Después de más de una década de leer con atención la narrativa de Haruki
Murakami (Kioto, 1949), en esta novela me encuentro con muchos de sus temas más
conocidos y desarrollados a lo largo de su trayectoria literaria, tal como él
mismo lo indica en su epílogo, quizá porque se trata de la reescritura de un
texto que empezó hace 40 años y retomó durante la pandemia de covid-19.
Posiblemente lo más reconocible para el público lector asiduo del autor sea el
protagonista de esta novela: un hombre solitario, encerrado en sí mismo y de
mediana edad que trabaja en una industria creativa, esta vez en una agencia
literaria. Aunque habitamos su subjetividad por más de quinientas páginas, nunca
llegamos a saber su nombre. Su vida monótona transcurre sin grandes sobresaltos
hasta que, sin saber cómo, se interna en un mundo imaginario que creó su primer
y único amor de juventud.
El personaje femenino también puede resultar familiar para quien conoce la obra
del autor. Lo interpreto como una expresión del eterno femenino murakamiano: una
joven con quien el protagonista tiene una profunda conexión emocional e
intelectual, y además siente una gran atracción física que es correspondida. Con
esta joven él vive un amor perfecto que dura poco, porque ella desaparece
inesperadamente y sin dejar rastro. Esta chica, como muchos otros personajes
femeninos de Murakami, resulta ser insustituible, insuperable y por algún motivo
u otro inalcanzable e irrecuperable. Al leer la novela, me pregunto si este
personaje, que aparece una y otra vez con algunas variaciones en su obra, tiene
un referente de carne y hueso en la vida de Murakami o si es producto de la
imaginación.
Al tratar el tema del amor perdido, la novela supone el regreso a uno de los
mitos de creación más socorridos por Murakami, el de la pareja de dioses
japoneses Izanami e Izanagi, cuya historia guarda un gran parecido a la de Orfeo
y Eurídice, y donde la deidad femenina muere y la masculina viaja a la tierra de
los muertos para buscarla, pero ya no puede recuperarla porque ella ha comido
del horno del inframundo.
En esta obra, si bien no hay un inframundo como tal, hay un “otro mundo” que
toma la forma de una ciudad amurallada donde el protagonista se desempeña como
lector de sueños junto a su amada, quien lo asiste cada noche. En este contexto
ella no lo reconoce, pues en el pasado ella aseguró que su verdadero yo
vivía en aquella ciudad, mientras que la joven con la que él convivía en el día
a día no era más que una sombra que desaparecería tarde o temprano con todo y
sus vivencias y recuerdos. Este es un aspecto importante de la novela, pues para
entrar a la ciudad amurallada es necesario abandonar la propia sombra, la cual
va debilitándose con el tiempo hasta morir y es un componente importante de la
subjetividad de los personajes.
La muralla que rodea la ciudad parece estar viva y ser móvil, por lo que es
imposible trazar mapas. Adentro, no existen las sombras ni el tiempo ni la
música, y el protagonista no la extraña. Todo parece viejo y abandonado, y hay
muy pocos animales, algunas aves y muchos unicornios que a menudo mueren de
frío. Se puede entrar, pero es muy difícil salir, y pese a que es un mundo casi
desprovisto de emociones, el protagonista en ningún momento se siente solo. Por
su parte, la joven de la ciudad amurallada no tiene sueños ni llora; es más,
casi siempre parece distante y poco emotiva.
Sin embargo, este mundo no escapa de la tensión dramática: la sombra del
protagonista quiere regresar al mundo “real”, pero termina emprendiendo el
camino de regreso sola porque su otra parte quiere permanecer allí junto a la
joven bibliotecaria.
Una vez afuera, y tras desempeñar su trabajo con eficiencia durante un tiempo,
el protagonista, o más bien su sombra, abandona su empleo en la agencia
literaria de Tokio para buscar un trabajo en alguna biblioteca que no requiera
un profesional en el ramo. Curiosamente, y como por arte de magia, el
protagonista encuentra lo que busca en una apartada y pequeñísima población
rural de la prefectura de Fukushima. Un lugar de Japón tristemente célebre por
el triple desastre que lo asoló en 2011, y que poco a poco revive dentro y fuera
de la literatura japonesa.
