Entiendo que la película Atrapen al gringo (2012), dirigida por Adrian Grunberg (su primer trabajo como realizador luego de ser asistente de dirección), ni se estrenó siquiera en salas de cine en Estados Unidos. Pasó directamente al mercado del video. Aquí sí ha llegado a lo cines con el afán de recabar algunos dólares en el mercado y de mortificar a los críticos.
A los pocos minutos, cuando alguien vestido de payaso es perseguido por la policía y se quita la máscara, vemos que estamos ante un personaje encarnado por Mel Gibson. De aquí en adelante somos notificados de que se trata de un filme para expresión exclusiva de dicho actor.
No en vano, Gibson acapara prácticamente todas las secuencias de esta cinta como un “gringo” que va a parar a una infernal cárcel mexicana. Además de actor principal, es también coproductor y coguionista. En palabras claras: Gibson tiene el sartén por el mango y el mango también.
Por supuesto que el personaje principal, el llamado Gringo, es un macho de esos que no dejan lugar a dudas: está en todas y es el mejor de todos. ¿Cómo fue a parar a esa cárcel? Eso se sabe en los primeros minutos. Luego la trama se alarga y se alarga en mostrarnos por qué dicha cárcel es la enésima expresión de la maldad.
No es una cárcel tradicional. Es prácticamente un pueblo tras muros y alambradas, peor que cualquier campo de concentración y, la vez, un perverso centro comercial de cuantas maldades podamos conocer. Ahí el único sensible y valiente es el Gringo, quien encarna la fuerza correcta de la naturaleza humana. Es algo así como el diamante habido en un estercolero.
