Horca de Hielo |
Este
ser que mortifica el sueño.
Este ser que me arrebata dentro. Este
ser que no me cabe extinto.
Este proscenio en zozobra y quiebra aparece
en el terror que me mira.
Asedia la mañana en cascarón del cielo como
exhausto presente. Como atardecidas muertes. Recurrentes
ráfagas de tisis acromia
el iris
loando sílices corpóreos entre rieles femorales. Me
revientan en decesos;
la luz un cuchillo sin ceniza que al signo que respira lo
atenaza. ¿Quién
lluvia el circular que inspira
esas aparejadas leguas en secreto cambio? Alabadas
obscuridades de estos sucesos cruentos;
escuetas
volutas de involución incineran en griterío mi
muda apertura a la nada. sus
efigies velocistas, raudas, licuan los días y
aprisionan en cautiverio noches ilimitadas; vuelan
carcajadas sin alas ni violeta viento, ciñen
entrecruzados garfios de dádivas metálicas; el
trote de metálicos veleros inunda la ciudad de bárbaros destellos. Este
ser que antes de mí fuera un vocablo de ensueño, este
cautivo en mi ruin despertar será un amor interfecto, esta
horadada estación me transpira con hálitos que ansiedad clama, este
sinfín de minúsculas voces en que adviene la eternidad hiriente. Sesgo
las plantas de noveles caminos y
obnubilado y veloz me detengo enfangadas
aguas de inmóviles profanos; en
su risa enrojece el crisol de infames aventuranzas, en
su espalda amanece el puñal de deleznables cofradías. ¿Dónde
estoy? ¿dónde? Oteros lívidos. Y
¿por qué el respirar presiente ahogo? Dirijo
mi señal a rumbo infecto, hoja de puñal escueto mas,
la serpiente destrozada, extinto símbolo, el
tráfago de bocanadas hediondas y fieles que avaliza endechas, la
muchedumbre arremetida en su propio río ¡fluido pestilente! Mi
mano se entrevera en las señales, y
huyo con creciente espanto por
las fauces de este tronar que pinta en mi sangre plomo gris
de creciente industria, estando muerto el porvenir, reviente. Esta
promesa de ser está ido, ir y
venir: estación y olvido no
norte no hay sur que muestre fanal, el
tibio amanecer un suicidio adolescente vendaval
de cálidas vestales anuncian ¡ya! vaginas al dolor. Se
yerguen ante mí, invisibles profecías inescuchables
sinfonías arremeten
perdición atándome
al confín de incalculables distancias. Enhiesto
mi frenesí es hombro caído. ¡Oh
ayes! ¡Oh vacío patrimonio! La
miel efervescente se acoqueta al frío. Los
ánimos como vientre colado al tapiz se acuestan. Tonos
de alambre incineran las insignias neuronales. Octubre
puede ser el mes en que la horca sombría desmenuce elevados silencios, sobre anegados gritos. |
Ricardo Torres Gavela
27 de abril del año 2004
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