Castillos de lego |
Una
noche luego del sexo, Rebeca mi esposa, aún jadeante y sudando se volteó
a mi lado -estaba yo desparramado sobre la cama, con mi erección en
picada- y me besó una mejilla y me preguntó que si no me gustaría darle
un tópico diferente a nuestra relación de pareja. Seguramente por el
estado de ensoñación que suelo experimentar luego de hacer el amor, no
logré descifrar en primera instancia que quería decir Rebeca con eso.
“¿A qué te refieres?”, le pregunté. Fue cuando sonrió de una
manera infantil y maliciosa y se acurrucó cerca de mi axila. “¿Sabes
qué es un bar swinger?”, yo le dije que si; mi mujer no dijo nada más,
vi en sus ojos un reflejo de morbo; en ese momento creo que mi erección
volvió a reanimarse. “¿Y qué opinas?”, preguntó ella. Le contesté
que sería interesante, debía pensarlo. No
volvimos hablar del tema, ambos nos dedicamos a festejarle el cumpleaños
a nuestro único hijo, Eduardo, quien llegó a sus cinco años vida; para
ello le regalamos un castillo de lego. Al principio Rebeca y yo le
ayudamos a cimentar las primeras piezas, le explicamos que el castillo
para armarlo traía un manual que a través de ilustraciones explicaba el
procedimiento a seguir. Entre Rebeca y yo construimos la base y luego
Eduardo nos dijo que él quería armarlo solo, que ya había visto como se
hacía. Pasado
el cumpleaños de mi hijo y con la propuesta de mí mujer dando vueltas en
mi cabeza aproveché para averiguar más del asunto entre mis compañeros
de oficina, un clan cuya mayoría estaba constituida por solteros
aventureros o divorciados igual de aventureros. Fabián, quien era con el
que mejor me llevaba en la oficina y quien además se jactaba como el más
liberal, me habló un poco del tema durante el almuerzo. “Güevón
es que ver a la mujer de uno así al frente cogiendo rico y sabroso con
otro que no eres tú, es lo más excitante que yo he llegado a
experimentar, pero te advierto si quieres ser swingers primeramente no
tienes que ser homofóbico, quiero decir no sentirse incómodo al ver las
vergas hinchadas de tu prójimo flotando como trompas de elefante
sedientos; segundo no puedes ser tampoco celoso, por que no creas ver a la
mujer de uno gritando rico a costa de otros, te jode el amor propio, te
caga el macho que tienes dentro, el Pedro Infante; tercero deben estar
seguros de tener buenos lazos de pareja, porque pueden cagarse en el
matrimonio”. Las
palabras de Fabián pintaban interesantes y hasta excitantes. Tenía la
esperanza que llevar nuestra relación a otro escalón le proporcionaría
de un nuevo dinamismo a nuestra sexualidad de pareja, y dependiendo del
resultado final, darle a Eduardo un hermano. Aunque claro, en primera
instancia no quise decirle nada a Rebeca, que fuera ella quien me lo
propusiera de nuevo. Sin
embargo no estaba seguro y eso me llenó de una especie de ansiedad que yo
trataba de contrarrestar ayudándole a Eduardo en la construcción del
castillo, él iba colocando cada pieza no sin antes fijarse en el manual
que traída la caja: -¿No te ha costado armarlo? –le pregunté. -No,
es muy fácil. -¿Y
te gusta el regalo que te dio papi y mami? -Si,
por que cuando lo termine ahí vamos a vivir.
*** Una
noche mientas jugueteábamos en la cama, le pregunté que si seríamos
swingers. Rebeca se detuvo, me miró a los ojos y me preguntó qué si en
realidad estaba interesado, le dije que si, que sería una linda
experiencia de pareja. Sonrió y me besó. Le dije que yo me encargaría
de todo. Esa noche tuvimos sexo hasta bien entrada la madrugada. Al
día siguiente, ambos durante el desayuno, concordamos que si lo íbamos
hacer deberíamos dejar que todo fluyera naturalmente, nada de presiones.
