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Las mujeres en el proceso de la lucha por la libertad.
 
 

Fermina Lucumí.
Heroína y mártir de las rebeliones de esclavos en Matanzas.
Por Josefina Toledo
[1]
jtoledo@cubarte.cult.cu  

 
 

En Cuba, como en los vastos territorios encontrados por Cristóbal Colón en este lado del mundo, la oprobiosa trata negrera posibilitó la introducción de hombres y mujeres arrancados de su suelo natal africano, y sometidos a la emigración forzosa, en condiciones de esclavitud. Los muy frecuentes arribos a las costas cubanas  de estos grupos significaron para ellos el trabajo en condiciones de sobrexplotación despiadada por parte de los amos que los adquirían casi recién llegados. Les había sido arrebatado el don más precioso que tiene el ser humano: la libertad. El pensamiento esclavista de la época les cuestionaba, incluso, la capacidad de raciocinio. Suponían que eran simples “piezas” incapaces de pensar y que, en consecuencia, no estaban conscientes de su triste condición. Pero “sin libertad, como sin aire propio y esencial, nada vive”[2], y fueron muchos los que se rebelaron y huyeron a los montes colindantes

para alcanzar una siempre precaria libertad en los palenques de cimarrones.

La añoranza por la arrebatada libertad y los castigos corporales y morales que recorrían la gama del látigo de los mayorales, los cepos, las celdas, fueron la atmósfera natural para las

muy frecuentes sublevaciones de esclavos, y el  surgimiento de líderes de uno y otro sexo, dispuestos a luchar para recuperar su libertad. De ellos, el precursor y más destacado conspirador es el negro libre habanero e ilustrado, carpintero ebanista, José Antonio Aponte, quien logra estructurar una conspiración que se extiende a otras provincias, y  que tiene entre sus objetivos la abolición de la esclavitud, la supresión de la trata negrera y el derrocamiento del poder colonial español en Cuba. Descubierta la conspiración, Aponte y algunos de sus compañeros son condenados a muerte, sin juicio previo, y ahorcados el 9 de abril de 1812. Este año de su bicentenario se le ha rendido justo tributo de recordación[3], que es también un  necesario ejercicio de justicia histórica con una figura que los intereses oligárquicos demonizaron para sembrar el miedo, la división y neutralizar su ejemplo[4].

 

En la Conspiración de Aponte algunas mujeres tuvieron un desempeño importante en otras provincias,  según la imprescindible investigación de José Luciano Franco[5]. En Bayamo se recogen los nombres de Caridad Hechavarría, Dolores Figueredo y Juana Villegas. Abortada la insurrección, los conspiradores son ahorcados y las mujeres fueron azotadas públicamente; algunas murieron durante la ejecución de la cruel sentencia.  En Remedios se recogen los nombres de María Merced Llanos y María del Buen Viaje Orihuela.   Ellas fueron acusadas de aprovechar las tradicionales fiestas de La Candelaria, el 2 de febrero, y las fiestas de san Blas y san Blas Chiquito, el 3 y el 4 del mismo mes, respectivamente, para ganar adeptos entre posibles conspiradores, en aquel año 1812. Estas mujeres se expresaban en sus lenguas nativas africanas. Fueron detectadas y algunas de ellas, al igual que en Bayamo, fueron públicamente azotadas hasta la muerte.

Los ahorcamientos, los azotes y la brutal represión que desencadenó el sistema colonial en Cuba no fueron capaces de sofocar las ansias de libertad de los esclavos. La necesidad de abolir la esclavitud y la trata negrera se identificaba, entre los líderes más lúcidos, con la necesidad de independizar a Cuba de la dominación colonial española. Treinta y un años

