El poeta a su amada
poema de César Vallejo

De Los heraldos negros (1918)

Amada, en esta noche tú te has crucificado

sobre los dos maderos curvados de mi beso;

y tu pena me ha dicho que Jesús ha llorado,

y que hay un viernesanto más dulce que ese beso.

     En esta noche rara que tanto me has mirado,

la Muerte ha estado alegre y ha cantado en su hueso.

En esta noche de setiembre se ha oficiado

mi segunda caída y el más humano beso.

 

     Amada, moriremos los dos juntos, muy juntos;

se irá secando a pausas nuestra excelsa amargura;

y habrán tocado a sombra nuestros labios difuntos.

 

     Y ya no habrán reproches en tus ojos benditos;

ni volveré a ofenderte. Y en una sepultura

los dos nos dormiremos, como dos hermanitos.
 

VERANO
Verano, ya me voy. Y me dan pena las manitas sumisas de tus tardes.
Llegas devotamente; llegas viejo; y ya no encontrarás en mi alma a nadie.
Verano! Y pasarás por mis balcones con gran rosario de amatistas y oros, como un obispo triste que llegara de lejos a buscar y bendecir los rotos aros de unos muertos novios.
Verano, ya me voy. Allá, en setiembre tengo una rosa que te encargo mucho; la regarás de agua bendita todos los días de pecado y de sepulcro.
Si a fuerza de llorar el mausoleo, con luz de fe su mármol aletea, levanta en alto tu responso, y pide a Dios que siga para siempre muerta. Todo ha de ser ya tarde; y tú no encontrarás en mi alma a nadie.
Ya no llores, Verano! En aquel surco muere una rosa que renace mucho...
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SETIEMBRE
Aquella noche de setiembre, fuiste tan buena para mí... hasta dolerme!
Yo no sé lo demás; y para eso, no debiste ser buena, no debiste.
Aquella noche sollozaste al verme hermético y tirano, enfermo y triste.
Yo no sé lo demás... y para eso,
yo no sé por qué fui triste... tan triste...!
Sólo esa noche de setiembre dulce, tuve a tus ojos de Magdala, toda la distancia de Dios... y te fui dulce!
Y también fue una tarde de setiembre cuando sembré en tus brasas, desde un auto, los charcos de esta noche de diciembre.
HECES
Esta tarde llueve, como nunca; y no tengo ganas de vivir, corazón.
Esta tarde es dulce. Por qué no ha de ser? Viste gracia y pena; viste de mujer.
Esta tarde en Lima llueve. Y yo íecuerdo las cavernas crueles de mi ingratitud; mi bloque de hielo sobre su amapola, más fuerte que su “No seas así! ”
Mis violentas flores negras; y la bárbara y enorme pedrada; y el trecho glacial.
Y pondrá el silencio de su dignidad con óleos quemantes el punto final.
Por eso esta tarde, como nunca, voy con este búho, con este corazón.
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Y otras pasan; y viéndome tan triste, toman un poquito de ti en la abrupta arruga de mi hondo dolor.
Esta tarde llueve, llueve mucho. ¡Y no tengo ganas de vivir, corazón!
IMPIA
Señor! Estabas tras los cristales humano y triste de atardecer; y cuál lloraba tus funerales esa mujer!
Sus ojos eran el jueves santo dos negros granos de amarga luz! Con duras gotas de sangre y llanto clavó tu cruz!
Impía! Desde que tú partiste Señor, no ha ido nunca al Jordán, en rojas aguas su piel desviste, y al vil judío le vende pan!
LA COPA NEGRA
La noche es una copa de mal. Un silbo agudo del guardia la atraviesa, cual vibrante alfiler. Oye, tú, mujerzuela, ¿cómo, si ya te fuiste, la onda aún es negra y me hace aún arder?
La Tierra tiene bordes de féretro en la sombra. Oye, tú, mujerzuela, no vayas a volver.
Mi carne nada, nada
en la copa de sombra que me hace aún doler;
mi carne nada en ella,
como en un pantanoso corazón de mujer.
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Ascua astral... He sentido
secos roces de arcilla
sobre mi loto diáfano caex
Ah, mujer! Por ti existe
la carne hecha de instinto. Ah, mujer!
