No todo cineasta busca solamente un tema para una película. También tiene cosas que decir y las dice con su filme. Posiblemente así es cómo podemos diferenciar a un hábil narrador de uno muy torpe, a un buen cineasta de otro del montón. Es aquí donde uno sabe que un realizador como Terrence Malick, nacido en Texas, en 1943, es algo fuera de lo común en Hollywood.
Malick nunca concede entrevistas. Se sabe poco de él. Su filmografía es corta. La película que hoy comento, El árbol de la vida (2011), es apenas su quinto filme. Malick ha sido periodista y profesor de literatura y filosofía, pero, ante todo, pensador desde su condición de cineasta.
Malick cree en la «cultura cinematográfica», en el sentido de que el cine puede llegar a decirlo todo. Eso sí, sus filmes, incluido El árbol de la vida, entienden la verosimilitud como lo que es posible de ser percibido a los ojos de las personas cultas. Así debemos entender la coherencia narrativa en el cine de Malik.
En El árbol de la vida se nos describen las contradicciones en el seno de una familia estadounidense de los años 50, con un padre riguroso, inalterable en su visión de mundo, y una madre generosa, cariñosa: lo contrario del padre. Esto afecta a sus tres hijos, al grado que Jack, el mayor, dice en un momento: “Mi padre y mi madre siempre luchan en mi interior”.
La manera cómo narra Malick esta historia (desde su guión) sorprende por su habilidad al estructurarla, sin que se pierdan los hilos que la mueven. Comienza desde la muerte de uno de los hijos, a los 19 años, y la incomprensión religiosa que esto genera. Va y viene, con la genial utilización del monólogo interior (voz en “off”, esto es, voz dicha fuera de las cámaras).
