Otros Tiempos |
Al cumplirse dos años del primer número de la revista del CECAO no puedo menos que observar con gran satisfacción el crecimiento de este proyecto de difusión cultural que sabemos se hace muy cuesta arriba en un país como el nuestro, con grandes dificultades. Sostener los sueños con perseverancia, aun frente a todos los escollos que aparecen en el camino, es una manera de creer en un mañana mejor. Felicitaciones. A propósito de aniversarios suelen surgir inevitables reflexiones sobre el tiempo transcurrido. Recuerdo que nuestro profesor de Filosofía Antigua nos preguntó en la primera clase, sin ningún tipo de anestesia: "¿qué es el tiempo?" Nos quedamos todos como si nos hubieran pegado un cross a la mandíbula. El sabía muy bien que nos tenía que movilizar las neuronas si pretendíamos comenzar a entender, por lo menos algo, a Platón o Aristóteles. Abordar el concepto de tiempo no es solamente tarea de físicos, matemáticos o historiadores. La vida misma está impregnada por la dimensión temporal y a la vuelta de cualquier esquina nos podemos tropezar con alguien que con unas pocas palabras y sentido común, nos ubique frente a la puerta misma que lleva a una interpretación ciertamente entendible sobre el significado del tiempo y, más todavía, que nos ayude a vislumbrar un poco el sentido de la vida. Hace exactamente 20 años tuve que viajar a Córdoba Capital para asistir a un Congreso y en una de las visitas al centro de la ciudad, en un encuentro con un comerciante japonés, tuve la posibilidad de cambiar opiniones sobre China, Japón y nuestro país. Llegamos a un punto en el cual surgió una enriquecedora disquisición sobre la idiosincrasia de cada pueblo y la relación del ser humano con ...el tiempo. Este hombre sumamente agradable me iluminó con un antiguo adagio oriental: un sabio anciano regaba día tras día un retoño y sistemáticamente unos jóvenes se mofaban espetándole, maliciosamente, que era vana su acción, le insistían insultándolo una y otra vez: "¡Viejo imbécil, no verás jamás el retoño convertido en frondoso árbol!". El honorable geronte proféticamente les respondió: "¡Es verdad, tal vez no viva para ver el árbol crecido, pero qué hermosa sombra les dará un día a mis nietos!". Aquella conversación casual me dejaría una gran enseñanza. Pensar y vivir en términos compatibles con la honradez, la integridad o la justicia es dejarle a nuestra descendencia, a las nuevas generaciones, un humilde pero firme legado, es una buena dirección hacia donde dirigir nuestros desvelos. La historia muestra que cada presente tiene una gran complejidad y se le asigna al mismo una carga negativa por su ligazón a las manifestaciones de pobreza, desidia, impunidad o injusticia. Así ocurre con nuestra actualidad. Por ejemplo, recientemente, se cerró un ciclo inexplicable: a diez años del atentado a la AMIA no hay culpables entre rejas, como si nadie hubiera sido responsable de aquellas muertes. Están en auge los secuestros, el reparto de planes Jefes y Jefas de Familia, los piquetes, etc., etc., y ni que hablar de la problemática internacional; como otras tantas cosas son parte de nuestra realidad. ¿Podremos comenzar a marchar hacia un mañana distinto? Aldous Huxley dijo que "Quizá la más grande lección de la historia es que nadie aprendió de las lecciones de la historia", prefiero pensar que - no obstante las críticas que siempre le hará el hombre al presente que vive - hay otro mundo posible. El futuro puede sentirse como una inmensidad en penumbras, porque la fuerza del tiempo nos arroja el porvenir como incertidumbre pero, según se mire, puede ser también esperanza. Por lo menos yo me quedo con esta última idea y con la imagen del futuro como un faro que destella en la oscuridad. |
Carlos
Szwarcer
Publicado en: Revista del CECAO. Año II. Nº 24. Octubre de 2004. Córdoba. Argentina
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