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Ida (2013) Crítico
de cine La Nación |
Hay un cine que es poesía antes que narración. También puede conjugar ambas cosas de manera admirable, como lo hace el filme polaco Ida (2013), dirigido con vitalismo por el director también polaco Pawel Pawlikowski, nacido en 1957. Con este filme, la emoción que prende en uno no es exactamente la del lirismo común. Se trata de un poema del dolor, más bien, un poema con la sensación del pesar humano, con aquella idea planteada por el gran poeta romántico Lord Byron, de que el recuerdo del gozo deja de ser gozo, pero el recuerdo del dolor siempre es dolor. Pawlikowski logra que la caracterización extraordinaria de sus personajes sea resumen de la filosofía de la película, cuyo título, “Ida”, se refiere a una joven novicia, quien a punto de ser consagrada monja debe salir en búsqueda de la única familiar que le queda: una tía. El encuentro entre ambas se convierte en una suma de conceptos más allá del contraste de dos visiones de mundo: ella, joven católica; la tía, jueza del gobierno socialista del período anterior de la actual Polonia. La joven católica, a quien llaman Anna, en realidad es de origen judío y se llama Ida. Ella invita a su tía, llamada Wanda, para que la acompañe a buscar a sus padres, desaparecidos durante la invasión hitleriana a Polonia. Sin embargo, para la tía, esa búsqueda implica algo que no solo le revierte dolor, sino que también la lleva a la idea de la paz de la muerte. |
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En Wanda se concentra una Polonia que se va o se ha ido, mientras en la joven Ida está la Polonia por venir y que debe experimentar un período que le ha sido negado de manera histórica, tanto como a Ida le ha sido negado el placer de la sensualidad en la claustrofóbica religiosidad del convento. La ruptura de ambas con sus historias personales se resuelve de manera diferente. Esta trama-poesía no nos sería tan expresiva, no nos calaría tanto, si no fuera por las buenas actuaciones en pantalla: la de Agata Trzebuchowska como Ida y, sobre todo, la de Agata Kulesza como Wanda. El tono poético del filme (presencia lírica) se fundamenta en la excepcional fotografía que hace, del blanco y negro, un elemento narrativo, tanto en su función estética como en su función dramática, eso más la música. “Ida” es película de carretera, de un viaje en automóvil hacia alguna parte (que aquí debemos ocultar), mientras su drama poético se conjuga, en atmósfera y en momentos puntuales, con la historia polaca. Se le siente su fuerza. Este filme camina por la acción de las fuerzas vitales que le son propias y se corporiza en sus personajes. Tiene soluciones perspicaces con cadencia visual y un suceder por esa dialéctica abstracción llamada espíritu. No se equivocan quienes notan la influencia del cine del sueco Ingmar Bergman y, sobre todo, la del francés jansenista, el gran Robert Bresson. Esta película no es derroche de tecnología al estilo convencional de “Los Vengadores” (en cartelera). Aquí juegan otros valores: inteligencia, sensibilidad, dignidad artística, humanismo, elegantes formas y mejores resultados. Hay que verla, se exhibe solo en la Sala Garbo. |
IDA
Título original:
Ida
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por
William Venegas
cocuyos@racsa.co.cr
Gentileza de La huella del ojo
http://lahuelladelojo.blogspot.com/
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