El primer paso lo tomé yo, hablé con Fabián y le pedí que nos
reservara un lugar en el bar swinger al que el asistía con cierta
frecuencia. Fue Rebeca entonces que se movió por su lado. Habló con su
madre para que cuidara a Eduardo. A mi suegra le pareció extraña la
petición, ya que contábamos a una niñera, pero le dijimos que teníamos
que ir a una importante reunión un sábado por la noche y la niñera solo
trabajaba entre semana. Mi suegra aceptó encantada, de todas formas
siempre reclamaba por que no veía a menudo al niño. La
fecha para asistir al bar swinger fue un sábado, gracias a Fabián que
logró conseguirnos una invitación para asistir. Tanto Rebeca como yo estábamos
nerviosos dado que nunca antes habíamos compartido pareja ni llevado
nuestra relación a situaciones limite, lo más descabellado -si se puede
etiquetar de esa forma- que habíamos hecho ambos, fue haber experimentado
el sexo anal. Tanto
ella como yo, antes que llegara la fecha acordada, vimos programas en la
televisión y artículos en la Internet que hablaban de los puntos en
contra y a favor que conllevaba ese tipo de actividades, incluso
alquilamos la película una propuesta indecente en la que actúo Demi
Moore y la alquilamos por que durante nuestro noviazgo la vimos y hubo la
emperica fantasía en ese momento de que nos pasara algo así. Lo
que más temía yo, era que había un hijo de por medio y que podríamos
estropearle la infancia, pero Rebeca con la lucidez que me enamoró, me
dijo que el matrimonio era un negocio que se mantiene a base de
inversiones y que haber tenido a Eduardo fue la primera de ellas, y que
era lindo hacer otra inversión, quizá para saber qué tanto nos amábamos,
de lo contrario nos daríamos cuenta que todo fue un fiasco. Esas palabras
me estremecieron. *** Rebeca
durante el camino me preguntó que si estaba nervioso, le dije que sí.
Nos estacionamos a las afueras del bar, que no tenía ninguna peculiaridad
en especial. En la entrada principal había un tipo en traje entero, al
vernos nos pidió las respectivas identificaciones, se las mostramos, hizo
un apunte y nos la devolvió. Por un momento tuve la sensación de estar
visitando a los Masones. Ya
dentro nos encontramos para nuestra sorpresa con un numeroso grupo de
parejas que compartían alegremente. Un hombre muy elegante, vestido de
traje entero sin corbata, se nos acercó, seguramente
notó que éramos nuevos, y con suma amabilidad nos preguntó qué
de parte de quién veníamos, yo le dije el nombre de Fabián, y el tipo
nos invitó a tomar asiento en una esquina. Allí nos ofreció un
cigarrillo, no acepté, Rebeca si lo hizo, supuse que por los nervios.
Comenzó a explicarnos el asunto. A
nadie se le obligaba a nada, comenzó diciéndonos, se debe utilizar condón,
luego nos comentó que algunas parejas ya tienen experiencia, otras apenas
la están adquiriendo, y nos dijo que como debutantes que éramos de
llegar a un intercambio podríamos utilizar la habitación del piso de
arriba. Se puso de pie y dijo que volvería pronto. Rebeca y yo
aprovechamos para echar un vistazo al lugar. A esas alturas algunas
parejas ya empezaban a abandonar el recinto con un negocio consumado,
otras se mantenían hablando. Al
cabo de un rato se nos acercó nuevamente el anfitrión con una pareja de
muchachos, quizá él podría tener unos veintiséis y ella igual no mayor
que el muchacho. Nos presentó y nos dejo solos. Rebeca comenzó hablar
con la pareja, mientras lo hacía miré a la muchacha: bastante delgada
pero muy sensual, tenía un pañuelo en la cabeza y un rostro impecable,
me sonría picadamente. Su novio era alto, un poco grueso pálido y
bastante parlanchín, él se llamaba Federico y ella Paula. Sin darme
cuenta ya habíamos llegado a un acuerdo, fue Rebeca que llevó la
negociación a buen puerto, lo que la convenció fue que era la tercera
vez que la pareja asistía a compartir. Una mezcla de temor y ansias por acostarme con la muchacha me
embargaron. Federico hizo una señal al anfitrión que de inmediato nos
guió a un cuarto bastante espacioso y confortable, allí nos dejo. Había
