Debo decirlo. No me queda otra. Pese a alguna violencia gratuita, me sentó bien la película Rápidos y furiosos 5 (2011), dirigida por Justin Lin, quien ya se había encargado de las versiones del 2006 y del 2009, solo que esta vez lo logra con mayor idoneidad y con más lograda intensidad. Esta quinta es la película más competente de la saga de carros chocados y motores encendidos.
Pues bien, me gusta la película y me entretuvo. Sin embargo, no es esto lo que hace a un crítico definir su parecer. El espectador común puede juzgar por el “me gustó” o el “no me gustó”, pero no el crítico. Esa es la diferencia entre ustedes y yo. Yo estoy obligado a lo que el estudioso Roland Barthes llama “una distancia amorosa”, o sea, no puedo rendirme ante mi acariciada subjetividad.
Clarificada esa circunstancia, señalo que –como nunca– Rápidos y furiosos 5 logra definir muy bien el contexto familiar de sus personajes, cuando la hermana del héroe anuncia que está embarazada. De ahí en adelante todo funciona en beneficio del niño por nacer y el contexto pasa a ser coherente con el texto de la aventura, lo que da lugar a la trama.
Los actores no son los mejores, de acuerdo, excepto Jordana Brewster como Mia, muy fina ella con su caracterización como la hermana de un héroe, la compañera del otro y futura mamá; aún así, sin ser actuaciones cualificadas, se logra –de parte del conocido elenco– hacer emotivo cada acontecimiento: se consigue desde la acertada definición de personajes. Hubo que esperar cinco películas para sentir a los protagonistas bien dibujados con su desenfado ante la vida.
Desde el guión, el núcleo argumental está bien estructurado. Porque le da la gana, se salta las incoherencias con tal de ganar en la emoción de la aventura o en la calidez de los actos de los “bandidos”, quienes, paradójicamente, se enfrentan a los realmente malos, incluida la propia policía corrupta. Ladrón que roba a ladrón tiene cien años de perdón.
Nuestros correcoches, pillos por oficio y nobleza, tienen ahora el objetivo de hacer un robo perfecto (orgullo profesional) y se dejan conquistar por la ternura ante el niño que viene. No es solo porque el rubio Brian O’Conner vaya a ser papá, sino que –sobre todo– porque el pelón Dom Toretto va a ser tío y es como casi todos los tíos (como lo soy yo): ¡el mejor tío del mundo!
Sobre ese calor de la película, el resto es más de lo mismo, de acuerdo, pero bien narrado. Cierto, uno se queda sin entender una persecución de tal calibre que vemos un chorro de automóviles despedazados, pero no vemos un solo cuerpo a lo largo de la carretera (“detalle”). Prefiero destacar el buen humor del filme, presente en las acciones y en la configuración hábil de los diálogos. Para ello, el filme retoma a personajes que dejó atrás en la serie.
