La Santa Rita era como un puente, una
frontera de flores rojas, lloviendo sobre mi patio, un techo florecido
en lugar de rejas.
Sabíamos que a la vecina no la beneficiaba su propia planta que caía
,como un regalo de belleza, sobre nuestra casa .Muchas veces es difícil
soportar que algo, de la sagrada propiedad privada, se de a otro por
vocación o azar, por eso le hacíamos a la vecina (o a la planta) pequeños
regalos. Ella se quejaba de las hojas que le tapaban la rejilla y que la
obligarían a sacar la planta, nosotros posponíamos el momento con mimos,
un peaje de sonrisas para el disfrute visual. No valía decirle que la
deuda que teníamos con su planta, la pagaríamos con otra, que se de a
otros, armando redes floridas.
Un día, ya sin vacilaciones, me dijo, -Cristina la saco- ,al rato, como
culpable, me pidió ,-espero que todo siga igual entre nosotras- con
llanto contenido, le contesté, la planta es suya
Nunca será igual, sentí desprotección (como si fuera un problema de
seguridad). Me basaba en que las espinas de la planta impedían el paso
de posibles intrusos. Aunque sé que la sensación de desamparo surgía,
del hecho de no poder mantener en el aire, ese borde rojo, que guardaba
mi agradecimiento..
Más tarde pensé que el patio parecía más luminoso y grande. Eso por no
hablar del desconsuelo de árbol de mis ojos, o del duelo de romance
herido entre las casas |