Cruzar la calle ir hasta allí ya me
producía una emoción desbordante, por dentro pero desbordante. Algo de
esas horas mudas me hizo descubrirlos, tal vez esas nubes gordas tan
cercanas a mi garganta llena de angustia de lunesl el celeste seguía de
largo; el asfalto recién inaugurado en las poquitas cuadras me
desafiaba: - a ver ...¿ahora, qué se te va a ocurrir?
No podía ir al kiosco flamante de casi la esquina de la otra cuadra sin
una monedita; quería saber quienes eran los recién llegados al barrio,
pero también sabía que a un kiosco se va a comprar.
Irrumpí tirada por el viento a mi habitación que de día se convertía en
taller de costura, mis padres fabricaban cambiadores de bebes, sí de
esos que se usan para cambiar a los bebes sus pañales, se hacían con
plástico y gomaespuma, su olor intenso dopaba mi ímpetu; pero tenía
tantas ganas de conocerlos que le pedí a mi mamá una moneda; apenas
levanto su vista ante mi presencia. El ruido de la máquina de coser no
le permitió escucharme, me dirigí al monedero tan triste como gris, esto
sí lo entendió:
-solo una moneda Marian, tengo que ir a comprar en un rato los fideos.
Me aleje, pero su voz me provocó:
-decile a Virginia que después paso- entonces los presente:
-no mami, no voy al kiosco de Doña Virginia, pusieron otro en la otra
cuadra
-¿y tan rápido te pasas de cuadra, vos?
-Son nuevos hay que ayudarlos.-Esto la convenció y fui galopando
corazonadas al encuentro. Yo nunca crucé bien las calles, y menos en
1969 con 8 años; por suerte a esa hora no pasaban muchos coches, solo el
calor parecía derretirse en el asfalto flamante, algunas margaritas se
sostenían aún del cordón de la vereda, y las vaquitas de san antonio me
inspiraban aún mas, no sé bien qué, pero aún mas. entre vecinos que
limpiaban sus autos mientras hablaban de las ventajas del fiat 600, el
peugeot 400 brillaba; la radio murmuraba.
Llegué ante el kiosco de mis emociones, casi un local vacío, rectángulo
opaco que me invitaba a no comprar, muy poquitas cosas dejaban verse en
un pequeño estante; golpeé el vidrio de la ventanita para que me
atendieran. Unos pasos lentos, castaños, venían de una puerta lejana de
atrás, su vestido amplio como su sonrisa me saludo, supe que estaba
embarazada y me susurro:
-Hola- era el momento de pedirle algo y yo solo con una monedita.
-Un chicle- fue mi bienvenida y mi pedido. Volvió a sonreir. Le pagué
como correspondía y sentí que esa mujer sabía por qué estaba yo allí, en
ese aparente kiosco. Fue una mañana trajinada hacia el nuevo kiosco,
pues cada vez que podía les iba a comprar un chicle; tanta insistencia
provocó la curiosidad de mi mamá que se escurrío . Al volver de comprar
los mostacholes pasamos por el kiosco nuevo; estaba casi exhausta: ahora
sí que sería una presentación seria: ya que estaba con mamá. No recuerdo
con que otra excusa fuimos, no compró un chicle pero tampoco algo mas
caro que eso, la kiosquera la escucho en su estado lúcido y brillante:
-Estuvo mi hija toda la mañana pidiéndome moneditas para comprarles
algo, dice que como son nuevos hay que ayudarlos.- Me sonrojé, subí mi
mirada desde sus panza hasta sus ojos y tranquila comprendí que el
comentario de mi madre me unió aún mas con los nuevos.
De atrás, de la puerta de atrás, se acerco un hombre supongo que también
curioso de tanta charla, tenía la frente despejada de los inteligentes,
pelo largo, parecía menos cauto que su mujer, o tal vez tenía mas ganas
de hablar, y nos contó que era peluquero. Profesión que despertó sumo
interés en mi mamá e inmediatamente le pregunto, mientras apoyaba en la
pared la bolsa de las compras:
-dónde tenían la peluquería, de dónde vienen?
-En la Avenida Santa Fe- por la cara de mi mamá comprendí que era una
calle con mucho tiempo de asfaltada.
-Ah! en esos barrios se debe trabajar bien!- el silencio mío y la
sonrisa de la recién llegada,en tanto se acariciaba la panza, nos
contuvo un largo rato.
