Antes de seguir, la película se titula Winter el delfín, pero no pensemos que se trata de un delfín macho, sino de una hembra. En todo caso, es lo menos importante. Lo bueno es que se trata de un largometraje tan noble como el cetáceo piscívoro que habita en los mares templados y tropicales.
La trama es singularmente simple y se justifica a partir de una anécdota real: un joven delfín aparece abandonado en una playa y ha perdido su cola por culpa de una trampa tonta para cangrejos. Un niño es quien libera al animal de esa fullería que lo aprisiona, por lo que entre ambos se establece una especial afinidad.
El delfín es llevado a un hospital, donde se le bautiza con el nombre de Winter. Hasta ahí logra llegar el niño para expresarle su cariño. Este hecho será muy importante en la curación del animal y así lo entienden en la clínica. El niño se llama Sawyer (buena y acogedora actuación de Nathan Gamble). La relación entre Winter y Sawyer se llena de energías muy positivas y es el núcleo del argumento.
Algunas subtramas se han de mover alrededor del niño: el primo que regresa lisiado de una de las guerras tontas en que se ha metido el ejército de Estados Unidos, la madre que se niega a que Sawyer deje de asistir a la escuela de verano para estar con Winter, el veterinario en estrecha relación familiar con su padre y su hija por salvar al delfín, además del doctor que acepta hacer una prótesis para la cola de Winter.
