A fines de octubre de 1978, mi señora y yo
estuvimos en el Vaticano. En la plaza, con mucha gente esperaba que el
Papa Juan Pablo I, Albino Luciani, "Papa de la sonrisa", asomara a la
ventana. Entre tantas personas, había un grupo grande de niños esperando
la entrada de las clases, por lo que el Papa, aprovechó su saludo para
recomendarles que tenían que ser no solo buenos estudiantes, sino
respetuosos con sus maestros a los que jamás les mintieran, pues a
quienes dicen mentiras les crece la nariz, como le sucedió a Pinocho.
Brevemente, hizo referencia al famoso cuento. El papa de la sonrisa
bromeaba, pero yo no resistí la tentación de tocarme la nariz para luego
hacer el propósito de no volver a mentir. Hasta pensé en ese momento,
que si el cuento fuera cierto, ¿de qué tamaño tendrían la nariz los
políticos?
El mundo está repleto de mentirosos inteligentes a quienes las personas
les creen, como al expresidente Figueres Olsen, quien después de ocho
años de "ausencia", regresa con el cuento de que "yo no fui...y llora";
mentirosos y farsantes son también aquellos que se asientan toda clase
de títulos profesionales o tienen sueños de riqueza y engañan. Las
personas mentirosas y farsantes, tienen más concha que el cambute.
En mi caso, fui mentiroso sin inteligencia; me descubrieron en el
trabajo y hasta en el hogar. Es muy claro, quien se hace pasar por lo
que no es o no responde por lo que hizo malo, es un farsante, sea, se
dedica a representar farsas y las buenas personas caen en la trampa de
sus mentiras. Por eso a los políticos, después de haber mentido, les
siguen aplaudiendo.
Las invenciones pueden socavar la credibilidad, pueden desintegrar
relaciones y corroer la confianza. Además, las mentiras nos humillan,
nos deshonran y nos hace preguntarnos si la persona que nos mintió,
alguna vez nos ha dicho la verdad. Mentimos porque sinceramente creemos
que es lo mejor que se puede hacer para nuestro beneficio en ese momento
y en la actualidad cobra aceptación como una filosofía de vida, que
además, la están recibiendo nuestros hijos, y como resultado, ellos
también mienten.
Llegamos tarde al trabajo y decimos que el bus nos dejó porque no
tenemos la valentía de afrontar las consecuencias; pero, la mentira es
más seria cuando es otro el que miente. A nadie le gusta admitir que
mintió, algo que sucede con frecuencia ante la presencia de un juez de
la tierra, a pesar de que estamos seguros de que a Dios, no le podemos
engañar, y nuevamente, el ejemplo de los políticos que sin temor Divino,
son capaces de mentirle al pueblo que los eligió; "qué farsantes", como
a los que se presentan a las Comisiones Investigadoras y sabiendo que
mienten, callan, como ha sucedido recientemente en la Asamblea
Legislativa.
Quienes mienten lo hacen para preservar el sentido de dignidad, queremos
parecer mejores de lo que somos porque queremos agrandar a los demás y
el pueblo cree en las mentiras porque nos han enseñado a confiar. Los
mentirosos triunfan al seducir nuestra confianza y luego al violar esa
confianza, hasta que algunos, quieren imponer la realidad de ellos. Las
mentiras nos apartan de nuestra búsqueda de la verdad y desintegran
nuestra integridad.
El engaño es una violación física pero invisible. Volver a tener
confianza es algo que cuesta, sin embargo, no podemos hacer que otros
dejen de mentir pero sí podemos convertirnos en personas que buscan la
verdad y tienen discernimiento acerca de en quién confiar y cuándo
podemos confiar.
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