Por eso ¡oh, negro cáliz! aun cuando ya te fuiste, me ahogo con el polvo, y piafan en mis carnes más ganas de beber!
DESHORA
Pureza amada, que mis ojos nunca llegaron a gozar. Pureza absurda!
Yo sé que estabas en la carne un día, cuando yo hilaba aún mi embrión de vida.
Pureza en falda neutra de colegio; y leche azul dentro del trigo tierno
a la tarde de lluvia, cuando el alma ha roto su puñal en retirada,
cuando ha cuajado en no sé qué probeta sin contenido una insolente piedra,
cuando hay gente contenta; y cuando lloran párpados ciegos en purpúreas bordas.
Oh, pureza que nunca ni un recado me dejaste, al partir del triste barro
ni una migaja de tu voz; ni un nervio de tu convite heroico de luceros.
Alejaos de mí buenas maldades, dulces bocas picantes...
Yo la recuerdo al veros ¡oh, mujeres!
Pues de la vida en la perenne tarde, nació muy poco ¡pero mucho muere!
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FRESCO
Llegué a confundirme con ella, tanto...! Por sus recodos espirituales, yo me iba jugando entre tiernos fresales, entre sus griegas manos matinales.
Ella me acomodaba después los lazoa negros y bohemios de la corbata. Y yo volvía a ver la piedra absorta, desairados los bancos, y el reloj que nos iba envolviendo en su carrete, al dar su inacabable molinete.
Buenas noches aquellas, que hoy la dan por reír de mi extraño morir, de mi modo de andar meditabundo.
Alfeñiques de oro,
joyas de azúcar
que al fin se quiebran en
el mortero de losa de este mundo.
Pero para las lágrimas de amor, los luceros son lindos pañuelitos lilas, naranjos, verdes,
que empapa el corazón.
Y si hay ya mucha hiel en esas sedas, hay un cariño que no nace nunca, que nunca muere,
vuela otro gran pañuelo apocalíptico, la mano azul, inédita de Dios!
YESO
Silencio. Aquí se ha hecho ya de noche, ya tras del cementerio se fue el sol; aquí se está llorando a mil pupilas: no vuelvas; ya murió mi corazón.
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Silencio. Aquí ya todo está vestido de dolor riguroso; y arde apenas, como un mal kerosene, esta pasión.
Primavera vendrá. Cantarás “Eva” desde un minuto horizontal, desde un hornillo en que arderán los nardos de Eros. ¡Forja allí tu perdón para el poeta, que ha de dolerme aún, como clavo que cierra un ataúd!
Mas... una noche de lirismo, tu buen seno, tu mar rojo se azotará con olas de quince años, al ver lejos, aviado con recuerdos mi corsario bajel, mi ingratitud.
Después, tu manzanar, tu labio dándose, y que se aja por mí por la vez última, y que muere sangriento de amar mucho, como un croquis oagano de Jesús.
Amada! Y cantarás;
V ha de vibrar el femenino en mi alma, como en una enlutada catedral.
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NOSTALGIAS IMPERIALES
NOSTALGIAS IMPERIALES
I
En los paisajes de Mansiche labra imperiales nostalgias el crepúsculo; y lábrase la raza en mi palabra, como estrella de sangre a flor de músculo.
El campanario dobla... No hay quien abra la capilla... Diríase un opúsculo bíblico que muriera en la palabra de asiática emoción de este crepúsculo.
Un poyo con tres potos, es retablo en que acaban de alzar labios en coro la eucaristía de una chicha de oro.
Más allá, de los ranchos surge el viento el humo oliendo a sueño y a establo, como si se exhumara un firmamento.
II
La anciana pensativa, cual relieve de un bloque pre-incaico, hila que hila; en sus dedos de Mama el huso leve la lana gris de su vejez trasquila.
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Sus ojos de esclerótica de nieve un ciego sol sin luz guarda y mutila...! Su boca está en desdén, y en calma aleve su cansancio imperial talvez vigila.
Hay ficus que meditan, melenudos trovadores incaicos en derrota, la rancia pena de esta cruz idiota,
