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Leer un poema…
De sillas, lápices y
galletas |
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Los seres humanos somos siempre uno, y siempre otro, al mismo tiempo. Vivimos asociados y disociados, en contacto con el mundo externo y en comunicación con nuestro diálogo interno. El afuera y el adentro, el presente, los recuerdos y la visión del futuro se mezclan de tal manera en nuestra experiencia consciente que, al traducirla al lenguaje escrito, éste no puede ser lineal y sintáctico, sino desordenado, con brincos sorpresivos de nivel lógico, con imágenes y conceptos empalmados como palimpsestos. Nos despertamos en la mañana, caminamos al baño, tomamos el cepillo de dientes, le ponemos pasta, abrimos la llave del agua, mojamos un poco la pasta y cepillamos los dientes de manera ritual. Mientras esto sucede terminamos de elaborar un sueño, acariciamos un anhelo, reflexionamos sobre la vida y la muerte, nos entristecemos por un hecho real o imaginario. El mundo de afuera, por el que transitamos es una especie de escenario en el que se van presentando los fantasmas interiores de manera caótica y vertiginosa, pero de ninguna manera casual. Es la secuencia de actividades y sus transiciones, los objetos particulares y sus significados los que dan lugar a esas otras apariciones o travesías por el mundo interno, como si la llave del agua, al abrirse, descorriera también un telón y entraran a escena todas nuestras asociaciones con el fluir del elemento. Recuerdo aquellos calendarios alemanes del mes de diciembre —un paisaje de la época Navideña— en los que cada día abríamos una ventanita de papel que escondía una imagen sorpresa. Imagino la vida cotidiana como ese paisaje poblado de infinidad de objetos que, al girar, nos abren otra realidad. El poeta reconoce esa íntima relación entre lo cotidiano y lo trascendente, entre lo material y lo espiritual. Solo la sensibilidad, no la inteligencia, hace posible advertir que cada engranaje de lo cotidiano es una llave al mundo de lo conmovedor, lo espiritual, incluso lo sagrado. La pintora Carmen Bordes me regaló un grabado en el que aparecen un lavamanos, un jabón y un cenicero con un cigarro prendido; lo tituló “Meditación matutina” y con este doble lenguaje, el de la imagen y el de la palabra, nos trasmite su compleja percepción de una escena cotidiana. La poesía es la manifestación de la experiencia subjetiva del hombre ante el mundo y esta experiencia no está conformada solo por los grandes temas: la vida, el amor, la muerte, sino por todos esos pequeños asuntos que funcionan como goznes invisibles de puertas a espacios paralelos. Una de las funciones del poeta, uno de sus motivos es la resignificación del mundo cotidiano. “Alabad vuestros sentidos, confesad vuestra estupidez: oíd, mirad, sentid” dijo el maestro Pellicer. En su sinfonía al vaso de cristal a medias colmado por el agua, Gorostiza nos presentó al objeto como metáfora del hombre. En el basto panorama de la poesía actual ꟷplural y heterogéneaꟷ hay autores que abordan dicha tarea como propuesta estética; con sus poemas nos enseñen nuevamente a mirar, nos hacen detenernos en aquello que, normalmente, pasaría ante nosotros sin revelarnos su complejidad, su profundidad o su gracia. Fabio Morábito, Antonio Deltoro, Raúl Aceves y Jorge Esquinca parecen haber apostado a esta vocación de volver a nombrar las cosas del mundo. Así habla Fabio Morábito de la silla:
Antonio Deltoro escribe sobre el lápiz:
Raúl Aceves hace este homenaje a las galletas:
Jorge Esquinca nos presenta su silla de madera:
En todos estos poemas advertimos la presencia del espíritu de la infancia. El niño mira el mundo como si lo viera siempre por vez primera. El niño no se vincula con el mundo, sino con los detalles del mundo. Es capaz de perder a sus padres en una multitud, con tal de conservar el juguete que llama su atención con su lenguaje de colores y texturas. Pero el niño no es ajeno a la naturaleza simbólica del mundo cotidiano: él sabe lo que realmente significa un muñeco que se pierde, una pelota que se poncha bajo las llantas de un carro, la enorme ola que aparece en sus sueños. El sabe, y sabe lo que sabe, pero no lo traduce al mundo del lenguaje de la razón, lo mantiene a propósito en el mundo de la metáfora, de la magia. No es de extrañar que algunos de los temas de Morábito y de Deltoro son objetos o experiencias de la infancia como el trompo o el “bote pateado”. Al igual que los niños, lo que estos autores regalan al mundo de lo cotidiano es tiempo, presencia de los sentidos y una desconceptualización de los mismos, una especie de olvido de las significaciones racionales para que éstas se nos muestren con toda su virginal plasticidad. Cuando le damos nuestro tiempo sosegado a un objeto, a una idea, a una persona, éstas tienen la oportunidad de revelarse ante nosotros como seres únicos, nuevos, complejos y significativos. Así, por ejemplo, la pequeña caja de cartón que tengo sobre el escritorio, y que es el empaque de un tintero, comienza a hablarme de sus proporciones, me invita a tocar su textura ciertamente rugosa, me permito gozar de sus colores tenues, de su tipografía un tanto rebuscada. Darle el tiempo a un objeto con la mirada, acariciarlo, olerlo, saborearlo si es posible. Atender el detalle, los mínimos brillos y sombras que posee. Entonces el objeto nos muestra su grandeza, su decir algo en este mundo, su existir. Cada objeto nos representa, es en sí mismo y es también una metáfora de quien lo observa. El poeta puede hablar del objeto porque lo conoce desde hace tiempo, porque lo ha comprendido como una entidad armoniosa en medio del caos, porque ha visto su esencia. La forma externa del objeto convoca la sensibilidad del poeta y hace salir su intimidad recóndita. La agitación de la vida moderna nos hace pasar de largo y con rapidez por los espacios y las formas. En realidad, no vemos lo que vemos, sabemos que ahí está y nos vemos en el mundo como murciélagos, por radar. La poesía nos permite detenernos, nos da la lentitud que el alma necesita. Espaciosa, dilatada, detenidamente recobramos el verdadero ritmo, el palpitar acompasado del paisaje. Si nosotros le damos tiempo a los objetos, ellos nos devuelven tiempo. |
por Carmen Villoro
Publicado, originalmente, en:
Periódico de Poesía
No. 106 / Febrero 2018
Periódico de Poesía es una publicación editada por la Universidad Nacional Autónoma de México, a través de la Dirección de Lteratura,
Link del texto: https://periodicodepoesia.unam.mx/no-106-leer-un-poema-de-sillas-lapices-y-galletas/
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