Huevos de Pascua |
En la casa de mi tía había para cada niño un conejo de chocolate y un huevo brillante y enorme que se sorteaba. La fiesta se imaginaba primero en el abrazo de ese aroma vainillado y luego en la boca. Era tan grande el regalo que permitía superar el egoísmo y convidar. Tenía en su interior sorpresas. El mundo se abría en dos esferas ovaladas para derramarse en confites que eran una red de música y sabor..Al principio era el huevo, pintados en sus frágiles cáscaras en las vidrieras de Praga me contaban historias de las manos pacientes que los vaciaban de la fuerza soleada de la yema y de la etérea clara que al batido se transformaba en torres de espuma. Luego se volvían arte a ser cuidado. Frágiles cáscaras que encierran el profundo enlace entre las manos y el alma, un idioma. El jabón con forma de huevo de chocolate que compré me trae esas imágenes y pienso en el perfume apenas esbozado, en quién lo recibirá en este mundo que parece haber perdido el encanto de lo pequeño. Ahora habitantes de un mercado que violenta lo humano, ese momento previo al sorteo, donde esperábamos, con los ojos grandes, ser los dueños de la joya oscura, guarda una maravillosa inocencia..Deseo de que saliera el papel con nuestro nombre. Si no ganábamos, igual saltarían los pequeños trozos a la lengua y la esperanza de que en otra Pascua, se hiciera nuestro el premio, y nuestra la sonrisa de los otros al recibir la magia renacida de la espera y el chocolate que parecía multiplicarse en el reparto. |
Cristina Villanueva
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