en la hora en rubor que ya se escapa, y que es lago que suelda espejos rudos donde náufrago llora Manco-Cápac.
III
Como viejos curacas van los bueyes camino de Trujillo, meditando...
Y al hierro de la tarde, fingen reyes que por muertos dominios van llorando.
En el muro de pie, pienso en las leyes que la dicha y la angustia van trocando: ya en las viudas pupilas de los bueyes se pudren sueños que no tienen cuándo.
La aldea, ante su paso, se reviste de un rudo gris, en que un mugir de vaca se aceite en sueño y emoción de huaca.
Y en el festín del cielo azul yodado gime en el cáliz de la esquila triste un viejo coraquenque desterrado.
IV
La Grama mustia, recogida, escueta ahoga no sé qué protesta ignota: parece el alma exhausta de un poeta, arredrada en un gesto de derrota.
La Ramada ha tallado su silueta, cadavérica jaula, sola y rota, donde mi enfermo corazón se aquieta en un tedio estatual de terracota.
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Llega el canto sin sal del mar labrado en su máscara bufa de canalla que babea y da tumbos de ahorcado!
La niebla hila una venda al cerro lila que en ensueños miliarios se enmuralla, como un huaco gigante que vigila.
HOJAS DE EBANO
Fulge mi cigarrillo;
su luz se limpia en pólvoras de alerta.
Y a su guiño amarillo
entona un pastorcillo
el tamarindo de su sombra muerta.
Ahoga en una enérgica negrura el caserón entero
la mustia distinción de su blancura.
Pena un frágil aroma de aguacero.
Están todas las puertas muy ancianas, y se hastía en su habano carcomido una insomne piedad de mil ojeras.
Yo las dejé lozanas; y hoy ya las telarañas han zurcido hasta en el corazón de sus maderas, coágulos de sombra oliendo a olvido.
La del camino, el día que me miró llegar, trémula y triste, mientras que sus dos brazos entreabría, chilló como en un llanto de alegría.
Que en toda fibra existe,
para el ojo que ama, una dormida
novia perla, una lágrima escondida.
Con no sé qué memoria secretea mi corazón ansioso.
—¿Señora?... —Sí, señor; murió en la aldea; aún la veo envueltita en su rebozo...
Y la abuela amargura de un cantar neurasténico de paria
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¡oh, derrotada musa legendaria! afila sus melódicos raudales bajo la noche oscura; como si abajo, abajo, en la turbia pupila de cascajo de abierta sepultura, celebrando perpetuos funerales, se quebrasen fantásticos puñales.
Llueve... llueve... Sustancia el aguacero, reduciéndolo a fúnebres olores, el humor de los viejos alcanfores que velan tahuashando en el sendero con sus ponchos de hielo y sin sombrero.
TERCETO AUTOCTONO
I
El puño labrador se aterciopela, y en cruz en cada labio se aperfila.
Es fiesta! El ritmo del arado vuela; y es un chantre de bronce cada esquila.
Afílase lo rudo. Habla escarcela...
En las venas indígenas rutila un yaraví de sangre que se cuela en nostalgias de sol por la pupila.
Las pallas, aquenando hondos suspiros, como en raras estampas seculares, enrosarían un símbolo en sus giros.
Luce el Apóstol en su trono, luego; y es, entre inciensos, cirios y cantares, el moderno dios-sol para el labriego.
II
Echa una cana al aire el indio triste.
Hacia el altar fulgente va el gentío.
El ojo del crepúsculo desiste de ver quemado vivo el caserío.
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La pastora de lana y llanque viste, con pliegues de candor en su atavío; y en su humildad de lana heroica y triste, copo es su blanco corazón bravio.
Entre músicas, fuegos de bengala, solfea un acordeón! Algún tendero da su reclame al viento: “Nadie iguala! ”
Las chispas al flotar lindas, graciosas, son trigos de oro audaz que el chacarero siembra en los cielos y en las nebulosas.
III