Esta biblioteca y el pueblo donde se encuentra, como es de esperarse, son
espacios liminales que tienen una profunda conexión con la ciudad amurallada, a
través de ciertos objetos compartidos y por el clima gélido, que en otras obras
de Murakami se relaciona con lo sobrenatural. En este lugar, el protagonista se
encuentra con Koyasu, el fundador y exdirector de la biblioteca, un hombre
espectral de voz tersa y atuendo excéntrico, con un pasado trágico y marcado por
el dolor de la pérdida, quien provisionalmente se convertirá en amigo del
protagonista y lo vinculará con el otro mundo.
En esa misma biblioteca, el protagonista también conoce a un joven que tiene la
capacidad de leer casi sin parar y a gran velocidad, así como la habilidad de
acumular cualquier cantidad de información, y de calcular el día de la semana en
que ha nacido una persona. Tiene una rutina de lectura extenuante y bien
establecida que solo interrumpe a causa del agotamiento.
Este joven es muy tímido y solitario. Se refugia en la biblioteca tras haber
fracasado en la escuela y por ser muy poco funcional respecto a las demás
personas comunes y corrientes. Un día, por accidente, escucha al protagonista
hablar de la ciudad amurallada, elabora un mapa casi perfecto que comparte con
él, así como su deseo de dejarlo todo para marcharse al “otro mundo”. Este joven
afirma poder leer sueños antiguos y pretende hacerlo por siempre, porque en este
mundo nada lo retiene. Sin embargo, nadie puede guiarlo hacia esa ciudad y solo
puede llegar por sí mismo para sustituir al protagonista en su labor.
De manera simultánea, el personaje principal empieza a interesarse por una mujer
divorciada. Ella es dueña de la cafetería que se encuentra en una estación que
él frecuenta. Puesto que el protagonista es una sombra y vive distanciado de sus
emociones, al principio no identifica si ella le gusta o si le interesa por
algún otro motivo, si esa relación podría ser importante en su vida, más allá de
mitigar por unas horas su soledad y su existencia sin propósito definido.
A medida que se conocen, resulta ser que a esta mujer anónima le desagrada el
sexo, por lo que la relación nunca habrá de consumarse sin importar lo mucho que
él espere. No obstante, el protagonista parece gozar de la compañía del
personaje, con ella platica y reflexiona sobre la soledad que lo atenaza: “Uno
siempre anhela la compañía de alguien. Lo que varía es el modo de anhelarla”.
Quizás a causa de este nuevo afecto y de haber encontrado a su sustituto en la
ciudad amurallada, llega el momento de que el verdadero yo del
protagonista regrese a su vida y a su sombra, porque al parecer su corazón desea
y advierte la necesidad de escapar. Así las cosas, al protagonista no le queda
más remedio que despedirse de su primer amor con un “hasta siempre”. La joven
bibliotecaria apenas se turba, parece envejecer por unos segundos, y él entiende
que ella desaparecerá en cuanto él salga de aquel mundo hecho a su medida, pues
en adelante se adaptará a la subjetividad del joven que habrá de sustituirlo.
Entre líneas, él parece aceptar que no tiene sentido alguno seguir esperando a
alguien que no existe más que en sus recuerdos. Se marcha para seguir viviendo y
sintiendo cariño hacia una mujer del mundo real con todo y las limitaciones que
la relación entraña.
Me gustaría concluir esta reseña con la reflexión de que Murakami, en su más
reciente novela, nos habla de uno de sus temas más recurrentes: una herida en la
memoria que marca al protagonista y lo impulsa a emprender un viaje emocional
que no resuelve su anhelo ni el vacío que le provoca, o al menos no del todo.
Sin embargo, en esta ocasión, el personaje interrumpe la espera de manera
definitiva, con lo que reafirma la vida misma y los afectos como el antídoto
para mitigar el dolor y, tal vez, sanar.
La
autora de la reseña:
Alejandra
Tapia (Ciudad de México, 1982). Licenciada en Letras Modernas
Inglesas por la UNAM y maestra en Estudios de Asia y África, con especialidad en
Japón, por El Colegio de México. Editora en el CIEG-UNAM. Actualmente, es
coordinadora académica de la Cátedra Extraordinaria Fátima Mernissi de la UNAM
(2023-2025). Como traductora literaria, su trabajo más reciente es la novela Seis
días en Roma, de Francesca Giacco (Espasa, México, 2023). |