una de botella de tequila, nos servimos varios tragos y el calorcito del
tequila nos adentró. Estaba un poco sorprendido de lo rápido como se
estaban dando las cosas. Estuvimos hablando durante un largo rato más, y
vi como mi mujer empezó a besarse con Federico. Paula me miró y me besó
también. Fue así como en cuestión de segundos ambas parejas quedamos
desnudas. Traté
de relajarme recordándome las palabras de Fabián que es cuestión de
dejarse llevar y abrir la mente, dado que tuve el impulso de tomar de una
mano a Rebeca e irnos de ahí. Paula al darse cuenta que pude lograr una
erección bastante vigorosa me llevó a un sillón que había a un lado y
Rebeca y el tipo ocuparon la cama. No hacía nadan, excepto besarse con
ardor. Paula
tomó mi verga y la comenzó a chupar. Primero jugueteó con ella, pasaba
mi glande alrededor de su boca y luego se la introdujo toda. Fue en ese
momento en que me sentí mas tranquilo. Ella me miraba fijamente a los
ojos mientras lo hacia. Luego Rebeca era quien le hacía el sexo oral a
Federico, ya a ese punto yo estaba relajado y no me importó y comencé a
disfrutar. Le hice el sexo oral a Paula, que no decía nada, simplemente
me pasaba sus manos por el cabello. Federico se cogía a mi mujer, igual yo con su novia. Ver a Rebeca
tener sexo con otro, me excitó mucho. A la hora de estar en esas me vine
en la boca de la muchacha y al cabo de unos minutos lo hicieron Rebeca y
Federico. Nos
vestimos y salimos de la habitación dejando a los muchachos que se
acabaran con la botella de tequila y con la promesa de seguir viéndonos,
ni siquiera nos duchamos. De camino hablamos poco. Concordamos en que si
lo volvíamos hacer sería con la misma pareja; mi mujer les había pedido
el número. *** Pasamos
todo el domingo con Eduardo, lo llevamos a pasear y llegamos a casa ya al
anochecer y Eduardo al
bajarse del auto corrió a su habitación, donde estaba el lego. Fui
hacerle compañía y Rebeca se fue a cambiar. Tomé la caja que contenían
las piezas y me asombré la cantidad de piezas y lo detallado que luciría
el castillo cuando estuviera armado; Eduardo iba por buen camino, lo tenía
bien adelantado. Rebeca ya con ropa de dormir entró a la habitación
donde estaba el niño y se sentó al otro extremo de la cama y lo contempló
en silencio; de vez en cuando lo regañaba para que se sacara las piezas
de la boca. Entonces
mientras observaba a Rebeca comencé a recordar el día en que la conocí,
la forma en cómo nos gustamos, mi primo quien nos presentó. Los dos años
de noviazgo. El primer susto por embarazo. La cara de mi suegro cuando le
dije que me casaría con la hija menor de la familia. La boda. Mi madre
llorando de felicidad. Mi padre impaciente para el cura terminara la
ceremonia. Mis hermanas y sus bendiciones. La luna de miel. Madrid. La
noticia que sería padre. Y la nueva etapa que eso implicaba. Eduardo vino
al mundo durante una madrugada en que Rebeca se levantó pidiéndome
llamar una ambulancia. El niño nació tres días antes de lo previsto,
fueron tres días de insomnio en los pasillos del hospital. Cuando
le dieron de alta a Rebeca vino lo demás: la casa oliendo a talco de
bebe, los pañales sucios, esas largas noches, la lactancia, la falta de
sexo, y las vacunas requeridas. Lo más caótico, lo recuerdo ahora en
perspectiva, fue el nombre qué le pondríamos. Buscamos en un grueso
libro el nombre, procuramos uno en castellano pero poco conocido, sin
embargo Rebeca terminó por ponerle el nombre de mi suegro. -Este
es papi y esta mami –dijo Eduardo mostrándonos dos muñecos de lego, la
reina y el rey de castillo. -Vamos, es hora de dormir príncipe –dijo Rebeca mientras lo alzaba para llevarlo a la cama, pero con el borde de la bata de dormir destrozó una de las torres del castillo. Eduardo al ver las piezas desperdigadas por el suelo, rompió en llanto, un llanto que me dio la corazonada que algo más, en alguna parte, también se había derrumbado. |
Warren Ulloa Argüello
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