Madrugada. La chicha al fin revienta en sollozos, lujurias, pugilatos; entre olores de úrea y de pimienta traza un ebrio al andar mil garabatos.
“Mañana que me vaya...” se lamenta un Romeo rural cantando a ratos.
Caldo madrugador hay ya de venta; y brinca un ruido aperital de platos.
Van tres mujeres... silba un golfo... Lejos el río anda borracho y canta y llora prehistorias de agua, tiempos viejos.
Y al sonar una caja de Tayanga, como iniciando un huaino azul, remanga sus pantorrillas de azafrán la Aurora.
ORACION DEL CAMINO
Ni sé para quién es esta amargura!
Oh, Sol, llévala tú que estás muriendo, y cuelga, como un Cristo ensangrentado, mi bohemio dolor sobre su pecho.
El valle es de oro amargo; y el viaje es triste, es largo.
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Oyes? Regaña una guitarra. Calla!
Es tu raza, la pobre viejecita
que al saber que eres huésped y que te odian,
se hinca la faz con una roncha lila.
El valle es de oro amargo, y el trago es largo... largo...
Azulea el camino; ladra el río...
Baja esa frente sudorosa y fría, fiera y deforme. Cae el pomo roto de una espada humanicida!
Y en el mómico valle de oro santo, la brasa de sudor se apaga en llanto!
Queda un olor de tiempo abonado de versos, para brotes de mármoles consagrados que hereden la aurífera canción
de la alondra que se pudre en mi corazón!
HUACO
Yo soy el coraquenque ciego
que mira por la lente de una llaga,
y que atado está al Globo,
como a un huaco estupendo que girara.
Yo soy el llama, a quien tan sólo alcanza la necedad hostil a trasquilar volutas de clarín,
volutas de clarín brillantes de asco y bronceadas de un viejo yaraví.
Soy el pichón de cóndor desplumado por latino arcabuz;
y a flor de humanidad floto en los Andes como un perenne Lázaro de luz.
Yo soy la gracia incaica que se roe en áureos coricanchas bautizados de fosfatos de error y de cicuta.
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A veces en mis piedras se encabritan los nervios rotos de un extinto puma.
Un fermento de Sol;
¡levadura de sombra y corazón!
MAYO
Vierte el humo doméstico en la aurora su sabor a rastrojo; y canta, haciendo leña, la pastora un salvaje aleluya!
Sepia y rojo.
Humo de la cocina, aperitivo de gesta en este bravo amanecer.
El último lucero fugitivo lo bebe, y, ebrio ya de su dulzor,
¡oh celeste zagal trasnochador! se duerme entre un jirón de rosicler.
Hay ciertas ganas lindas de almorzar, y beber del arroyo, y chivatear!
Aletear con el humo allá, en la altura; o entregarse a los vientos otoñales en pos de alguna Ruth sagrada, pura, que nos brinde una espiga de ternura bajo la hebraica unción de los trigales!
Hoz al hombro calmoso, acre el gesto brioso, va un joven labrador a Irichugo.
Y en cada brazo que parece vugo se encrespa el férreo jugo palpitante que en creador esfuerzo cuotidiano chispea, como trágico diamante, a través de los poros de la mano que no ha bizantinado aún el guante.
Bajo un arco que forma verde aliso, ¡oh cruzada fecunda del andrajo! pasa el perfil macizo de este Aquiles incaico del trabajo.
.27
La zagala que llora su yaraví a la aurora, recoge ¡oh Venus pobre! frescos leños fragantes en sus desnudos brazos arrogantes esculpidos en cobre.
En tanto que un becerro, perseguido del perro, por la cuesta bravia corre, ofrendando al floreciente día un himno de Virgilio en su cencerro!
Delante de la choza el indio abuelo fuma; y el serrano crepúsculo de rosa, el ara primitiva se sahúma en el gas del tabaco.
Tal surge de la entraña fabulosa de epopéyico huaco, mítico aroma de broncíneos lotos, el hilo azul de los alientos rotos!
ALDEANA
Lejana vibración de esquilas mustias
en el aire derrama
la fragancia rural de sus angustias.
En el patio silente
sangra su despedida el sol poniente.
El ámbar otoñal del panorama toma un frío matiz de gris doliente!
