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Segua 2007 Daniela Trottier |
6:01
El despertador solar se puso a destellar suavemente iniciando un
aletargado amanecer en el vasto aposento. La oscuridad fue cediendo con
infinita sutileza ante la cálida penetración de los rayos halógenos,
que a su vez dieron el compás para la lenta eclosión de las persianas
develando las cenizas de un cielo cenizo, ambiguo, aunque decididamente
nocturno. Ella
abrió los ojos y con ellos se abrió el día. Un día de agenda. Su
levantar fue un puro salto en la cabalgadura que la esperaba al lado de la
cama. Se fue trotando al cuarto de baño la cabeza erguida, meneando ancas
y sudores, con olor a conquista. Una
fuente de cereales multigranos y harto celular más tarde, se echó sobre
los periódicos nacionales. 8:01
Oficina. Los crines rozando el escritorio de ébano, fue releyendo uno por
uno los pulcros documentos con membrete de la compañía, no vaya a ser
que se le escapara algún ínfimo detalle. Ella era la hembra de los
detalles. Incisos legales y discretas cláusulas jurídicas que
arrastraban en su torrente empleados de tiempo completo, vigilantes de
turno de noche, artistas contractuales, jardineros estacionales y hasta
los consabidos mensajeros motorizados. Huérfanos todos de infanticidio
empresarial. 12:01
Se fue al trote al almuerzo ejecutivo con el director del departamento de
artes gráficas. Menú del día: Derechos de autor. Autores sin derechos.
Artistas sin. Arti nada. Primeros relinchos, satisfechos, de ella. Quejas
elevadas como hostias en el altar, de él. Requerimientos improcedentes,
jadea ella. Deshuesamiento aprobado, concluye. Le dio un tirón a su
adormecida montura para dejar bien claro quién mandaba en esa empresa. La
bestia adolorida se encabritó. 4:01
Se fue cabalgandito hacia el centro de la ciudad rumbo a las boutiques de
ropa ecuestre. Después de husmear de tienda en tienda su cabalgar se
volvió algo errático, sus cuartos traseros estaban caídos por cansina
rapiña y lo mismo le ocurría a la inmensa anchura de su piel, cansada la
piel, simplemente cansada. Su montura había envejecido al ritmo
desenfrenado de las fusiones, litigios, quiebras anunciadas, amistades
irremediablemente rotas, vuelos con escalas abruptas por la miríada de
necias pero jugosas filiales y subfiliales cuando no oficinas ad-hoc que
infaliblemente se erguían en su trayectoria y esos cocteles con caviar de
oficio sobre los reconocibles bizcochos de mesadas industriales y
conversaciones masivas y ese regurgitar de foie
gras en horas imposibles en hoteles de cinco fulgentes estrellas tan
impersonales como su lujo planetario. Y
esas pastillas antisufrimiento, como para cortarle de raíz, digamos por
unas diez horas, cualquier atisbo de conciencia y la plañidera de animal
herido, ella solitaria entre esos bultos acorbatados, poco contacto físico,
cero sexo, un amago de deseo tal vez, que se sesga al pronunciar Ella su
nombre y Aquel al reaccionar como cualquier equino de palacio ante una
marca de prestigio. 6:01
Consejo de administración. Expansión. Racionalización.
Relocalización. El presidente del consejo le iba a dar una ardua lucha.
Pedro Piedra Pedraza. Pedro, sobre esta piedra construiré mi empresa. Una
pedrada en verdad ese Pedro. Relinchos, coces. 10:01
Reposo, noche ceniza pero
algarabía y cerebro encendido por la victoria de esta tarde. De Pedro se
hizo polvo, de piedra pólvora, de Pedraza tacón taconazo. Y la montura
al lado de la cama, quieta inquieta requieta disquieta soquieta. Para
festejar el éxito, mañana una visita al establo para retocar los pechos
tristes, la crupa en descenso, los muslos alicaídos, la panza pergamino y
ya que estamos por qué no el hocico protuberante, las mandíbulas
descuajadas, y esos labios, esos labios también. Tras
seis horas de quirófano y otras seis de borroso postoperatorio, la
montura amanece muerta. El médico de la clínica privada para caballería
de lujo se había ido, también el anastesista, y la enfermera, que
tampoco se quedó, había desactivado el monitor de las funciones vitales. Relincho posmórtem de una segua moderna que soñó para sí la ficción última: intervención total, guiada por la premura y con un dejo de sana brutalidad.
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Daniela Trottier
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