Un buque fantasma llamado "Paraguay", a la deriva entre escollos y
sargazos |
Carta
desde el Paraguay |
Imagínese usted, amigo lector de estas hojas lanzadas al viento, como involuntario pasajero (con pasaje pago) de una nave fantasma al garete, en alta mar y con la brújula descompuesta por desmagnetización funcional y excesivo norte —no sé si me explico—, cuyo timón está trabado en dirección sur, de acuerdo a pautas de ruta, pero sus velas insisten en hincharse con el viento boreal que lo empuja a barlovento entre bandazos y encrespados salpicones. ¡Ese maldito viento norte, que nos baja la presión y predispone al malhumor! Siga ejercitando la imaginación, estimado devorador de letras. Imagine que la fantasmagórica tripulación está fuera de su vista y alcance, aunque Ud. intuye que está allí, pero invisible e intangible y hasta impensable, como el cerebro de don Mario. Ud. oye voces de ultratumba dando órdenes, blasfemando, contradiciéndose, entre el contramaestre, el capitán y los segundos de a bordo, porque según parece no tienen bien claro el rumbo ni el puerto al cual dirigirse. Imagínese Ud., entre muchos otros pasajeros desorientados con distintos destinos. Unos piensan que el barco debe ir a todo sur, aún escorando ligeramente a babor; otros dicen que el norte es el rumbo correcto para llegar a buen puerto. Pero nadie tiene una idea clara acerca del capitán, que, siempre fantasmal, sigue esperando un viento favorable que nunca llega… y las provisiones se acaban poco a poco, mientras él reza a una desconocida providencia de oídos sórdidos e indiferentes. Muchos pasajeros creerán que el barco no avanza nada, porque aparentemente hay calma chicha. Nada más inexacto. En realidad navega, muy lentamente en círculos como buscando rumbo, pero siempre regresa al mismo punto en alta mar. En cuanto a lo de la calma chicha, sólo es engañoso, que en la sentina maloliente del buque hay una suerte de insurrección entre los pasajeros de cuarta clase; que claman por más comida, salud, camarote propio y otras solicitudes no atendidas; una suerte de motín a bordo aunque todavía sin consecuencias graves. A veces, algunos pasajeros anónimos asaltan a otros más afortunados que viajan en segunda clase; aunque todos siguen sin rumbo y los de seguridad de a bordo no dan abasto o no se dan por enterados de la existencia de polizones que viajan de upa. Suele ocurrir, amigo lector. Ud. sigue a un imaginario bordo, pero pensando seriamente en tirarse al mar o transbordarse a otro barco con rumbo más seguro. Pero no se anima o teme que lo devuelvan al mar y a los tiburones o, peor aún, que lo deporten de regreso a este mismo barco. No es nada seguro este viaje que, aún sin tempestades apreciables ni tifones visibles, va dando bandazos de babor a estribor hasta marear al pasaje de primera, aunque no a su espectral tripulación. No sé si se le habrá ocurrido a Ud. amotinarse con otros de su camarote para tomar el mando de la nave; tampoco estará seguro de si los de las otras cubiertas de más abajo estarán pensando lo mismo. Oirá rumores insidiosos en tenebrosos pasillos, sentinas, escaleras, barandas y camarotes, entre el ruido de las jarcias, crujido de mástiles y oleadas rabiosas mecidas por el descolorido viento que no se sabe bien de dónde sopla, pero empuja hacia cualquier lado. Que los pasajeros están hartos; que algunos tripulantes son ignorados por el capitán; que alguien cayó al agua y lo rescataron a duras penas; que hay varios postulantes a ocupar el capitanazgo, aunque nadie los elige; que el pasaje está muy dividido. En fin, que le parece a Ud. un sueño casi lindante con la pesadilla y sin visos de despertarse alguna vez. ¿Llegará esta nave fantasma a algún puerto favorable? ¿Seguirá esquivando duros escollos y traicioneros sargazos que se enredan en su timón impidiéndole seguir? ¿Atrapará vientos favorables con su raídas velas que suenan con tristes gualdrapazos y llenas de agujeros? Nadie lo sabe, o quizá lo sepan unos pocos que Ud. no conoce y que probablemente estén en otro barco mejor capitaneado. Creo que será mejor despertar y soñar que estamos todavía en el puerto de salida. En una de ésas nos dan una visa, digo billete, para otro barco de bandera extranjera. De todos modos, no dé nada por sentado y siéntese a esperar para no desesperar. Seguro que podrá imaginarse (la imaginación es gratuita) que alguna vez llegaremos a puerto; aunque con estos marineros improvisados dirigidos por un aureolado capitán fantasma aficionado a oraciones y jaculatorias inútiles, nunca se sabe. |
Chester Swann
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