Al portón de la casa que el tiempo con sus garras toma ojosa, asoma silenciosa y al establo cercano luego pasa, la silueta calmosa de un buey color de oro, que añora con sus bíblicas pupilas, oyendo la oración de las esquilas, su edad viril de toro!
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Al muro de la huerta, aleteando la pena de su canto, salta un gallo gentil, y, en triste alerta, cual dos gotas de llanto, tiemblan sus ojos en la tarde muerta!
Lánguido se desgarra en la vetusta aldea el dulce yaraví de una guitarra, en cuya eternidad de hondo quebranto la triste voz de un indio dondonea, como un viejo esquilón de camposanto.
De codos yo en el muro, cuando triunfa en el alma el tinte oscuro y el viento reza en los ramajes yertos llantos de quenas, tímidos, inciertos, suspiro una congoja, al ver que en la penumbra gualda y roja llora un trágico azul de idilios muertos!
IDILIO MUERTO
Qué estará haciendo esta hora mi andina y dulce Rita de junco y capulí;
ahora que me asfixia Bizancio, y que dormita la sangre, como flojo cognac, dentro de mí.
Dónde estarán sus manos que en actitud contrita planchaban en las tardes blancuras por venir; ahora, en esta lluvia que me quita las ganas de vivir.
Qué será de su falda de franela; de sus afanes; de su andar; de su sabor de cañas de mayo del lugar.
Ha de estarse a la puerta mirando algún celaje, y al fin dirá temblando: “Qué frío hay... Jesús!
Y llorará en las tejas un pájaro salvaje.
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TRUENOS
EN LAS TIENDAS GRIEGAS
Y el Alma se asusto
a las cinco de aquella tarde azul desteñida.
El labio entre los linos la imploró
con pucheros de novio para su prometida.
El Pensamiento, el gran General se ciñó de una lanza deicida.
El Corazón danzaba; mas, luego sollozó:
¿la bayadera esclava estaba herida?
Nada! Fueron los tigres que la dan por correr a apostarse en aquel rincón, y tristes ver los ocasos que llegan desde Atenas.
No habrá remedio para este hospital de nervios, para el gran campamento irritado de este atardecer!
Y el General escruta volar siniestras penas
allá .........................................................
en el desfiladero de mis nervios!
AGAPE
Hoy no ha venido nadie a preguntar; ni me han pedido en esta tarde nada.
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No he visto ni una flor de cementerio en tan alegre procesión de luces. Perdóname, Señor: qué poco he muerto!
En esta tarde todos, todos pasan sin preguntarme ni pedirme nada.
Y no sé qué se olvidan y se queda mal en mis manos, como cosa ajena.
He salido a la puerta, y me dan ganas de gritar a todos:
Si echan de menos algo, aquí se queda!
Porque en todas las tardes de esta vida, yo no sé con qué puertas dan a un rostro, y algo ajeno se toma el alma mía.
Hoy no ha venido nadie; y hoy he muerto qué poco en esta tarde!
LA VOZ DEL ESPEJO
Así pasa la vida, como raro espejismo.
¡La rosa azul que alumbra y da el ser al cardo! Junto al dogma del fardo matador, el sofisma del Bien y la Razón!
Se ha cogido, al acaso, lo que rozó la mano; los perfumes volaron, y entre ellos se ha sentido el moho que a mitad de la ruta ha crecido en el manzano seco de la muerta Ilusión.
Así pasa la vida, con cánticos aleves de agostador bacante.
Yo voy todo azorado, adelante... adelante, rezongando mi marcha funeral.
Van al pie de brahacmánicos elefantes reales, y al sórdido abejeo de un hervor mercurial, parejas que alzan brindis esculpidos en roca, y olvidados crepúsculos una cruz en la boca.
31
Así pasa la vida, vasta orquesta de Esfinges que arrojaron al Vacío su marcha funeral.
ROSA BLANCA
Me siento bien. Ahora brilla un estoico hielo en mí.
Me da risa esta soga rubí
que rechina en mi cuerpo.
