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Leggere |
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Pequeños garabatos casi indescifrables en una libretita gris. Números circunstanciales, sin un nombre señal. Claves sin traducción. Letras del orden informático para resolver un problema. Cada inscripción lleva a un asunto cotidiano ¿Y esos días y esas horas y la tinta gastada y el papel? ¿la emoción, el enojo por el desperfecto, el precio, la necesidad? Y los dedos, los ojos, la personalísima arquitectura de lo mínimo ¿Y la imposible reconstrucción? Y el trazo de las letras, ahora mudas, inexplicables teoremas, arañitas de ser, jeroglíficos sin su piedra roseta. Y el pulso, firmeza o levedad del trazo, el orden o la anarquía, lo no dicho, esa inexpugnable fortaleza, libretita gris. |
Y el cuadro que mirabas Leggere, palabras de Calvino de "Si una noche de invierno un viajero" y el día que en Roma lo compraste junto al Leggere de Petrarca y en Bs. As. buscarle un marco, y el clavo, y la gente que le dio su mirada, libretita gris y qué mientras anotabas un número de service, de suscripción, con esa letra aprendida en una escuela de un país que casi ya no existe, deseo de igualdad, guardapolvo blanco, mientras sube la Aurora y la letra cambia se hace joven, escribe en las paredes la fiesta de la lucha y en los cuadernos de la facultad fórmulas que ya no sirven, no sólo porque no estás, ni siquiera está el lugar, laboratorio, donde anotaciones y saberes se volvieron prácticas, análisis ahora llevados a otros, que acumulan, tercerizan, chupan ¿Y la igualdad y el guardapolvo y el país y lo que no se hizo mientras se escribían las fórmulas? ¿y lo que no se pudo?. ¿A quién preguntarle ?. La letra crece, escribe números de parteros y pediatras en otras agendas que no están ¿Hay un cielo cubierto de hojas intrascendentes? Atravesando el tiempo, niñas crecidas, pediatra muerto, la letra apunta horarios de vuelo, llegadas a ciudades que quizás recuerdo sola y vagamente con mi memoria flotante. La letra, los dibujos de tinta con la misma mano que acaricia el pelo que adorna la cabeza llena de preguntas -dolores: Cuánto tiempo gastado en apuntar, comparar precios de aparatos, acaso inservibles, siempre mudos, absurdas esculturas plásticas ahora a lo mejor tiradas mientras el póster comprado en Feltrinelli, Calvino que no termina de leerse en nuestra casa - libro. Lectores que creaste, más que el jugo de naranja que al final se podía hacer igual sin el aparato, como no es igual la pared sin Calvino que cuenta acerca de los libros que producen una curiosidad, imprevista, frenética, no claramente justificable. Números escapados de un signo monetario inexistente, australes, dólares, dolores de no poder volver atrás a comprar nuevamente las palabras de Leggere en el ocre silencio del espacio italiano donde compartí tu familiaridad penetrante con los libros. Libreta gris, qué puedo yo, en este universo de ganchitos, cómo puedo sacarte del laberinto sin salida, pensaba cuando volvía del sanatorio sabiendo que ya nunca vos, pensaba en eso, qué hacer con la libretita apoyada en la mesa de la computadora, cerca de la pared, donde se lee acerca del leer, palabras de Calvino y de Petrarca, que los visitantes recitan en italiano. Ahora hay nuevos lectores (algunos que no te conocieron) ni saben de la libretita, tan chica, tan doméstica ¿Y si había alguna señal que se me pasó? un grito oscuro de despedida, letras, números, rizomas, perfume de papel. Y si hubiera un abrazo escondido que sale a la luz cuando se unen los puntos de estaciones de trenes, tus piernas adelantándose en alguna selva, en alguna vida, dejándome herida con las pequeñas anotaciones sin sentido, plomero, presupuesto, se trata de abrazarte con la mirada en la libreta, al niño, al guardapolvo, al país, a los análisis transformados en números de vuelo para llegar a un lugar donde nos tocamos de letra a letra a piel, a piel.
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Cristina Villanueva
cristinavillanueva.villanueva@gmail.com
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