Del patio al Universo |
El
sopor de algunas tardes me hacía devanar los sesos pensando en qué podía
gastar mi tiempo ocioso. Solía encontrar ocupaciones bastante útiles al
vecindario. Por ejemplo, cortaba un pedazo de elástico, al que blandía
como instrumento letal, que me convertía en un justiciero cazador de
molestas moscas. Silente me acercaba a ellas destrozándolas con morboso
placer infantil contra las paredes, las macetas, el mármol de la mesada y
el piletón de Doña Dora. Cruzaba
ese patio y luego el zaguán que me llevaba directo a la calle, donde
comenzaba el ritual de los juegos con mis amigos de aventuras: Jaime, José,
Enrique, Simón, el flaco Toriani, Beto, “el Rulo”, Dumi, Salo,
“Pichón” y tantos otros. Parecíamos un grupo de energúmenos poseídos
detrás de una rotosa pelota, jugando a nuestro deporte favorito: el fútbol.
Las figuritas, las bolitas, el balero, las escondidas, los primeros
equilibrios con la bicicleta y numerosos entretenimientos formaron parte
de una época en la que la diversión era más simple y las voces del
barrio también eran distintas, universales. Tiempos en que casi todos
nuestros padres eran argentinos, pero la mayoría de nuestros abuelos habían
llegado de todos los lugares. Por eso, cuando nos llamaban los vecinos,
escuchábamos: nene, pibe,
íngale, ragazzo, chaval, manzebiko… (1) Algunos
días, a la hora del crepúsculo, me sorprendían preguntas profundas,
entonces dejaba mi rol de niño juguetón, travieso, asesino de incautos
insectos. Eran los años de “la
guerra fría”, en los que se hablaba de “espías”,
de “Vietnam”, de un Muro levantado en Berlín y
de “la carrera del espacio”.
Dibujaba naves espaciales de todo tipo en mi cuaderno borrador de hojas
cuadriculadas, y en aquellos atardeceres rutilantes miraba absorto el
cielo y el centelleo de las estrellas; filosofaba
con Don León, mi vecino esmirlí (2), en el "gran
patio" común del inquilinato (3),
discurríamos sobre la belleza
de la esfera celeste, especulábamos con la posible existencia de "marcianos"
que, tal vez, habitaran en un Universo
tan vasto. Un
chico inquieto jugando a veces, inconscientemente, con la vida de pequeños
seres de la naturaleza, abierto al asombro o escrutando las alturas, era
el preludio de mi desvelo por lo desconocido, la inclinación hacia la
indagación, las preguntas sobre la vida y la muerte, el interés por
comprender el complejo y contradictorio presente, tan perpetuo como efímero,
mi obsesión por el pasado, y la incertidumbre sobre un futuro que, por
aquellos días, me parecía tan enorme y lejano. Notas:
1)
Niño,
joven: en castellano, idish (habla de los judíos ashkenazíes, italiano,
djudesmo (judeo-español). 2)
Natural
de Esmirna (Izmir, Turquía). Ciudad con una importante presencia de
sefaradíes (judeo-españoles). 3)
Tipo
de vivienda en la que generalmente vivieron muchos inmigrantes. Predio
amplio y antiguo, cuyas habitaciones se alquilaban a varias familias.
Conventillo. Casa de vecindad. * Un recuerdo de la infancia del autor transcurrida en la calle Padilla, en el barrio de Villa Crespo. Ciudad de Buenos Aires. Argentina. |
Carlos Szwarcer
Publicado en: "Los Muestros" Nº 65. Diciembre de 2006.
Bruselas. Bélgica.
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