Soga sin fin, como una voluta descendente de
mal...
soga sanguínea y zurda
formada de
mil dagas en puntal.
Que vaya así, trenzando sus rollos de crespón; y que ate el gato trémulo del Miedo al nido helado, al último fogón.
Yo ahora estoy sereno, con luz.
Y maya en mi Pacífico un náufrago ataúd.
LA DE A MIL
El suertero que grita “La de a mil” contiene no sé qué fondo de Dios.
32
Pasan todos los labios. El hastío despunta en una arruga su yanó.
Pasa el suertero que atesora, acaso nominal, como Dios, entre panes tantálicos, humana impotencia de amor.
Yo le miro al andrajo. Y él pudiera damos el corazón;
pero la suerte aquella que en sus manos aporta, pregonando en alta voz, como un pájaro cruel, irá a parar adonde no lo sabe ni lo quiere este bohemio dios.
Y digo en este viernes tibio que anda a cuestas bajo el sol:
¡por qué se habrá vestido de suertero la voluntad de Dios!
EL PAN NUESTPO
Para Alejandro Gamboa
Se bebe el desayuno... Húmeda tierra de cementerio huele a sangre amada.
Ciudad de invierno... La mordaz cruzada de una carreta que arrastrar parece una emoción de ayuno encadenada!
Se quisiera tocar todas las puertas, y preguntar por no sé quién; y luego ver a los pobres, y, llorando quedos, dar pedacitos de pan fresco a todos.
Y saquear a los ricos sus viñedos con las dos manos santas que a un golpe de luz volaron desclavadas de la Cruz!
Pestaña matinal, no os levantéis!
¡El pan nuestro de cada día dánoslo,
Señor...!
33
Todos mis huesos son ajenos; yo talvez los robé!
Yo vine a darme lo que acaso estuvo asignado para otro; v pienso que, si no hubiera nacido, otro pobre tomara este café!
Yo soy un mal ladrón... A dónde iré!
Y en esta hora fría, en que la tierra trasciende a polvo humano y es tan triste, quisiera yo tocar todas las puertas, y suplicar a no sé quién, perdón, y hacerle pedacitos de pan fresco aquí, en el horno de mi corazón...!
ABSOLUTA
Color de ropa antigua. Un julio a sombra, y un agosto recién segado. Y una mano de agua que injertó en el pino resinoso de un tedio malas frutas.
Ahora que has anclado, oscura ropa, tornas rociada de un suntuoso olor a tiempo, a abreviación... Y he cantado el proclive festín que se volcó.
Mas ¿no puedes, Señor, contra la muerte, contra el límite, contra lo que acaba?
Ay! la llaga en color de ropa antigua, cómo se entreabre y huele a miel quemada!
Oh unidad excelsa! Oh lo que es uno por todos!
Amor contra el espacio y contra el tiempo! Un latido único de corazón; un solo ritmo: Dios!
Y al encogerse de hombros los linderos en un bronco desdén irreductible, hay un riego de sierpes en la doncella plenitud del 1.
¡Una arruga, una sombra!
34
DESNUDO EN BARRO
Como horribles batracios a la atmósfera, suben visajes lúgubres al labio.
Por el Sahara azul de la Substancia camina un verso gris, un dromedario.
Fosforece un mohín de sueños crueles.
Y el ciego que murió lleno de voces de nieve. Y madrugar, poeta, nómada, al crudísimo día de ser hombre.
Las Horas van febriles, y en los ángulos abortan rubios siglos de ventura.
¡Quién tira tanto el hilo; quién descuelga sin piedad nuestros nervios, cordeles ya gastados, a la tumba!
Amor! Y tú también. Pedradas negras se engendran en tu máscara y la rompen. ¡La tumba es todavía un sexo de mujer que atrae al hombre!
CAPITULACION
Anoche, unos abriles granas capitularon ante mis mayos desarmados de juventud; los marfiles histéricos de su beso me hallaron muerto; y en un suspiro de amor los enjaulé.
Espiga extraña, dócil. Sus ojos me asediaron una tarde amaranto que dije un canto a sus cantos; y anoche, en medio de los brindis, me hablaron las dos lenguas de sus senos abrasadas de sed.
Pobre trigueña aquella; pobres sus armas; pobres sus velas cremas que iban al tope en las salobres espumas de un marmuerto. Vencedora y vencida,
