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El cisne negro
Pasión por la pasión
Danza de vida y muerte

William Venegas
http://lahuelladelojo.blogspot.com/ 

Crítico de cine La Nación
San José, Costa Rica
wvenegas@nacion.com
 

Hay películas tan malas, que no hace falta decirlo: solas se caen. También hay películas tan buenas que basta con verlas para saberlo. Dentro de este segundo caso debo ubicar esa pasmosa cinta que viene a ser El cisne negro (2010), dirigida por un realizador de talento como lo es Darren Aronofsky.

Con Aronofsky, estamos hablando de cine de autor, o sea, aquel cine cuyas constantes definen e identifican a un cineasta. Basta con mencionar tres títulos suyos: Pi (1998), que solo llegó a los videoclubes, Réquiem por un sueño (2000) y El luchador (2008), dramas vehementes de gran intensidad visual y manejados como nuevas fórmulas de la tragedia.

Dentro de semejante textura, Aronofsky nos ofrece ahora El cisne negro, donde la historia de una bailarina (Natalie Portman) nos resulta tan opresiva y angustiosa como la de Randy (Mickey Rourke) en El luchador o como la de Sara (Ellen Burstyn) en Réquiem por un sueño. No hay salida para los personajes de Aronofsky. Es de ellos mismos donde surgen las contradicciones que los conducen a la fatalidad, cada uno a manera de un Macbeth actual, ejemplo de obsesiones desmedidas.

Ahora tenemos la historia de Nina, balletista de una compañía en decadencia, que se la juega a triunfar con una representación diferente del ballet El lago de los cisnes, de Chaikovski. Sucede en Nueva York, donde Nina se halla absolutamente poseída por la danza. Ella vive con su madre, mujer dominante, quien ha fracasado como bailarina y solo subsiste para que su hija triunfe, pero lo hace de manera enfermiza.

En un momento de la trama, el director artístico Thomas Leroy (Vincent Cassel) decide sustituir a la bailarina principal llamada Beth (logrado regreso al cine de Winona Ryder) y  Nina es su primera opción. Como sucede en el campo de las artes, a la sombra de Nina hay alguien que quiere su lugar, lo que provoca en ella extrañas entelequias que la hacen confundir la realidad con sus propias alucinaciones.

Thomas exige de su primera bailarina lo mejor, con la encarnación de dos personajes dialécticamente antagónicos en el ballet: el Cisne Blanco, limpieza y elegancia, y el Cisne Negro, perfidia y sensualidad. Nina tiene problemas para este último cisne, por lo que sufre presiones que la llevan a grados de pesadilla artística. Para triunfar, Nina se adentra en la locura del perfeccionismo y se conecta con su lado más oscuro, temeridad que amenaza con destruirla.

Desde la danza, el bien y el mal comienzan a representarse como la atracción de dos signos complementarios en una sola persona. El filme muestra muy bien cómo el sueño artístico se disloca, se desquicia o se desarticula. Esto se manifiesta en la película con infatigable juego de recursos narrativos y visuales. Con fidelidad freudiana, el ‘eros’ y el ‘tánatos’, instinto creador el primero e instinto destructor el segundo, vida y muerte, comienzan a “ensuciarse” el uno con el otro con violenta expresión sexuada.

Las imágenes de la película son duras, no pueden ser de otra manera. Son agobiantes, pero bien logradas: con inteligencia estética, con definido manejo del encuadre y del plano, o sea, del lenguaje cinematográfico. Por momentos, es como si las piezas de un rompecabezas se armaran justas para luego explotar sin misericordia. Cordura. Locura. La banda sonora impone su subrayado con agudo juego de la música de Chaikovski reventada por golpes electrónicos, más con el final subyugante.

El filme nos oprime con su trama y nos esclaviza con sus imágenes. Al igual que el director de ballet en el argumento, Darren Aronofsky no tiene contemplaciones con sus personajes ni con nosotros –espectadores–, seguramente ni con él mismo ni con sus actores. Estos brillan con sus caracterizaciones y, sobre todo, la actriz Natalie Portman, en estado de éxtasis con los desdoblamientos histriónicos constantes propios de la conducta de su personaje.

El cisne negro es película demoledora: sus distintas secuencias y la totalidad del filme quedan presionando partes de nuestra inteligencia, con su propia búsqueda de la perfección y con esta idea como tema central del argumento. Es lo que –de otra manera– resolvió Luchino Visconti con esa obra maestra del sétimo arte que es Muerte en Venecia (1971), con el gran Dirk Bogarde. Son estéticas diferentes, pero una sola desazón temática.

Acepto que Aronofsky se pasa con los efectos visuales esta vez, pero a él también se le siente su propio delirio, y esto no será impedimento para que –aquí– recomendemos esta película como lo que es: una obra de arte. Por cierto, los más jóvenes no podrán verla porque los reglamentos de censura la prohíben para menores de 18 años.

El cisne negro

(Black Swan)

 

Estados Unidos, 2010

Género: Drama

Dirección: Darren Aronofsky

Elenco: Natalie Portman, Vincent Cassel, Winona Ryder

Duración: 110 minutos

Cines: CCM Cinemas, Cinépolis, Cinemark, Nova Cinemas, Sala Garbo

Calificación: CINCO estrellas

por William Venegas 
cocuyos@racsa.co.cr 
Gentileza de La huella del ojo 
http://lahuelladelojo.blogspot.com/   

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