“La novela nos pone en estado de asombro” |
Noemí Ulla nació en Santa Fe, cursó sus estudios en Rosario, y posteriormente se doctoró en Filosofía y Letras en la Universidad de Buenos Aires. Ha publicado las novelas Los que esperan el alba (1967) y Urdimbre (1981), y los libros de relatos Ciudades (1983), El ramito (1990) y El cerco del deseo (1994). Entre sus ensayos se cuentan Tango, rebelión y nostalgia (1967, reeditado en 1982), Identidad rioplatense 1930: la escritura coloquial (Borges, Arlt, Hernández, Onetti) (1990), Invenciones a dos voces: ficción y poesía en Silvina Ocampo (1992) y La insurrección literaria: de lo coloquial en la narrativa rioplatense de los años 1960 y 1970 (1996). Es investigadora del Conicet y dicta la cátedra de Teoría Literaria en la Universidad de Morón. ¿Cómo fueron sus primeras experiencias con la “escritura? ¿Era lectora? Escribo relatos desde los ocho años. Entonces pensaba que eran novelas, aunque desde luego no lo eran. Cuando mis padres viajaron de Santa Fe para vivir en Rosario yo tenía tres años. Seguramente las mudanzas tuvieron mucho que ver en mi fantasía. Mi madre extrañaba mucho: era del pueblo de Felicia, de Santa Fe; mi padre era rosarino. A mis hermanas y a mí nos gustaba el río, el verde de las plantas, los árboles de Alberdi. Me Crié en las proximidades del río, y cuando nos mudamos al centro seguíamos yendo al barrio de Alberdi los fines de semana. Hasta mucho más de mis veinte años el balneario La Florida fue un paseo frecuente. En mis cuentos suelen aparecer escenas del río. En la niñez mi hermana Beba me leía cuentos de hadas. Cuando pude hacerlo por mi cuenta todos los días sacaba un libro de la biblioteca de la escuela Normal Nro. 2, hasta que una vez la bibliotecaria me dijo muy seria: “nena, si todos los días te llevás un libro... quiere decir que vos no estudiás nunca”. Me aterroricé, pensé que no me prestarían más libros y desaparecí unos días para que se olvidaran de eso. Después volví a pedirlos. Los cuentos de hadas me fascinaban y también recibí otra censura de uno de mis tíos: “ya es hora de que dejes de leer cuentos de hadas y que pases a otra cosa”. Estudié Letras porque me gustaba y porque los que queríamos escribir suponíamos que siguiendo la carrera de Letras seríamos escritores. Por supuesto que leer es importantísimo, pero los planes universitarios, la enseñanza de la literatura, no fueron concebidos para formar escritores precisamente. Si se pudiera hablar de iniciación a modo de rito ¿cómo se inició en la literatura? Antes de que se publicara mi primera novela, escribía poesía. Había una revista que editábamos los estudiantes de Letras de la Facultad, que se llamaba Pausa. En el primer número, con ilustraciones de Herrero Miranda, salieron mis primeros poemas. Siempre pensé que sería poeta, pero pronto me di cuenta de que la poesía era mucho más exigente de lo que creía. Entre las cosas buenas que aprendí del grupo de poetas de mi juventud, se encuentra la autocrítica, y la hipercrítica. Después me incliné hacia la narrativa, pero no dejé de escribir poesía. ¿Cómo veía a Rosario en el tiempo en que usted comenzó a hacer literatura? Entonces pertenecía a un grupo de escritores y poetas que integraban Aldo Oliva, Rafael Ielpi, Jorge Conti, Rubén Sevlever, Eddy Saltzmann, Aldo Beccari, entre otros, y cuando Juani Saer y Hugo Gola bajaban desde Santa Fe, se sumaban a nuestra mesa, en el viejo restaurante Ehret. En Rosario escribí Los que esperan el alba, que obtuvo el Primer Premio de Novela de la Dirección de Cultura de Santa Fe, entidad que dirigía José Pedroni. Entonces fui a saludarlo a su despacho, era un hombre rubio; no sé si era rubio, pero así me pareció al ver que salía como bailando entre los trigales. Me dio mucha alegría conocerlo, mi madre siempre hablaba de Pedroni; como ella era maestra en un pueblo vecino a la ciudad de Esperanza, conocía bien la poesía de José Pedroni. Pero en nuestro grupo leíamos a César Vallejo, a Borges: nos gustaba la poesía de Borges. Y en Buenos Aires, en algunos grupos lo criticaban ardientemente por cuestiones políticas. Conocí a Borges hacia los años 80 y nos hicimos amigos. Desde 1980 a 1985 vi a Borges con frecuencia. Además de la genialidad que brindaba a todos, fue uno de los hombres con los que más me he reído. Tenía una ironía y un buen humor que eran la gracia misma. ¿Cómo fue el paso de Rosario a Buenos Aires? Fue en Buenos Aires donde empecé a escribir cuentos. No había pensado que el cambio de género –de la novela al cuento– podría estar asociado a un cambio de