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A lo
largo de su tiempo, en la literatura ha estado el tema de la sociedad
controlada por algún tipo de absoluto, ello gracias a los más distintos
escritores. De ahí, con suma facilidad, el asunto ha pasado al cine con
variables que atienden siempre a lo mismo: la pérdida de lo personal en
una sociedad controlada por algún paradigma del poder.
La lista es tan larga como variable, siempre con resultados diferentes,
y ahora el cine vuelve con una cuestión semejante con la película “El
círculo” (2017), dirigida sin mayor astucia por James Ponsoldt,
a partir de la novela escrita por Dave
Eggers. De paso, el propio Eggers es coguionista del filme con el
director Ponsoldt.
Esa mancuerna en el guion ha ayudado poco a dar una película más
excitante, como pudo haber sido. Aquí se trata de una corporación
ficticia que puede no ser tan ficticia, que asume el control total de
entidades como pueden serlo, hoy, Google o Facebook, por ejemplo.
Con “El círculo” andamos entre la red y la nube
como garrapatas en la piel de un toro. Sugiere que, con las
posibilidades existentes en Internet más el desarrollo de tecnología,
llegaremos pronto a un estado en que los ciudadanos del mundo no solo
estaremos como ahora (enviciados de una pantallita), sino controlados
por ese abstracto mundo virtual.
Así, pasar de Internet a un Gran Hermano que lo domina todo, eso es algo
que va en proceso y quien controle dicha herramienta –con poder
absoluto– tendrá dominio sobre las voluntades humanas y será el gran
visor de nuestras conductas, en todos los planos.
Es una especie de regreso al pasado, pero con las condiciones del
futuro. De lo que hablo es del conocido panóptico de fines del siglo
dieciocho: arquitectura carcelaria que le permitía a un guarda observar
todos los movimientos de los prisioneros en sus celdas, sin que los
presos lo supiesen siquiera. |
