Con exactitud de relojería, he aquí un drama que camina intenso hacia la consumación de la tragedia y lo hace sin fisuras, sin acciones gratuitas ni diálogos vacíos. Hablo del filme inglés titulado Tenemos que hablar de Kevin (2011), escrito y dirigido por la realizadora Lynne Ramsay, según la novela de Lionel Shriver.
La película es un singular y durísimo estudio sobre la relación dialéctica entre el amor y el odio, como vínculos extremos en unidad. Para eso, nos narra la historia de una mujer cercana a los 40 años, Eva, quien vive felizmente casada, con bien lograda armonía y quien accede a tener un hijo para complacer a su esposo.
El embarazo va a alterar groseramente la cotidianidad de Eva y ella no oculta su rechazo para la criatura en su vientre. Es tal, que en el propio parto se resiste a permitir que el niño salga, se trata de Kevin. No más recién nacido, vemos la respuesta de Kevin con su conducta: él viene dispuesto a mortificar a su madre por todo los medios que tenga a su alcance.
De esa manera, la relación entre madre e hijo es harto espinosa, a ver quién lastima más a la otra persona. Las imágenes son rudas, los acontecimientos logran ser exasperantes, las secuencias nos golpean fácilmente en el rostro y en nuestra sensibilidad. Eso sí, estamos ante una película muy buena.
