Primera ovación |
Siempre
la había visto muy ligada a las actividades de la iglesia, participaba en
los montajes teatrales que se llevaban a cabo los viernes santos, ya fuera
en la procesión del encuentro o por las tardes, como María Magdalena al
pie del cadáver de Jesús. Sabía que se llamaba Catalina y que amaba el
teatro. Lo
que le gustaba de ella era ese aire que lograba percibir, un aire de
inocencia infantil pese a que ya superaba los veintiuno años de edad.
Cuando Celso se masturbaba pensaba en Catalina, se imaginaba su olor más
intimo, imperturbable, un olor a niña. Su pálida desnudez, el pubis
alborotado y ensortijado, los pezones rosados. Él era un muchacho normal,
un oficinista que seguía estudiando administración, fumaba y tomaba con
sus amigos los fines de semana. Celso lograba cruzarse con Catalina por lo
general todas las tardes, cuando ambos abordaban el mismo autobús de
regreso a casa. Se conocían por miradas y una que otra sonrisa. Fue
una tarde lluviosa en que la muchacha no traía consigo su sombrilla,
hecho que aprovechó Celso para hablarle definitivamente. Esa primera
conversación se alargó hasta un noviazgo que Celso procuró en todo
momento, por que sólo así podría conocer a la muchacha en el ámbito
que a él le interesaba: el sexual. Por otro lado, Catalina mantenía su
devoción católica inalterable al igual que su pasión por el teatro, lo
que Celso respetó durante un tiempo. La
primera vez que Celso procuró llevar su relación de noviazgo más allá
de los acostumbrados paseos de domingos por la tarde, Catalina se apartó
cuando sintió que la mano de Celso iba un poco más abajo que las
acostumbradas caricias en el vientre. El muchacho le reclamó, pero ella,
y acomodándose el cuello de la camisa, le aclaró que sólo tendrían
sexo en el matrimonio, que hacerlo antes era un pecado carnal y que iba
contra de uno de los mandamientos. Celso respiraba agitado y no tenía más
remedio que desahogarse con su única y fiel amante: su mano. Con
el tiempo la pasión de Catalina por el teatro desplazó su fe y su
compromiso con la iglesia, dado que le dedicaba más tiempo a los ensayos
en la universidad que los cursillos que recibía para convertirse en
catequista. Celso al ver el que radicalismo religioso que practicaba
Catalina pronto caería decidió no tocarle el tema el sexo durante un
tiempo, lo que Catalina agradeció de sobremanera. -Quiero
ser actriz, sin dejar de ser una buena cristiana –dijo ella. -Puedes
ser ambas cosas, no veo el por qué. -Pero
bien sabes como son las muchachas en mi clase, son un poco alborotadas y
excéntricas, fuman y toman, la verdad que eso no va conmigo. -Acaso
hay un mandamiento o evangelio en el que Cristo haya dicho: “El que fume
o tome el reino de los cielos le será aún más estrello que el ojo de
una aguja”, por favor, relájate. -¿Por
qué siempre me reclamas mi religiosidad? Si en verdad me quieres debes
respetarme tal y como soy –reclamó Catalina, un poco enfadada. -Igual
digo yo –añadió el muchacho un poco sobresaltado-: soy el único de
todos mis amigos que no tiene sexo con su novia. -¡Pues
siéntete orgulloso de eso! ¡Eres único! -acotó Catalina irónicamente.