ciudad, pero puede ser: no fue fácil ese cambio. Llegué a Buenos Aires en 1969 y creí que podría vivir de trabajos con editoriales, así preparé un Diccionario universal de autores, pero no era algo que se remunerara bien ni tampoco puntualmente, y debí incentivar mi trabajo en la docencia. Entre el cuento y la novela, como géneros, en el momento de escribir no encuentro mucha diferencia. Generalmente digo “esto va a ser un cuento”. Pero a veces uno empieza a escribir un cuento y de pronto ve que se va convirtiendo en algo de mayor aliento, como me está sucediendo en este tiempo en que estoy tratando de armar una novela. En “El ramito” usted trabaja sobre la voz de una niña, un narrador sumamente problemático en literatura ¿por qué lo eligió? Algunas personas creyeron que es una niña de cuatro años la que habla en “El ramito”, pero es una narradora que intenta recuperar la visión de una niña, con recuerdos de los cuatro, los seis, los ocho años. El mundo que aparece en “El ramito” es el mundo de Alberdi: el río, el gran jardín de la casa donde vivían mis tíos. Las flores eran algo cotidiano para mí, me crié prácticamente en ese lugar. Yo era una nena que jugaba mucho sola en esa casa, donde no había otros niños y donde pasaba los veranos. En el centro, donde vivía, jugaba con Susy Piazza, mi amiga desde de la infancia. Pero en la casa de los jardines jugaba sola, y me encantaba hablar con las plantas y las flores. En alguna parte de “El ramito” la nena dice que no la dejan pensar. Esto ocurría conmigo, porque siempre me decían “¿qué estás haciendo? ¿por qué no jugás?”, y en realidad yo estaba jugando, mirando las cosas. ¿Usted escribió dos libros sobre Silvina Ocampo, Invenciones a dos voces: ficción y poesía en Silvina Ocampo y Encuentros con Silvina Ocampo, ¿como fue su relación con ella? Bueno, con Silvina nos hicimos amigas después de conversar sobre literatura para un libro de diálogos que hicimos juntas. Un día se terminó el libro, y ninguna de las dos se animó a decir que el libro había concluido; cada una pensó por su lado que eso significaría no volver a vernos. De modo que continuamos viéndonos, y así surgió una amistad muy intensa. El libro salió unos meses después. Tango, rebelión y nostalgia, es una de las primeras investigaciones sobre el tema, y sigue siendo una de las más ricas ¿Cómo gestó ese libro? En ese tiempo era estudiante de Letras, alumna de David Viñas, que fue un profesor que estimuló mucho a los estudiantes. Él nos hizo conocer a Sartre. Fue él quien me impulsó a escribir el libro, señalándome el interés que ofrecía el tema. De modo que me puse a trabajar sobre las letras de los tangos cuando gané una beca de investigación en la Universidad. Los que esperan el alba y Tango, rebelión y nostalgia aparecieron juntos en 1967. Usted ha publicado tres libros de cuentos hasta el momento, sin embargo la tendencia de las editoriales es despectiva con el género ¿por qué supone que, según se dice, la novela gusta más? El cuento exige una lectura muy particular. Las editoriales suelen desdeñar ese tipo de lectura, quizá les parezca que la novela entretiene más. Creo que el lector de cuentos es mucho más crítico que el lector de novelas. En la novela puede haber algunas páginas menores, pero esto no la malogra. La novela pone al lector en un estado de asombro, produce la sensación de que algo va a seguir, como si fuera una continuidad en el tiempo, y hasta permite en algunos casos una atención menor. El cuento tiene otro tiempo narrativo, así lo entendieron Chejov, Onetti, Maupassant. ¿Cuáles son sus estrategias para escribir? Escribo regularmente. En estos días estoy escribiendo un cuento que aún no sé bien cómo terminar. ¿Cómo empieza un cuento? A veces oigo una frase que alguien dice por la calle, escucho música o veo pinturas que me traen imágenes y aparecen personajes, voces, situaciones. A partir de ahí empiezo a escribir algo que no sé cómo va a seguir. Otras veces el cuento se da como algo bastante armado, pero después; cuando lo voy escribiendo, surgen cambios, como le ocurre a todo escritor. El año pasado gané la beca para escritores de la Maison des Ecrivains Étrangers, de Francia. Estuve en Saint–Nazaire, una ciudad puerto, ideal para impulsar la imaginación. ¡Me pareció tan corto el tiempo! Ahí escribí y a mi regreso preparé un libro con cuentos escritos en Saint–Nazaire y en Buenos Aires. y cuyo título prefiero no decir aún. Es una cábala. |
Entrevista de Patricia Suárez
El Ciudadano, Rosario, 11 de julio de 1999.
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