Caen las plazas, escuchó el niño con miedo. Al salir a la calle supo que no era para
tanto. El árbol seguía de romance con el cielo.
El hombre de la bolsa pleno de papeles de nada era corrido por los niños, que ya no se asustaban. El hombre sí tenía miedo. Los chicos gritaban: bosque, futuro, tierra, preservar. Le temía al mercado libre de las palabras.
Caen los mercados, escuchó la mujer y soñó que en esa caída se juntaran en el aire el queso brie y el salmón justo justo sobre su bolsa de compras.
La poesía tranquila ante el temblor de tantos papeles, era simple, nunca estuvo en venta.
El índice estaba tan mal que el resto de la mano acudió a acariciarlo. Como pasaba lo mismo con todos los índices,
imagínense. Metidas en el lío de las caricias, las manos se juntaron.
El deseo amaneció en alza, inesperadamente. Como todos los gurues fallaron, el deseo no pronosticado, estaba orgulloso de su libertad impredecible.
En la olla popular de poemas, la gente se quejaba a veces, un poco más de Urondo, un álamo de Conti, pedía. Otras veces estaba alegre porque le había tocado un Alexaindre, un Miguel Hernández con gotas de juventud. Cuando todos se habían servido, llegó yapa de Gelman y vino de Tejada y Dávalos.
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