Ciudades (cuentos), Buenos Aires, CEAL, 1983. Incluye el cuento “La viajera perdida” premiado en el concurso de Marcha (Montevideo, 1974), cuyo jurado integraron Juan Carlos Onetti, Mercedes Rein y Jorge Ruffinelli. Ciudades (cuentos), traducción al idioma francés, Toulouse, Ombres Blanches, 1994 

“Noemí Ulla y una infatigable creación literaria”.
Entrevista de Hugo Beccacece

Cuando en 1981 Noemí Ulla publicó Urdimbre fueron muchos los que se asombraron de la audacia recóndita y como en sordina de ese texto, que parecía prescindir de personajes y circunstancias para confiar tan sólo en el encanto que surgía del ritmo, de la entonación, de las frases y de los gestos de esos seres de los que se ignoraba casi todo salvo esos detalles mínimos, pero reveladores que la escritora confiaba a sus lectores. Era como si los sujetos hubieran desaparecido y sólo quedaran sus atributos. Al año siguiente Noemí Ulla dio a conocer Encuentros con Silvina Ocampo, una serie de entrevistas imprescindibles para los admiradores de la gran cuentista y se reeditó su ensayo Tango, rebelión y nostalgia. Ahora el Centro Editor de América Latina en su colección “Capítulo: las nuevas propuestas”, ha publicado su nuevo libro de relatos: Ciudades.

“Este volumen –aclara Noemí Ulla– está integrado por dos series de cuentos, los de La Viajera perdida y los de Ciudades, que da nombre a toda la obra. Nací en Santa Fe y cursé los estudios universitarios en la Facultad de Rosario. He vivido en distintas ciudades y he conocido el lenguaje íntimo, a veces casi indiscernible de poblaciones que, aparentemente hablan el mismo idioma y sin embargo, reservan una sutil diferencia para ciertas palabras, para ciertos giros, que los definen con una actitud incomparable.La viajera perdida es el título de un poema de Héctor Pedro Blomberg, con el que bauticé los primeros cuentos escritos por mí al radicarme en Buenos Aires. Empecé a redactarlos en 1969 y los terminé dos años más tarde. Se trata de un libro muy distinto de Urdimbre. Las voces los distintos relatos son los que marcan la clave de cada narración. Es a partir de esas voces, de esas entonaciones que me perseguían, o de ciertas frases muy simples pero que encerraban situaciones a veces muy complejas que fui elaborando este libro. Por eso los lectores encontrarán en ese texto un tono muy coloquial. La estructura de esos relatos, por otra parte, es más bien tradicional. En Urdimbre también había voces que dictaban el curso de la narración, que definían toda una atmósfera, todo un personaje, con un adjetivo, con una palabra característica de cierto grupo o de cierta situación. Pero en Urdimbre hay una mayor libertad de construcción. Hay voces que aparecen y desaparecen en distintos tiempos y espacios; se pasa del pasado al presente de un modo continuo, hasta el punto de que se logra una sensación de simultaneidad en los acontecimientos. En ese sentido, no es posible comparar La viajera perdida –mucho más tradicional– con Urdimbre.

¿ Y en cuanto a Ciudades, la segunda parte de su último libro?

En ese conjunto de relatos me interrogo sobre la literatura misma, en cierto modo esos textos contienen una suerte de arte poética. Son “pretextos” para indagar desde qué lugar, desde qué tiempo, desde qué actitud, se escribe. A lo largo de esta investigación fueron surgiendo voces de la infancia. Así el texto fue recuperando parte de mi memoria personal, de mi pasado. El tono no es deliberadamente coloquial como en La viajera perdida.

¿Qué aspectos del pasado han ido surgiendo en su obra?

En todo lo que escribo hay mucha nostalgia. Eso no significa que esté totalmente volcada hacia el ayer. Pero la literatura me lleva a evocar lo que fue mi infancia. La música tiene mucha importancia en mis textos. Quisiera que mis relatos tuvieran cualidades musicales. Eso ti ene que ver con mi vida: estudié música mucho tiempo en mi niñez y adolescencia. Recuerdo con placer la voz de mi madre cantando. En las distintas ciudades en que viví fui reparando en ciertas formas de expresión muy particulares, por ejemplo en La viajera perdida predomina un habla rosarina. He tratado de restituir parte de ese lenguaje, que es parte de mi vida. Nunca vivimos un “presente” separado del pasado o del futuro. En cada momento nos referimos a nuestra memoria, y a nuestra capacidad de proyectar. Es una especie de regla temporal, de simultaneidad que sobre todo en Urdimbre quise transcribir. Macedonio Fernández hizo algo parecido en ese sentido, o más bien llevó esa tesis al extremo, y por eso no fue muy leído en su época y no tuvo éxito. A través de esa simultaneidad de los éxtasis temporales es como si estuviera dinamitando la esencia misma de la condición humana, como si se burlara de la mortalidad, o como si la transfigurara.

