aceptada la mediación de los
Estados Unidos, el conflicto se resuelve mediante la firma de nuevos
acuerdos para la progresiva cancelación de las acreencias en mora. Un
excelente análisis de esta situación es el realizado por el historiador
británico Brian S. McBeth, quien en enjundioso libro - aún no traducido
al español - brinda valiosa información y certera interpretación del
“bloqueo pacífico”, que entre otras repercusiones internacionales
motivó el surgimiento de la Doctrina Drago. Castro,
viejo zorro ya en política, capitalizó el sentimiento nacionalista, y
por primera vez el país entró en una etapa de relativa paz hasta que, a
instancias de los gobiernos municipales controlados desde Caracas, el
Congreso sancionó, el 20 de abril de 1904, una nueva Constitución que
permitió reelegir al Presidente por otro periodo de gobierno de seis años,
hasta mayo de 1911. Las reacciones no se hicieron esperar, unos se
adhirieron a la reforma y otros como el sempiterno Mocho
Hernández mostraron su desacuerdo. Nuevas y trascendentes reformas
legales se llevaron a cabo, se legalizó el divorcio, se reabrieron los
Seminarios clausurados por Guzmán Blanco,
y se emprendió la construcción de importantes obras públicas.
Nadie presagiaba lo que vendría después. El Cabito no llevado a cabo
El guerrero de a caballo, acostumbrado a tramontar
los polvorientos caminos de
Venezuela, fue sometido
a vagabundear por mares y océanos
cual presidiario
en
galera flotante.
Gerson Rodríguez Durán Y de repente la debacle. La relativa tranquilidad reinante es también
quebrada por un conjunto de acciones en contra de empresas y gobiernos
extranjeros, y ciudadanos venezolanos. Se introdujo senda demanda contra
la New York and Bermudez Company por daños causados a la Nación y otra
contra El Cable Francés; se solicitó el embargo de los bienes de Matos;
el Gobierno Norteamericano retiró a su embajador; Francia rompió
relaciones diplomáticas y Colombia hizo lo conducente. Mas tarde los
Estados Unidos de América y Holanda también romperían relaciones diplomáticas
con el Gobierno de Castro. En el plano nacional se produce la detención
y posterior fusilamiento del General Antonio Paredes en el Estado Bolívar.
La economía nacional entra en franca recesión; hay que subastar, vender
a precio de gallina flaca, la recaudación de significativas fuentes de ingresos
públicos nacionales: la renta de licores, tabaco, estampillas,
cigarrillos, papel sellado y salinas son cedidos al mejor postor. Y como
dice el refrán: cuando el pobre
lava… llueve, una epidemia de peste bubónica estalló además en el
litoral central y se extendió
a la capital y al centro del país, el espanto se instaló en casas y
habitantes. Intrigas políticas van y vienen, las
facciones se organizan y conspiran, son los tiempos de La Conjura
organizada por la camarilla valenciana liderada por Tello y bajo el
eventual mando del General Francisco Linares Alcántara; se trata de
apostar a la inminente muerte de Castro y de asesinar al incómodo Gómez.
Castro se recupera de sus dolencias y conjura La Conjura. Castro vuelve a
resentirse de su precaria salud, agravada por las francachelas, orgías,
desenfrenos, jaranas, agasajos y convites sin medida que le organizan sus
felicitadores y aduladores. En 1907 es intervenido de un riñón, reasume
como Presidente, se separa del cargo y regresa aclamado. Sin embargo, la
salvaguardia de su salud se impone sobre las ansias de poder del Caudillo,
quien el 24 de de noviembre de 1908 se embarca en la Guaira en el vapor
francés Guadaloupe para iniciar su último y definitivo exilio que concluye
con su muerte en Santurce, en Puerto Rico, el viernes 5 de diciembre de
1924. Cuenta Picón Salas que su compadre del alma, su segundo de a bordo,
el que había quedado al frente del gobierno para cuidarle el coroto, y después traicionarlo y darle la espalda, el ahora
liberado segundón convertido en Benemérito de la Patria: <<En una
glorieta de su hacienda maracayera, a la sombra de un gran samán donde
confundiendo lo privado y lo público Juan Vicente Gómez habla
alternativamente con sus caporales y mayordomos y recibe a sus ministros,
se comenta la muerte de Cipriano Castro. Como reyezuelo de la Edad Media,
poblado de refranes y consejas, bajo el gran árbol floral, Gómez evoca
los días de la campaña del 99: “Don Cipriano si sabía pelear” es su
mayor elogio fúnebre (…) Mira a su secretario y con la cara más plácida,
como si por primera vez se sintiera sin recelo ni preocupación, le
ordena: “Ahora vamos al cine”>> (Picón
Salas, 1986, 301 y 302). Bibliografia Son numerosos y variados los textos sobre
Cipriano Castro. En nuestro caso hemos utilizado básicamente:
Picón Salas, Mariano. Los
días de Cipriano Castro. Biblioteca de la Academia Nacional de la
Historia. Caracas, 1986.
Varios autores. Cipriano
Castro y su época. Monte Ávila Editores. Caracas, 1991.
Rodríguez Durán, Gerson.
Cipriano Castro: su tierra,
su entorno y su vida. Biblioteca de
autores y temas tachirenses. San Cristóbal, 1999.
McBeth, Brian S. Gunboats,
corruption and claims. Greenwood Press. London, 2001.
Diccionario de Historia de Venezuela. Fundación Polar.
Caracas, 1997. Paredes, Antonio. Como llegó al poder Cipriano Castro. Ediciones Garrido. Caracas, 1954.
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