-Muy
graciosa, además veo que el teatro te consume todo el tiempo, y casi no
nos vemos, sin sexo y sin contacto esto va mal, Catalina y va mal por ti,
no por mí. -¿Ahora
te molesta que le dedique más tiempo a mi carrera? ¡Qué bonito! -Sí,
yo merezco respeto, y respeto significa compartir, entrega del uno con el
otro, el sacrificio por el bienestar del otro. -¡Por
favor! –Exclamó casi como una carcajada sarcástica Catalina: -¿Crees
que por ser de la iglesia y una muchacha que se respeta soy tonta? ¡Que
discurso más vacío! Con esas retóricas me vas llevar a la cama –dijo
ella poniéndose de pie de la banqueta del parque. Celso
se mordió los labios llenos de rabia. Era
la gran oportunidad, el taller nacional de teatro abrió audiciones para
todos los estudiantes que quisieran participar en una Opera de Verdi,
desde luego esa fue la oportunidad que Catalina estaba esperando, y su sueño
era participar en una Opera de Verdi. Cuando le comentó entusiasmada
semejante oportunidad a Celso, él se mostró indiferente como si no le
importara. -Buena
suerte –murmuró Celso. -¿No
te alegras? -Claro,
buena suerte te dije. -A
veces pareces un niño, bueno luego nos vemos y te cuento. -De
acuerdo –dijo él. Catalina
se presentó a la audición, había una fila impresionante de muchachos
que querían audicionar. Ella respiró profundo, nunca antes había hecho
audición alguna, era su primera vez, y quiso despejar la duda con alguno
de los que estaban allí, junto a ella esperando ser llamado. Le dijeron
que por lo general empiezan con preguntas básicas y luego piden
interpretar algún papel, o a veces un monólogo que no era nada del otro
mundo. Ella se tranquilizó y esperó la oportunidad, cuando le llegó su
turno vio que en frente tenía tres de las personalidades mas prestigiosas
del teatro. La saludaron con calidez y le hicieron preguntas básicas,
edad y tiempo estudiando teatro, ella les comentó, entre otras cosas, que
desde pequeña participaba en los montajes teatrales de la iglesia, habló
de su proyecto de llevar, mediante el teatro las grandes historias
relatadas en la biblia. Le
pidieron improvisar un monólogo con el personaje que fuera, ella encarnó
el papel de Caín en un monologo contra su propia existencia y su soledad
y contra dios, tal fue su actuación que los visores la felicitaron. -Debo
confesarle que usted posee un talento tremendo –dijo uno los
profesores-, sin embargo veo en usted algo que la tiene amaniatada no la
estoy etiquetando pero yo y mis compañeros podemos percibir esa
incomodidad por que para hacer teatro debemos ser libres, y bueno acá por
política de compañía nacional de teatro, le decimos a las jóvenes
promesas como usted que antes de deslumbrar al público, deben
deslumbrarse así mismos con una actuación tal que rompan cadenas quitar
del camino aquello que pueda resultar una piedra del zapato. Creo y viendo
su potencial que podrá logarlo de aquí a mañana que será el último día
de audiciones. Catalina
sonrió, se sentía muy feliz y no cabía de gozo, pero pensó cómo podría
hacer esa rotunda actuación, sin embargo no le tomó importancia dios le
daría la luz necesaria. Quería celebrarlo y llamó a su novio. -¿Es
en serio lo que me estás diciendo? Ella
se mantuvo imperturbable y le respondió. -Sí,
es en serio. En
ese momento Celso sintió que todo el deseo se redujo en su interior al
ver la decisión de Catalina. No pensó mucho y de inmediato tomaron taxi
al departamento del muchacho. Catalina y tomó asiento en la cama que olía
perro. Celso no sabía cómo abordarla, si besarla de una vez o ponerse un
poco romántico, ni vino tenía, ni velas nada, era un departamento
bastante rústico. Vio que ella estaba a la expectativa de la decisión
que iba a tomar. La volteó a ver y le sonrió tímidamente. Hablaron
durante un rato y fue Catalina que acercó, lo besó, fue un beso tierno.
Celso entonces le tomó por el rostro y la besó con pasión; se
acostaron. Mientras se besaban con deseo absorbente, Celso se detuvo y
jadeando le preguntó a Catalina si estaba segura de lo que iba hacer. -Si
vuelves a preguntar me largo de acá, ¿de acuerdo? Celso
entonces siguió besándola y se desnudó y ella con la naturalidad de una
experta también se fue desnudando. No le cabía en la cabeza a Celso lo
que ocurría, pero debía sacarle el máximo provecho. Cuando
ella se quitó el sostén y miró los pequeños pechos de Catalina, los
grandes y rosados pezones, Celso por poco se viene. Los tocó como si
fueran de porcelana, pero al sentir los duros que estaban se los llevó a
la boca. Catalina
simplemente lo disfrutaba sin poner objeción alguna. Celso le pasaba la
lengua, los chupaba, se sentía dichoso probarlos, sentirlos, tenerlos en
su boca. Al
quitarse él calzoncillo y ella la braga, Catalina le tomó el genital y
lo apretó delicadamente. Celso a esas alturas estaba poseído. Y tuvieron
sexo, y Celso se asombró por la forma cómo se movía Catalina, no parecía
una novata después de todo. Ella tomó las riendas, y exigía, y pedía. Al
terminar Celso quedó extasiado, derrotado en la batalla de sexo, en
cambio Catalina se incorporó de la cama, se vistió nuevamente y preguntó.
-¿No
te conté que fui aceptada en La Opera? -No
–dijo Celso, que estaba acostado boca abajo-. ¿Qué hiciste? Ella
se peinaba. -Pues
nada, mostrar mi talento, pero ellos me pidieron tener una actuación que
sirviera para romper cadenas con todo aquello que fuera a interferir a
largo plazo con mi carrera una actuación sobresaliente conmigo misma, y
ya ves, vos tuviste la primera fila de ello –dijo ella. Abrió la puerta
de la habitación y la cerró con estrépito, dejando tras de sí, aquella
hedionda habitación con olor a pasado. |
Warren Ulloa Argüello
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