Usted se ha referido al cambio profundo que significó dejar Santa fe y Rosario para venir a vivir en Buenos Aires. ¿En qué consistió esa modificación?

Al cambiar de ciudad, uno abandona parte de sí mismo. Hay cosas que tienen distinto nombre en Rosario y aquí. Las calles son otras. Uno tiene que crearse afectos, lazos. La soledad es una realidad acuciante. Tuve que armarme una especia de red afectiva. Me resultaba difícil escribir sin el vigor que dan el amor o los sentimientos muy probados, muy antiguos. Al principio, me asombraba la velocidad con que se vive aquí. Me di cuenta de que la gente se desliza sobre las palabras, sobre las emociones, de un modo aparentemente superficial. Advertí que era preciso, si una quería seguir manteniendo su identidad, apartarse de esa vorágine y observar todo lo que ocurre alrededor. Entonces surgía la memoria, o esa simultaneidad de la que antes hablaba, una simultaneidad de la que no está excluida la reflexión.

Desde el punto de vista literario ¿qué transformaciones se produjeron en usted al radicarse en Buenos Aires?

Hubo cambios pero que no estaban ligados únicamente al cambio de ciudad, sino también al de época, o a mi propia maduración. Literariamente sufrí influencias muy marcadas y muy distintas. De chica, leía mucha poesía. En casa todos querían ser escritores. La lectura era en mi hogar algo habitual. En ese sentido, el ambiente era estimulante. En la universidad, la moda dictaba que se debía ser realista. La única corriente válida era esa. Las obras que uno debía admirar tenían que ser testimoniales. Me sentía muy asfixiada por esas imposiciones. Me parecía muy bien que hubiera una literatura de denuncia, pero ansiaba también otros horizontes. Poco a poco me fui dando cuenta de ese lugar común tan frecuentado: los libros se escriben con palabras, más que con ideas. Las Madres de Plaza de Mayo son un testimonio más ardiente que cualquier novela realista. Eso no quiere decir que se deba ocultar la realidad ni que ciertas obras comprometidas no tengan valor. Pero mi camino es otro. Me costó mucho trabajo confesarme que el tipo de literatura era esa para mí, y no la testimonial. Cuando estudiaba Letras, tanto en los profesores como en los estudiantes la censura consistía en prohibir a los escritores “puros”. Se debía ser muy valiente para leer a los autores de la “oligarquía”: Borges, Silvina Ocampo, Bioy Casares, etc.

Se ha dicho, cuando apareció Urdimbre, que las voces de ese libro eran profundamente femeninas ¿Qué opina?

Las mujeres venimos de modelos masculinos. La mayoría de los grandes escritores clásicos son varones. Las mujeres irrumpieron en la literatura de un modo más frecuente tan sólo en este siglo. Si hay libros con entonación femenina, se deben a una escritura arraigada en sentimientos muy hondos y auténticos, en una experiencia del cuerpo muy particular. No olvidemos que las emociones, los sentimientos, los vivimos con un cuerpo. Nuestro corazón late más apresuradamente ante ciertas circunstancias. Somos nuestras emociones también, las que componen toda una psicología de lo femenino y de lo masculino. Cada uno de nosotros ha sido educado de acuerdo con ella. Esa instrucción nos ha ido parcializando, formando y deformando. Si mi libro “sólo pudo haber sido escrito por una mujer”, como dijeron algunos, eso se debe, probablemente, a que he volcado en él mi pensamiento y mis recuerdos más profundos.

A menudo se la vincula con la vanguardia literaria argentina ¿Por qué?

Si se me vincula con la vanguardia quizá sea por la libertad de imaginar. En nuestro país, la imaginación estuvo bastante sofocada por el realismo. Urdimbre, dice el crítico Eduardo Paz Leston, es una ópera, en ella la gente canta para no volverse loca. Las voces cantan allí porque el sil encio es la muerte o la locura. El canto es la vida, la libertad, la luz. De manera oblicua los recuerdos actúan como un rescate del pasado. Allí no hay juego, aunque lo parezca no hay nada gratuito. Tengo la idea de que uno dice cosas y canta para no morirse de miedo. Tiene razón Eduardo Paz Leston en lo que dice de Urdimbre, porque yo escribí ese libro de la misma manera que cuando era chica caminaba en la oscuridad cantando hasta acercarme a las llaves de la luz.
En cuanto a Ciudades conviene advertir que se trata de dos libros muy diferentes. Es cierto que La viajera perdida y Ciudades tienen en común, en la mayoría de los cuentos, que el sujeto de la enunciación y el del enunciado coinciden. Pero mientras el primero tiene entonación coloquial, el segundono. Fueron escritos en épocas bien distantes. Y hoy son el registro que el tiempo ha ido dejando en mi vida y en mi obra:el modo en que el pasado, la memoria y el presente han ido amasando, entrelazando las palabras y los hechos de mi existencia.

Hugo Beccacece 
Tiempo Argentino, Buenos Aires,17 de agosto de 1983

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