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La mujer del anarquista
(2008) Crítico
de cine La Nación |
Después de ver por segunda vez la película La mujer del anarquista (2008), logré sentirla de otra manera y ahora cambio mi primera intuición. Antes me dije: es otro filme más sobre la Guerra Civil Española. Ahora escribo: tras la descripción de los hechos bélicos y de sus conceptos políticos, hay una solidaria historia de amor, sentida con las emociones propias y dignificantes de la mujer. La mujer del anarquista es una coproducción de tres países: España, Alemania y Francia, dirigida a cuatro manos por Peter Sehr y Marie Noëlle. Al presente, se estrena en el país, en la Sala Garbo. Su contexto es la Guerra Civil Española, juzgada desde el bando republicano. Eso se percibe en el decir del filme, en sus parlamentos, con insistencia tanta que, por momentos, repercute negativamente en la totalidad del guión literario. Vean que lo digo yo, que nunca esconderé mi total adhesión a la lucha republicana en España y a los sueños que ahí se truncaron por culpa del fascismo, dirigido por el entonces general Franco. Esa insistencia ideológica puede deducirse por la necesidad de que se entiendan razones y circunstancias de una lucha que, para la gente más joven, puede ser desconocida, sobre todo fuera de España. El filme se ubica en el invierno de 1937. La joven Manuela (María Valverde) y su hija Paloma (Ivana Baquero) recorren las calles de un Madrid sitiado por la falange franquista. Aún así, los revolucionarios mantienen la esperanza del triunfo; entre ellos está un joven anarquista, esposo de Manuela, el abogado Justo Álvarez Calderón (Juan Diego Botto). Con sus discursos por la justicia, la igualdad y por una ética revolucionaria, Justo mantiene programas radiales y se ha convertido en “la voz de la revolución”. Además, pelea en las trincheras que defienden a Madrid. Este joven anarquista, especie de socialista utópico, se plantea que los revolucionarios deben defender sus palabras con las armas si es necesario. Él va más allá: su fe en la justicia la expresa con la cosecha de los más amorosos lazos con su esposa, quien también lo ama a él profundamente. Con el triunfo del franquismo, Justo desaparece. Comienzan las torturas y los fusilamientos arbitrarios; surgen los campos de concentración, pero Manuela no encuentra a Justo. |
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Los hijos crecen y el amor de Manuela es obstinado: tiene fe de que su marido no ha muerto, que ha de estar en otro país luchando contra los ejércitos de Hitler. Su búsqueda del esposo es intensa, apasionada y por encima de sus propias fuerzas. Esto es el cuerpo argumental de la película. Aquí, el filme es más sensible. El problema de esta historia, tal y como está narrada, es su vana constancia monocorde: se alarga innecesariamente en ciertas secuencias y deviene reiterativa al formular, una y otra vez, el intenso amor que existe en la mujer del anarquista. Así, pierde vehemencia dramática. Por otro lado, la actriz María Valverde resulta más bien inexpresiva y ella se agota con sus mismos gestos. No sucede igual con el actor Juan Diego Botto, quien saca su personaje con más convicción, tanta como la del anarquista inclaudicable y consecuente. La dirección artística es muy valiosa para recrearnos tan difícil época, no solo en Madrid, sino también en París. Tiene buen apoyo de la música (en Madrid se oyen, como referente, las seguidillas zarzueleras de La verbena de la Paloma, compuesta antes por Tomás Bretón). Lo mejor del filme, repito, es su lograda sensibilidad femenina para entender el papel de la mujer en trances políticos marcados por las guerras. Dicho sentimiento se mantiene pese a la ausencia de más ardor dramático a lo largo del filme. Es lo que me lleva a recomendar esta historia de amor. |
LA MUJER DEL ANARQUISTA |
por
William Venegas
cocuyos@racsa.co.cr
Gentileza de La huella del ojo
http://lahuelladelojo.blogspot.com/
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