 después de la Conspiración de Aponte, en noviembre de 1843, se produce lo que José Luciano Franco[6] ha calificado como la rebelión de esclavos más sobresaliente y de mayor masividad ocurrida en Cuba colonial. Tuvo por escenario el ingenio Triunvirato en la provincia de Matanzas, y entre sus líderes están Fermina Lucumí y su compañera Carlota. Para valorar la masividad de las sublevaciones de esclavos en 1843, debe tenerse presente que en Matanzas, a mediados del siglo XIX, había más de 100 000 esclavos, según señala José Luciano Franco, quien estima que en esa década del siglo XIX el 46, 8 % de la población era esclava, y la trata negrera sostenía la tendencia a seguir aumentando la proporción de presencia negra en la población de esa provincia, y de toda la Cuba colonial. La oligarquía se siente amenazada por la proporción y ordena a sus mayorales mantener a raya a sus esclavos, sobreexplotados en el trabajo, e inmisericordemente maltratados ante cualquier supuesta “falta”. Se produce entonces la lógica relación inversamente proporcional: Aumenta el miedo al negro, aumentan los castigos y, como respuesta, aumenta en los esclavos el ansia de liberarse.

El primer alzamiento de esclavos se produce en Cárdenas, en mayo de 1843, en el ingenio “Alcancía”. La rebelión fue secundada por los trabajadores del Ferrocarril de Cárdenas, de cuyo capataz, el irlandés, Daniel Goulding, sospecharon las autoridades que no era ajeno al movimiento rebelde, extendido a las dotaciones de esclavos de varios ingenios de los alrededores. También en mayo de 1843 los esclavos de los ingenios Santa Rosa y La Majagua, propiedad del muy acaudalado Domingo Aldama, se sublevaron e incendiaron los almacenes y algunos bohíos. Ambos grupos de rebeldes sumaban alrededor de 300 hombres y mujeres armados de machetes, que inicialmente arrollaron a quienes intentaron interponerse a su paso, y se dirigieron a los barracones vecinos, convocados por sus tambores. Los rebeldes llegaron a los ingenios “La Trinidad”, “Lucía”, “Las Nieves”, “La Aurora”, cuyas dotaciones, mayoritariamente, se les incorporaron. Entre los líderes de estos masivos levantamientos aparecen figuras ya míticas como Fermina Lucumí, su compañera  Carlota, y Eduardo, el tamborero que con la percusión ancestral de los cueros, había llamado a sus compañeros esclavos a pelear para recuperar la libertad. La rebelión parecía imparable por su propia masividad. Como era previsible, los encargados por la metrópoli española de mantener el orden del régimen esclavista se coaligaron contra los rebeldes. Fueron perseguidos por las fuerzas de milicias al mando del capitán pedáneo y todos los mayorales de los ingenios involucrados. Enfrentados a fuerzas con superior armamento y experiencia militar, los rebeldes fueron sometidos después de presentar una heroica resistencia.   Muchos murieron luchando por su libertad, como Carlota[7], devenida símbolo y acicate para sus compañeros. Muchos

 esclavos lograron internarse en zonas poco accesibles para las fuerzas coloniales y engrosaron los palenques de hombres y mujeres libres. Los que fueron capturados vivos fueron salvajemente golpeados, como escarmiento ante posibles nuevos intentos. Fermina Lucumí, acaso cubriendo heroicamente la retirada al monte de muchos de sus compañeros, es capturada viva, ferozmente torturada por los latigazos y encerrada en una mazmorra con ambos pies metidos en el cepo, remachado por cadenas. Viva y rebelde esperó una segunda oportunidad de ser libre o morir en el intento.

El 15 de noviembre de 1843, convocados por el toque misterioso de los tambores,  se levantaron los esclavos del ingenio Triunvirato en Matanzas, y arrastraron tras sí a un muy nutrido grupo de esclavos de los ingenios de los alrededores, decididos a luchar por su libertad y contra el trato inhumano al que eran sometidos. Volvieron a enarbolar el machete los irredentos del ingenio Ácana y se lanzaron contra el grupo del mayoral y del administrador y sus seguidores que trataron de cerrarles el paso. Incendiaron la casa de vivienda y parte del ingenio. Se apoderaron de algunas pistolas y escopetas que abandonaron en su huida los representantes del poder, y buscaron a Fermina, todavía con las huellas de los latigazos y los grilletes en los tobillos, desde la anterior rebelión. De nuevo junto a Eduardo y otros líderes les dijo a sus compañeros la necesidad de eliminar al mayoral “ese que pone los grillos” que la había torturado durante tanto tiempo desde la insurrección anterior. Se dice que el aludido, apresado por los rebeldes, trató de defenderse, trató de golpear a Fermina con sus puños, cuando ya había sido despojado de su pistola y, ante la vacilación de sus compañeros, la propia Fermina lo degolló de un solo impulso, tal y como abatía los plantones de caña en el campo. “Válida es la nostalgia que hace poderosa / la mano de una mujer / hasta decapitar a su enemigo”[8]

