El sábado 21 de febrero de 1948, “poco después de las 14 horas” arribaba a la Ciudad de Río Cuarto el esperado
huésped.
En compañía de su esposa, al volante de su propio automóvil, tras un viaje de ocho horas por la ruta nacional N° 8 iniciado en Capital Federal. Enseguida se trasladaron al Taller Regional del Área Material de la Fuerza Aérea Las Higueras, donde se les había preparado el alojamiento.
A la pareja Presidencial la había precedido esa mañana “un vagón repleto de ropas y juguetes” que fue distribuido entre los sectores humildes de la población. Desde hora temprana, procedente de los pueblos vecinos, había ido concentrándose una multitud ávida de ver y escuchar a los distinguidos visitantes.
Poco después de las 19 horas hizo su aparición en la Plaza Gral. San Martín el automóvil que conducía al primer magistrado y a la primera dama. Allí lo aguardaban el interventor Federal de la Provincia Gral. Aristóbulo Vargas Belmonte, sus Ministros, Funcionarios de la Comuna Local, el Obispo Diocesano Monseñor Dr Leopoldo Buteler, autoridades judiciales y militares. El Comisionado Municipal Alfredo Nolasco Ferreira pronunció las palabras de bienvenida.
Después la caravana continuó hasta la plaza General Julio Argentino Roca, aclamado a su paso por un pueblo enfervorizado, que los diarios de la época estimaron según su color político: sesenta mil personas “ La Voz de Río Cuarto” (Oficialista) y menos de la mitad “ Diario El Pueblo” de Río Cuarto. (Opositor)
Aquí el presidente y su comitiva se instalaron en un palco levantado frente a la Iglesia Catedral de Río Cuarto,
entonándose el Himno Nacional cantado “a capela” por los asistentes y el coro de la Asociación sinfónica coral. A renglón seguido ocupó el micrófono conectado con L.R.A. Radio Nacional el gremialista local Julio A Luján que agradeció la visita. Pero la expectativa de la muchedumbre recién se vio saciada cuando Evita ensayó una breve alocución y
rebasó cuando el Presidente de la Nación concluyo su discurso reseñando la obra de gobierno cuando se acallaron los aplausos, tras varios minutos, los invitados penetraron a la catedral donde oraron, saliendo de allí por una abertura que se había practicado el día anterior en la pared medianera de los fondos accediendo a un terreno baldío contiguo con salida a la calle San Martín donde los aguardaban los automóviles Oficiales.
De esta manera, aludiendo desagradables aglomeraciones provocadas por el fervor de sus simpatizantes, Perón y Evita se alejaron del escenario de los actos, regresando a la base aérea donde pernoctarían y de donde, a la mañana siguiente, la comitiva presidencial continuaría viaje a la Ciudad de Córdoba Capital , siempre en automóvil.
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