En la siesta mientras jugaba con las hormigas que le escapaban al agua
que nos tirábamos con los chicos de la cuadra para derribar el calor,
una idea no se me iba del cuerpo, cada vez que lanzaba el balde azul mi
mente recordaba:- no crea en esos barrios no se trabaja tan bien, están
llenos de sinvergüenzas, viven de la apariencia- El rostro del nuevo
peluquero del barrio diciendo esto, me señalaba de manera nítida y
patente el sentimiento herido, el resentimiento parido. La ruda macho se
movía, esto para mí era terrible. La lucidez de sus frentes me
alumbraba.
De origen árabe nuestros pelos no estaban al tono de la época, se usaba
lacio, hasta las que tenían el pelo lacio se hacían la toca, entonces un
rulero enorme invadía el centro de la cabeza y el pelo que no quedaba
entre sus dimensiones empezaba hacer tironeado dando vueltas a lo que
quedaba del cráneo, así había que secarlo y luego se lucía como todas e
incluso todos. A mí con menos de 10 años no me interesaba mucho está
cuestión , para peinarme había que correrme y no me convecían tampoco
las amenazas: - si seguís sin peinarte hasta nidos de rata se te van a
formar.- Pero para a mi hermana mayor era un tema que la enfermaba y nos
enfermaba; así que de alguna manera todos queríamos saber: ¿cómo hacer
de un pelo casi mota una vida casi lacia?
En otra cotideana compra de chicles, el nuevo kiosquero ante la
preocupación de mi mamá por el pelo crespo de mi hermana ofreció la
solución: - para ese pelo no hay que hacer de entrada la toca, hay que
poner ruleros en toda la cabeza como primer paso y luego recién después
del secado se hace la toca. Traéme a tu hija esta tarde y le pongo los
ruleros.- No sé como fue pero esa tarde también yo visite la parte de
atrás del kiosco, la peluquería. Estaba muy contenta, tan contenta que
le dije a mi mamá que de grande iba a ser peluquera, mientras con las
manos mojadas peinaba mi insuflada cabellera.
Fuimos para allí después de los mates con cascara de naranja que tomamos
con mi papá, lo veía también esperanzado con respecto a la cabellera de
mi hermana, mientras hablaba reparé un instante en el pelo de mi papá,
inmóvil, achatado sobre su cuero cabelludo, el no podía hacerse la toca,
_usa la gomina _ pensé.
Mi hermana no muy convencida se preparaba, no creía en los nuevos, no
creía que ellos supiesen los secretos para su mal de pelo. En cambio yo
creía, pero hubiese preferido que no me tocaran la cabeza, me molestaba
solo pensar que me peinarían, pero para saber mas estaba dispuesta a
dejar que me hicieran algo a mí ondulante cabellera.
Al fin cruzamos, mi hermana adelante como siempre, mi mamá me tomo de la
mano, la hice apurar el paso.
Nos estaban esperando, abrieron la puerta del kiosco y por fin traspase
con mil ojos el local casi vacío como siempre, atrás quedaban ahora los
chicles. La puerta que sembraba luz desde el fondo, ya estaba muy
cercana, los mire antes de traspasarla:- pasen, pasen- invito ella, como
siempre con sus manos en la panza. Era un cuartito muy pequeño, a la
derecha tres secadores color crema contra la pared comunicaban que
estábamos ya en la peluquería. Hacia la izquierda se sentó mi hermana
cerca de una pileta para lavar cabezas antes de toda operación; allí fue
que mi mamá se despidió hasta dentro de hora y media pero tuvo que decir
algo que me demostró una vez lo literal de mi infancia:-Mariam está muy
contenta con ustedes, dice que de grande va a ser peluquera-Ahora yo
tendría que dar explicaciones.
Ya debajo de uno de los secadores pude mirar sin que se notara tanto mi
curiosidad. Observé una escalera caracol y no mucho mas...; si vivían
ahí además de atender el kiosco y la peluquería, ¿ellos dónde
dormirían?; pensaba esto mientras me peinaban para una fiesta que nunca
existió. Cajas de cartón de gran volumen mantenían restos de mudanza,
algunas telas con algo de rojo y negro destacaban una “J” que me llamaba
a nombrarla ¿cuándo terminarían de acomodar todas sus cosas? , una “P”
inmensa la acompañaba.
Sentía una unión muy especial, sé que el peluquero también me sentía muy
cercana, lo note en el tono de piel de su cara cuando asomado al marco
de la puerta me preguntó:
- Mariam es cierto que de grande querés ser peluquera-Un cosquilleo se
apodero de mi panza y llegó a mi cara cuando le dije:
No sé, -conteste fiándome en su mirada. –Puede ser; quiero ser...
-Agregue con una seguridad nacida de la emoción que se siente cuando se
comunican los chicos no tan chicos con los jóvenes muy jóvenes.
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