se quedó pensativa y ojerosa y granate.
Yo me partí de aurora. Y desde aquel combate, de noche entran dos sierpes esclavas a mi vida.
35
LINEAS
Cada cinta de fuego
que, en busca del Amor,
arrojo y vibra en rosas lamentables,
me da a luz el sepelio de una víspera.
Yo no sé si el redoble en que lo busco, será jadear de roca, o perenne nacer de corazón.
Hay tendida hacia el fondo de los seres, un eje ultranervioso, honda plomada.
¡La hebra del destino!
Amor desviará tal ley de vida, hacia la voz del Hombre; y nos dará la libertad suprema en transubstanciación azul, virtuosa, contra lo ciego y lo fatal.
¡Que en cada cifra lata, recluso en albas frágiles, el Jesús aún mejor de otra gran Yema!
Y después... La otra línea...
Un Bautista que aguaita, aguaita, aguaita... Y, cabalgando en intangible curva, un pie bañado en púrpura.
AMOR PROHIBIDO
Subes centelleante de labios y ojeras!
Por tus venas subo, como un can herido que busca el refugio de blandas aceras.
Amor, en el mundo tú eres un pecado! Mi beso es la punta chispeante del cuerno del diablo; mi beso que es credo sagrado!
Espíritu es el horópter que pasa ¡puro en su blasfemia!
¡el corazón que engendra al cerebro! que pasa hacia el tuyo, por mi barro triste.
36
Platónico estambre que existe en el cáliz donde tu alma existe!
¿Algún penitente silencio siniestro?
¿Tú acaso lo escuchas? Inocente flor!
...Y saber que donde no hay un Padrenuestro, el Amor es un Cristo pecador!
LA CENA MISERABLE
Hasta cuándo estaremos esperando lo que no se nos debe... Y en qué recodo estiraremos nuestra pobre rodilla para siempre! Hasta cuándo la cruz que nos alienta no detendrá sus remos.
Hasta cuándo la Duda nos brindará blasones por haber padecido
Ya nos hemos sentado mucho a la mesa, con la amargura de un niño que a media noche, llora de hambre, desvelado...
Y cuándo nos veremos con los demás, al borde de una mañana eterna, desayunados todos.
Hasta cuándo este valle de lágrimas, a donde yo nunca dije que me trajeran.
De codos
todo bañado en llanto, repito cabizbajo y vencido: hasta cuándo la cena durará.
Hay alguien que ha bebido mucho, y se burla, y acerca y aleja de nosotros, como negra cuchara de amarga esencia humana, la tumba...
Y menos sabe ese oscuro hasta cuándo la cena durará!
PARA EL ALMA IMPOSIBLE DE MI AMADA
Amada: no has querido plasmarte jamás como lo ha pensado mi divino amor.
37
Quédate en la hostia, ciega e impalpable, como existe Dios.
Si he cantado mucho, he llorado más por ti ¡oh mi parábola excelsa de amor! Quédate en el seso, y en el mito inmenso de mi corazón!
Es la fe, la fragua donde yo quemé el terroso hierro de tanta mujer; y en un yunque impío te quise pulir. Quédate en la eterna nebulosa, ahí, en la multicencia de un dulce noser.
Y si no has querido plasmarte jamás en mi metafísica emoción de amor, deja que me azote, como un pecador.
EL TALAMO ETERNO
Sólo al dejar de ser, Amor es fuerte!
Y la tumba será una gran pupila, en cuyo fondo supervive y llora la angustia del amor, como en un cáliz de dulce eternidad y negra aurora.
Y los labios se encrespan para el beso, como algo lleno que desborda y muere; y, en conjunción crispante,
cada boca renuncia para la otra una vida de vida agonizante.
Y cuando pienso así, dulce es la tumba donde todos al fin se compenetran
en un mismo fragor;
dulce es la sombra, donde todos se unen
en una cita universal de amor.
38
LAS PIEDRAS
Esta mañana bajé a las piedras ¡oh las piedras!
Y motivé y troquelé un pugilato de piedras.
Madre nuestra, si mis pasos en el mundo hacen doler, es que son los fogonazos de un absurdo amanecer.
Las piedras no ofenden; nada codician. Tan sólo piden amor a todos, y piden amor aun a la Nada.
Y si algunas de ellas se van cabizbajas, o van avergonzadas, es que algo de humano harán...
