La Navidad es la mejor y más linda época
del año. Recuerdo a mis papás y hermanos, cuando todos juntos hacíamos
el portal. Teníamos la esperanza de que al ser las 12 de la noche del
día 24 de diciembre, el niño apareciera de pronto en su pesebre y fueran
colocados a su alrededor muchos regalos que lógicamente, serían para
nosotros. La historia de La Navidad era contada por mis papás todos los
años; era bellísima, pues nos imaginábamos a María sentada en un burrito
y a José camino de Belén. A ella con su pancita a punto de dar al mundo
a quien el arcángel Gabriel le había informado que sería el hijo de
Dios, y a él como el hombre bueno, trabajador y protector de la familia.
Atentos todos, seguíamos a José y María hasta llegar a Belén aquella
tarde de frío sin un lugar donde alojarse, hasta que un buen samaritano,
les prestara su establo para que pasaran la noche. La tristeza fue con
María, que sintiendo frío tuvo que permanecer en un establo, pero nos
encantó saber cuando José, su esposo, le hizo con un puñito de paja una
cama y con su mismo manto la cubrió hasta ver caer la noche, donde
aparece en el cielo la estrella más hermosa del firmamento que no dejó
de iluminar y así, se posó sobre la familia.
Con esta luz, María ve nacer a su hijo: se trataba de Dios, era Jesús el
nuevo rey. Después seguía la historia con los Reyes Magos Melchor,
Gaspar y Baltasar, quienes atraídos por los destellos de la estrella, se
enteran de que el Niño Dios ha nacido, entonces, “ellos fueron siguiendo
su brillo hasta llegar al pesebre donde tuvieron la dicha de visitar a
Jesús a quien le entregaron oro, incienso y mirra”. Nosotros no sabíamos
nada de San Nicolás, el viejito de ropas rojas y barba blanca que hoy
día encanta a los niños recorriendo el mundo en un trineo y que reparte
regalos y que también llaman papá Noel, pero lo que sea, es la
celebración de La Navidad para muchas personas también cristianas.
Lo cierto es que La Navidad celebra al hijo de Dios como hombre y nos
prepara a su venida como juez. Se prepara su obra redentora para
nuestras almas. Dios habita una inaccesible luz y precisamente, para
darnos a conocer a su padre, baja Jesús a la tierra. Nadie conoce al
padre si no por es el hijo. Desde niños, nuestros padres nos inculcaron
en la profundidad de nuestros corazones esta cosa tan maravillosa de La
Navidad; fue así como nació de nosotros pedir que nos llevaran a la Misa
de Gallo, a la que asistieron mis hermanos excepto yo, el menor, que a
esas horas de la noche, me vencía el sueño, pues la emoción de pasar
pensando días enteros en el Niño Dios, y mantener buen comportamiento
para obtener los regalos, agotaba a un niño.
Pasada la inocencia aparece la realidad: “El Verbo hecho carne es la
manifestación de Dios al hombre”. Luego, llegamos a saber que a través
de las encantadoras facciones de este Niño recién nacido, quiere la
Iglesia que nos acostumbremos a la Divinidad misma, que por decirlo así,
se ha tornado visible y palpable. “Quien me ve, al Padre ve”, decía
Jesús. “Por el misterio de la Encarnación del Verbo, añade el Prefacio
de Navidad conocemos a Dios bajo una forma visible” – y, para asentar de
una vez cómo la contemplación del Verbo es el fundamento de la ascesis
de este Tiempo, se echa mano de los pasos más luminosos y profundos que
hay en los escritos de los dos Apóstoles S. Juan y S. Pablo, entrambos
heraldos por excelencia de la Divinidad de Cristo. Bellísimo es todo
esto que nos hace pensar que los tiempos no han cambiado, somos nosotros
los hombres los que hemos querido hacer ese cambio alegando encontrarnos
en tiempos modernos.
La esplendida liturgia de Navidad nos convida a postrarnos de hinojos
con María y San José ante este Dios revestido de la humilde línea de
nuestra carne: “Cristo nos ha nacido, venid adorémosle”. Gloria a Dios.
FELIZ NAVIDAD
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