Equinoccio |
Era
su primer turno. Estaba nervioso. Le había costado mucho lograr aquel
puesto. Lo aceptaron después de intensas pruebas e infinitos formularios.
Al salir de la casa notó que septiembre amenazaba el aire. En la vereda
de los plátanos confirmó la desagradable novedad: un par de estornudos
saltaron sobre él. Odiaba
los plátanos, la primavera y a su nariz. En el colectivo, pendiente del
absurdo cartelito "escalón abajo" casi se golpea por la fuerza
de tres o cuatro estornudos rápidos. Evitó distraerse durante el resto
del viaje. La caminata hasta el Instituto no fue fácil. Todos los árboles
del parque se habían desprendido del invierno. Dejó
de contar cuando superó los dieciocho estornudos. Aquello se tornaba
desagradable, igual que los remolinos de viento que demoraban sus pasos.
Al entrar, se sintió aliviado. El aire controlado del laboratorio fue benéfico
para sus fatigadas vías respiratorias. Después de controlar
minucio-samente el funcionamiento de todos los equipos, se acomodó en su
puesto. Tomó los gráficos de Estambul para iniciar su labor. -Buen
día- saludó Lorenzo, el otro pasante. Quiso
contestarle pero no pudo. Un aluvión de estornudos arrasaron con sus
palabras. Lorenzo creyó ver unas variaciones en los datos del sismógrafo
turco. No le dio importancia porque esa no era su área. Juan se alivió y
pudo saludarlo. Cada uno se enfrascó en su tarea. Un segundo ataque,
bastante fuerte, llegó durante su rastreo de Cabo Verde. Le pareció que
casi de inmediato la altura del oleaje del Atlántico alrededor del
archipiélago aumentaba dramáticamente. El tercer grupo de estornudos
interrumpió la transmisión de las imágenes del Caribe. En simultáneo
el equipo registró la formación de un huracán cerca de las costas
dominicanas. La
casualidad de los fenómenos se iba desdibujando pero se obligó a negar
las evidencias. Esa conexión era desmesurada. Cómo iba a ser posible que
esa reacción alérgica común a todas sus primaveras fuera capaz...No,
era un disparate. Sin embargo al sentir el avance del siguiente ataque
apretó con fuerza el índice derecho contra su nariz. Por qué había
empezado a estornudar allí adentro? Por
más que le daba vueltas no entendía cómo el aire del laboratorio se había
vuelto tan agresivo. Para poner un poco de orden en sus ideas fue a
servirse café. A la derecha de la mesada, la puerta abierta le dio la
respuesta. La cerró rápido, pero no pudo evitar unos estornudos leves.
Los papeles del archivo inundaron el piso. Trató de acomodarlos como
pudo. Se lavó la cara, cerró los ojos durante unos minutos y se impuso
un momento de tranquilidad. La
mañana continuó en silencio. Estaba procesando las imágenes de la
ciudad cuando advirtió que Verónica traía el almuerzo. Iba a detenerse,
pero faltaba tan poco que le dio pena abandonarlo. Verónica colocó todo
sobre la mesada. Incluso un jarroncito con algunas caléndulas que había
conseguido en los canteros. Aunque no era muy elegante, le parecía
suficiente para celebrar la primavera. Juan
concentrado en la etapa final de la carga de datos sintió la picazón en
la nariz demasiado tarde. Le fue imposible evitar la feroz agresión, ni
tan siquiera logró aminorarla un poco. La andanada de estornudos chocó
violentamente contra el monitor que en ese momento mostraba los terrenos
del instituto. Un viento atroz comenzó a envolver el laboratorio. Unas nubes cada vez más oscuras lo rodearon. Un ruido desordenado rasgaba el aire de la mañana. Los vidrios de las ventanas se desintegraron sobre los equipos. Lorenzo y Verónica buscaban en vano refugio entre los muebles que bruscamente alzaban vuelo. Juan fue arrastrado por una ráfaga que lo elevó sobre el tanque de agua del Instituto. En ese momento, todas las estaciones del proyecto comenzaron a recibir los datos del tornado que devastaba el centro de procesamiento. |
Mónica S. Ugobono
Finalista del 2do. Concurso nacional de cuento y poesía organizado por la Cámara Argentina de Publicaciones y CADDAN, 2003
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