Al igual que en la gran rebelión anterior, los sublevados tienen éxitos iniciales determinados por la masividad del movimiento y porque entonces disponían de algunas armas de fuego abandonadas por sus enemigos. Desde La Habana, el gobernador colonial envía regimientos completos hacia Matanzas para combatir a los esclavos que luchan por su libertad. En el desigual enfrentamiento los rebeldes son cercados durante varios días en el ingenio san Rafael. Cuando las fuerzas colonialistas deciden asaltarlos se produjeron feroces combates. Centenares de esclavos cayeron combatiendo, y muchos otros fueron asesinados. Incluso aquellos esclavos que habían permanecido en los barracones fueron sacados y asesinados. Un grupo numeroso de los rebeldes del Triunvirato logra escapar a la masacre y se refugia en los cayos de la Ciénaga de Zapata, en el lugar conocido después como El Gran Palenque de las Cuevas. Al parecer, Fermina Lucumí atrae y mantiene sobre sí la furia y la atención de los perseguidores para facilitar que muchos de sus compañeros pudieran burlar el cerco y llegar a las inmediaciones de la Ciénaga de Zapata. La heroica y valiente mujer fue fusilada junto a su grupo de resistencia: los esclavos Cristóbal, Zoilo, Cirilo y Adán, todos lucumíes, y Manuel, Nicolás y Narciso, de etnia gangá. Todos fueron fusilados en marzo de 1844, según la autorizada opinión de José Luciano Franco. En el lugar del sacrificio, nuestra Revolución ha levantado la escultura que perpetúa su memoria y el moderno centro escolar que ostenta su nombre.

Notas:

[1] Dra en Ciencias Históricas. Investigadora y Profesora Titular de la Filial 4 de la Universidad de La Habana.

[2] José Martí: “Libertad, ala de la industria”, La América, Nueva York, septiembre de 1883, O.C., Editora Nacional de Cuba,  1963 – 1973,  t.9, p. 451.

[3] Silvio Castro: “José Antonio Aponte y Ulabarra, precursor”, Granma, 17 de marzo,  p. 3;  María del Carmen Barcia: “José Antonio Aponte, ícono de la subalternidad”, Trabajadores, 9 de abril, p. 4;  Eduardo Torres-Cuevas: “Un conspirador de ébano en tiempos de tormentas”, Granma, 9 de abril.

[4] Otro  elemento de justicia histórica, acaso sería investigar cuándo y quiénes colocan la única tarja dedicada a Aponte en la también única calle que lleva su nombre en La Habana, situada  en calle Aponte casí esquina a Máximo Gómez (Monte),  espacio hoy en reconstrucción por el deterioro de los años. J.T.

[5] José Luciano Franco: Las conspiraciones de 1810 y 1812. Ed. Ciencias Sociales, La Habana, 1977.

[6] José Luciano Franco: La gesta heroica del Triunvirato. Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1978.

[7] Como homenaje a Carlota, la esclava rebelde que muere con el machete en la mano, combatiendo por su libertad y la de sus compañeros, Cuba denominó “Operación Carlota” a la ayuda militar internacionalista en África, a solicitud del gobierno africano local, para ayudar a combatir el apartheid. J.T.

[8] Versos del poema “Fermina Lucumí” de la destacada poetisa Georgina Herrera (Matanzas, 1936), Poemas. Ediciones El Puente, La Habana, 1962.

 

Josefina Toledo Benedit
jtoledo@cubarte.cult.cu  
Ponencia en el X Encuentro de Escritoras - (Panamá)
Año 2012

 

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