Mas, no falta quien a alguna por puro gusto golpee.
Tal, blanca piedra es ia luna que voló de un puntapié...
Madre nuestra, esta mañana Me he corrido con las hiedras, al ver la azul caravana de las piedras, de las piedras, de las piedras...
RETABLO
Yo digo para mí: por fin escapo al ruido; nadie me ve que voy a la nave sagrada. Altas sombras acuden, y Darío que pasa con su lira enlutada.
39
Con paso innumerable sale la dulce Musa, y a ella van mis ojos, cual polluelos al grano.
La acosan tules de éter y azabaches dormidos, en tanto sueña el mirlo de la vida en su mano.
Dios mío, eres piadoso, porque diste esta nave, donde hacen estos brujos azules sus oficios.
Darío de las Américas celestes! Tal ellos se parecen a ti! Y de tus trenzas fabrican sus cilicios.
Como ánimas que buscan entierros de oro absurdo, aquellos arciprestes vagos del corazón, se internan, y aparecen... y, hablándonos de lejos, nos lloran el suicidio monótono de Dios!
PAGANA
Ir muriendo y cantando. Y bautizar la sombra con sangre babilónica de noble gladiador.
Y rubricar los cuneiformes de la áurea alfombra con la pluma del ruiseñor y la tinta azul del dolor.
¿La vida? Hembra proteica. Contemplarla asustada escaparse en sus velos, infiel, falsa Judith; verla desde la herida, y asirla en la mirada, incrustando un capricho de cera en un rubí.
Mosto de Babilonia, Holofernes sin tropas, en el árbol cristiano yo colgué mi nidal; la viña redentora negó amor a mis copas;
Judith, la vida aleve, sesgó su cuerpo hostial.
Tal un festín pagano. Y amarla hasta en la muerte, mientras las venas siembran rojas perlas de mal; y así volverse al polvo, conquistador sin suerte, dejando miles de ojos de sangre en el puñal.
40
LOS DADOS ETERNOS
Para Manuel González Prada esta emoción bravia y selecta, una de las que, con más entusiasmo, me ha aplaudido el gran maestro.
Dios mío, estoy llorando el ser que vivo; me pesa haber tomádote tu pan; pero este pobre barro pensativo no es costra fermentada en tu costado: tú no tienes Marías que se van!
Dios mío, si tú hubieras sido hombre, hoy supieras ser Dios; pero tú, que estuviste siempre bien, no sientes nada de tu creación.
Y el hombre sí te sufre: el Dios es él!
Hoy que en mis ojos brujos hay candelas, como en un condenado,
Dios mío, prenderás todas tus velas, y jugaremos con el viejo dado...
Tal vez ¡oh jugador! al dar la suerte del universo todo, surgirán las ojeras de la Muerte, como dos ases fúnebres de lodo.
Dios mío, y esta noche sorda, oscura, ya no podrás jugar, porque la Tierra es un dado roído y ya redondo a fuerza de rodar a la aventura, que no puede parar sino en un hueco, en el hueco de inmensa sepultura.
LOS ANILLOS FATIGADOS
Hay ganas de volver, de amar, de no ausentarse, y hay ganas de morir, combatido por dos aguas encontradas que jamás han de istmarse.
Hay ganas de un gran beso que amortaje a la Vida, que acaba en el áfrica de una agonía ardiente, suicida!
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Hay ganas de... no tener ganas, Señor; a ti yo te señalo con el dedo deicida: hay ganas de no haber tenido corazón.
La primavera vuelve, vuelve y se irá. Y Dios, curvado en tiempo, se repite, y pasa, pasa a cuestas cotí la espina dorsal del Universo.
Cuando las sienes tocan su lúgubre tambor, cuando me duele el sueño grabado en un puñal, ¡hay ganas de quedarse plantado en este verso!
 

poema de César Vallejo

De Los heraldos negros (1918)

 

César Vallejo Obra poética completa
Biblioteca Ayacucho www.bibliotecayacucho.gob.ve Colección Clásica, Nº 58
República Bolivariana de Venezuela

 

Ver, además:

 

            César Vallejo en Letras Uruguay

 

Editor de Letras Uruguay: Carlos Echinope Arce   

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