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El monje trapense y escritor Thomas Merton, desde la conocida abadía de
Getsemaní, en Kentucky, insistía en el valor del silencio como refugio
de la conciencia, pero también como un vivir en la angustia y en el
cuestionamiento permanente. Por supuesto que aquí se trata del silencio
voluntario y monacal.
Ahora nos llega una película tensa hasta su propia médula, en la que el
silencio más que un valor es una necesidad y más que refugio espiritual
es garantía de vida. También es un vivir en la ansiedad, segundo a
segundo, como dice Merton, solo que de manera obligada. El filme se
titula “Un lugar en silencio” (“A Quiet Place”, 2018).
La película cuenta con una bien administrada dirección de parte de John
Krasinski, quien hace uso de un ingenio espeluznante para desarrollar
una historia más bien sorpresiva, donde el terror se transforma no solo
en expresión del amor, sino también en solidaridad, en sacrificio
personal para favor del otro y en concepto aunado por sobrevivir.
El argumento se da a partir de una invasión de xenomorfos ciegos,
venidos de alguna parte, quienes atacan y destrozan al ser humano. Son
ciegos, pero detectan a sus víctimas al menor ruido, guiados por sus muy
potentes oídos. Por eso, el silencio es un método humano de lucha.
John Krasinski dirige esta su tercera película, cuyo guion él ha escrito
junto con Scott Beck y Bryan Woods. Además, asume el papel masculino
protagónico. En general, como director, Krasinski lo hace muy bien,
incluso para dirigir niños; sin embargo, como actor se muestra
deficiente al no ser capaz de marcar bien los distintos estados de ánimo
de su personaje.
Esa deficiencia le hace hueco a la película; empero, por lo demás,
funciona como lección oportuna para futuros cineastas sobre el manejo
del silencio en un filme y sobre el ejemplar uso de la música con otros
sonidos, incluidos los susurros, en un relato donde tampoco hay recelo
para acudir a los lugares comunes del cine de terror.
“Un lugar en silencio” es filme que atrapa con su argumento y con
los nudos dramáticos que desde ahí se establecen. No da tregua con su
suspenso, ni a los personajes ni a los espectadores. Así es, de pronto
sentimos la imperiosa necesidad del silencio (eje narrativo) por lo que
también nos tragamos las palomitas sin casi masticarlas. |
